Compuesto en Italiano por el padre
Massimiliano Maria Mesini CPPS y publicado en Rímini en 1884; traducido por un
presbítero y publicado en Santiago de Chile en 1919, con aprobación
eclesiástica.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo,
bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los
hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y
quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de
continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las
que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh!
¿Quién
no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de
amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado
con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo
hasta la última gota? ¡Ah! Nadie
podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan
saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso!
Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y
daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
DÍA SEXTO (6 de julio)
CONSIDERACIÓN:
LA SANGRE DE JESÚS ES CONDIGNA SATISFACCIÓN DEL
PECADO.
I.
Grandes penitencias han hecho los santos. San Pablo, primer ermitaño, vivió cerca de cien
años en el desierto (Breviario Romano, 15 de Enero), y San Simeón Estilita se
estuvo durante muchos sobre una columna (Martirologio Romano, 5 de Enero); mortificándose ambos con ayunos y
cilicios. Otros se ejercitaron en indecibles austeridades. De entre los
mártires, quien ha sido quemado, quien, descuartizado, quien, obligado a beber
plomo derretido, quien bárbaramente lapidado. Ahora bien, todos estos padecimientos juntos, sin la Sangre de Jesús, son
insuficientes para satisfacer por una sola culpa ¡Tan grave es! No os atreváis, pues,
cristiano, a cometer jamás el maldito pecado.
II.
El pecado, como ofensa a Dios, requería una satisfacción infinita, que el hombre
miserable no podía dar. Por tanto, nuestra perdición hubiera sido irremediable,
si el misericordioso Señor no se hubiera hecho hombre y expiado nuestras culpas
con el mérito de su Sangre Preciosa. Siendo ésta la Sangre del hombre-Dios,
tiene un valor infinito, y por consiguiente es por sí sola bastante para
obtener nuestro rescate. ¿Cuánto entonces no debemos amar esta Sangre divina? ¿Qué tierna
devoción no debemos sentir hacia ella?
III. La vida animal está puesta en la sangre; y
Dios había decretado que el pecado se borrase con la sangre de la víctima (Levítico
XVII). Pero con la
sangre de los animales y aún la de todos los hombres, es imposible cancelar las
culpas, por ser ella de valor infinito; por esto fue necesario que Jesús
consumara nuestra redención con la efusión de su Sangre. Demos, pues, las gracias y amemos tiernamente la Preciosa
Sangre, que nos ha librado de nuestra irreparable perdición.
EJEMPLO
La beata Elena Valentini de Údine,
tanto siendo casada como siendo monja, meditó continuamente la Pasión de Jesús;
por cuyo amor dormía sobre la desnuda tierra; se flagelaba cruelmente y los
viernes se alimentaba con solo una fruta y bebía hiel y vinagre. Jesús se le
aparecía clavado en la Cruz y ensangrentado, en la sagrada Hostia, cuando ella
oía Misa o comulgaba. Para gozar aún mejor de los frutos de la Preciosa Sangre,
en 1450 fue a Roma en ocasión del Año Santo, haciendo a pie centenares de
millas, llevando 33 piedrecitas dentro de los zapatos, así de ida como de
vuelta. Conociendo que las mortificaciones, aunque grandes, por sí solas no
bastan para satisfacer por el pecado, no quiso otra gracia del Papa Nicolás V,
sino la Indulgencia en artículo de muerte. Después de tres años de penosas
enfermedades, estando próxima a morir, para confortarla, se le apareció María con Jesús manando Sangre; y ella,
habiéndose hecho aplicar la dicha indulgencia y leer la Pasión, alzó la cabeza
hacia la cruz y expiró (Luis
Torelli OESA, Siglos Agustinianos, año 1458, n. 25, etc.). Amemos también nosotros
entrañablemente esta Sangre, único precio condigno de nuestro rescate, y
mediante ella, libres de la merecida condenación, alcanzaremos la vida eterna,
la felicidad que nunca tendrá fin.
—Se medita y se pide lo que se desea
conseguir.
OBSEQUIO:
Antes de empezar cualquiera acción, diréis: «Eterno Padre, yo os ofrezco la Sangre Preciosísima de
Jesucristo en descargo de mis pecados y por las necesidades de la Santa
Iglesia». Y ganaréis cada vez cien días de indulgencia.
JACULATORIA:
La Sangre sea
siempre alabada, que de los Cielos abrió la entrada.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¿Qué habría sido de mí, querido Señor mío si
no hubieseis derramado vuestra sangre por mi salvación? No pudiendo yo satisfacer por los
pecados cometidos, me habría irremisiblemente perdido, Sangre Preciosísima de
mi Jesús; vos sola habéis podido satisfacer por mí a la Divina Justicia y vos sola
sois, por tanto, mi salvación. ¡Cuánto agradecimiento por ello os debo! Quiero, pues,
honraros y amaros siempre en esta vida, para poderos honrar y amar eternamente
también en la otra. Amén.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada Cruz de mis culpas, coronado
con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la lanza de mis pecados! ¡Oh
Jesús de mi vida! Cruz,
espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas ofensas: éste es
el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y amorosas lágrimas
de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis; éste es el
agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y vuestra
Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma; esta es
la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo, cuando,
abrasado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi amor
sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra
bondad. ¡Oh
Jesús de toda mi alma! Parece que
hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos con
un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante; Vos
con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro
Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de
mi amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme
misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas
espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que
llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas,
llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor,
para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente
gozaros. Amén.
℣. Señor, nos redimisteis con vuestra sangre.
℟. Y nos habéis hecho un Reino para
nuestro Dios.
ORACIÓN
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro Hijo
único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te
rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación,
y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente
vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el
mismo Jesucristo Nuestro Señor, que contigo vive y reina por los siglos de los
siglos. Amén.
En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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RESÍSTENS.
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