Santa Rosalía, virgen,
protectora de Nápoles y Sicilia, fue natural de Palermo e hija de un noble
caballero, llamado Sinibaldo, descendiente de la real familia de Carlomagno.
Había sido criada desde niña en la verdadera
fe y en santas costumbres, y tocada de Dios dio libelo de repudio a todas las
vanidades del siglo para comenzar desde su infancia una vida enteramente
consagrada a su esposo Jesucristo.
Y como sus parientes, ya con ruegos y promesas, ya con crueles amenazas
procurasen disuadirla de su santo propósito, la santa
niña, temiendo la violencia que podrían hacerle, huyó secretamente de la casa
de sus deudos y fue a esconderse en una cueva que halló en el monte llamado del
Peregrino, donde sólo era conocida de una pastorcilla que le traía para su
sustento un poco de pan y de leche.
Dios era quien la había llamado a aquella
soledad y así la regalaba con sus consuelos y visitaciones celestiales.
Temiendo ser hallada, subía a veces a la cumbre de aquel monte y desde
allí miraba la ciudad de Palermo; oía el sonido de las campanas y el rumor
confuso de las gentes; y al pensar que tantos pecadores andaban por el camino
de su perdición, le dolía mucho de su tan grande ceguedad y desventura, y con
muchas lágrimas y sollozos hacía oración por su patria y por sus conciudadanos.
Tenía escritas en la pared de las rocas de su cueva estas palabras: «Yo, Rosalía, por amor de mi
esposo Jesús y por no faltar a la fidelidad que le he prometido, he escogido
esta gruta para mi perpetua morada.»
En ella perseveró la santa muchos años llevando una vida muy austera y
como de ángel en carne humana, hasta que su Esposo divino la llamó para sí a su
retiro celestial.
La noche que murió se vio resplandecer con
grande claridad todo aquel monte, de manera que toda la ciudad de Palermo quedó
asombrada de aquella extraordinaria luz, y como nadie supiese la causa, aquella
pastora que servía a Rosalía, la descubrió, diciendo que no podía ser sino un
milagro que en aquel lugar hacía Dios por la santa.
Acudió entonces a él el clero y el pueblo en
devota procesión, y hallando el sagrado cadáver de Rosalía lo trasladaron a la
catedral, donde lo sepultaron honoríficamente; y desde aquel día comenzó el Señor a
glorificar a la santa virgen con muchos prodigios, entre los cuales es digno de
singular mención el que aconteció en el año 1625 en que estando la ciudad de
Palermo y toda Sicilia muy afligidas de peste, sacaron en procesión de
penitencia el sagrado cuerpo de santa Rosalía, y luego se vieron libres de
aquel terrible azote.
Reflexión: No
podemos dudar, por los efectos, de haber sido Dios el autor de la soledad y
aspereza de vida que escogió para sí esta santa virgen para huir de los lazos y
peligros del mundo; y esto no se debe imitar sino cuando el mismo Señor con
particular revelación lo mandare.
Mas lo que
debemos sacar de este ejemplo es el cuidado y diligencia grande con que debemos
evitar todas las ofensas de Dios, entendiendo que a pesar de los malos ejemplos
que vemos en la gente del mundo arrastrada por la fuerza de las malas pasiones
y rendida a los enemigos mortales del alma, no nos falta la gracia suficiente
para vencer todas las tentaciones y perseverar hasta el fin en el divino
servicio, porque como dice el apóstol: «Fiel
es Dios y no permitirá que seamos tentados sobre nuestras fuerzas.»
Oración: Oh Dios,
autor
de nuestra salud, dígnate oír nuestras súplicas; para que así como nos
alegramos en la fiesta de tu bienaventurada virgen Rosalía, así crezcamos en
verdadera piedad y devoción. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA
CRISTIANA.
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