Compuesto en Italiano por el padre
Massimiliano Maria Mesini CPPS y publicado en Rímini en 1884; traducido por un
presbítero y publicado en Santiago de Chile en 1919, con aprobación
eclesiástica.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio
y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis
continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia,
yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las
injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas
y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién
no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí
si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las
venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso,
que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de
la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas
las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y
por toda la eternidad. Amén.
DÍA VIGESIMOSÉPTIMO (27 de
julio)
CONSIDERACIÓN:
LA SANGRE DE JESÚS NOS ESTIMULA A SALVAR NUESTRA
ALMA.
I.
Mostrando Jesús a Santa Catalina de Siena, bajo hermosísimo semblante, el alma
de una pecadora convertida, le dijo: «Mira qué bella es; por eso yo trabajé tanto y
derramé tanta Sangre por la salvación de las almas» (Beato Raimundo de Capua OP, Vida de
la Santa. Parte II, c. IV, n. 5). De
hecho, Jesús por
salvar almas, anduvo predicando por ciudades y aldeas durante tres años
consecutivos. Y,
¡oh! cuánto sufrió por lo
extenso de los viajes, por no encontrar tantas veces alojamiento o comida, y,
por la ingratitud de los mismos hombres, que lo injuriaban, ora lo querían
apedrear o arrojar desde una peña, ora de otros modos lo perseguían
(San Juan IV, 6, 31; VIII, 48-59; San
Lucas IV, 29). ¡Tanto se ha
fatigado Jesús por la salvación de las almas, y nosotros hasta ahora no hemos
hecho nada por salvar la nuestra! ¡Qué vergüenza! Procuremos pues, de hoy en adelante, de todas veras, salvar esta
alma que ha costado a Jesús tantos trabajos y además el derramamiento de toda
su Sangre.
II.
Además sostuvo Jesús por
la salvación de las almas los más despiadados padecimientos. Se sometió a la
cruelísima flagelación de miles de fieros azotes, se dejó perforar la cabeza
con agudísimas espinas, y por último quiso ser clavado en la cruz, derramando
en ella hasta la última gota de su Preciosa Sangre. ¡Oh cristiano! Si Jesús ha sufrido tanto por la salud de las
almas, ¿cómo
es que tú en poco estimas la tuya, y por desahogar viles pasiones la pierdes?
¿Por qué con tus escándalos arruinas también las almas de los otros? ¡Ea, piensa que de esa manera te haces reo de la Sangre
de un Dios! Llora pues el error
cometido, y repara el mal hecho, con la penitencia y el buen ejemplo, si no
quieres traer sobre ti los más terribles castigos divinos.
III.
San Pablo nos
exhorta a huir del vicio, porque hemos sido rescatados por Jesús a alto precio («Habéis sido
comprados con gran precio». I Corintios VI, 20); y San Pedro nos lo repite diciendo: «Vivid santamente, pues
no habéis sido redimidos con oro ni plata, sino con la Sangre Preciosa» («Seréis santos, considerando que habéis sido redimidos con
la Preciosa Sangre»,
I
Carta I, 16, 18-19).
Aprovechémonos, oh cristianos, del saludable aviso de los santos Apóstoles, los
cuales más que un tierno padre, nos aman y desean nuestro bien. Pensemos seriamente en el valer de nuestra alma, y atendamos con
la mayor diligencia a salvarla; pues ella tiene un valor infinito, como que
cuesta toda la Sangre de un Dios.
EJEMPLO
Habiendo instituido San Francisco de Asís la
Orden de los Menores, quiso que en ella se
llevase una vida austera, especialmente los viernes, en memoria de la divina
Pasión. Vencido por tal rigor, uno de los religiosos, le pidió licencia para
volver al siglo; pero el santo, animándolo a perseverar en la religión para
bien de su alma, le hizo ver que esas austeridades eran una nonada en
comparación con lo que Jesús padeció por nosotros. Mas despreciando aquél tales
avisos, huyó del convento. Como San Francisco rezara por él, Jesús se le
apareció en la calle, goteando de sus llagas fresca y roja Sangre, y le dijo: «mira cuánto he padecido
por ti, ¿y tú nada queréis sufrir por tu salvación?». Todo compungido el religioso, y deshaciéndose en
lágrimas, se volvió al santo que benignamente lo acogió, exhortándolo a recordar
siempre la gracia singular que había recibido. Y en efecto teniendo aquél
siempre presente la extraordinaria visión, cuidó con toda diligencia de la
salvación de su alma (P. Angélico de Vicenza, Vida de San Francisco
de Asís). ¡Ea! Procuremos también nosotros tener de continuo
ante nuestros ojos a Jesús que derrama su sangre por salvar las almas, y de esa
manera también nosotros cuidaremos con todo empeño de la propia salvación.
—Se medita y se pide lo que se desea
conseguir.
OBSEQUIO:
Resolveos a nutrir siempre una tierna devoción
hacia la divina Sangre, especialmente lavándoos en ella frecuentando los
sacramentos.
JACULATORIA:
Salvar yo
quiero alma tan noble, que Sangre cuesta a un Dios Hombre.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
Amorosísimo
Redentor, fijando
mis ojos en vos, clavado en ese duro madero, bien conozco cuanto os cuesto.
Aquellas acerbísima penas, aquellas profundas llagas, aquella Sangre de
infinito valor, son el precio que habéis pagado por el rescate de mi alma; ¿Y yo tampoco
cuido de ella? ¿y la doy al demonio por una nonada, por un desahogo de vil
pasión, por un deleite bestial? ¡Qué amargura,
qué desprecio os aporto de esa manera! ¡Sangre Preciosísima, vos sois el precio
de mi alma, y yo no la he estimado en nada, aún más, he hecho cuanto he podido
por perderla! ¡Ah! Si así me he conducido hasta ahora, de hoy en
adelante estoy resuelto a trabajar con todo empeño por salvarla. Sangre de
Jesús, ya que vos la habéis redimido, dadme también gracia eficaz para cuidar
con la mayor diligencia de su salvación. Amén.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh Corazón de mi amado Jesús, cargado con la pesada Cruz
de mis culpas, coronado con las espinas de mis ingratitudes y llagado con la
lanza de mis pecados! ¡Oh Jesús de mi vida!
Cruz, espinas y lanza he sido para vuestro Corazón con mis repetidas
ofensas: éste es el retorno con que, ingrato, he correspondido a las dulces y
amorosas lágrimas de Belén y a la extrema pobreza en que por mi amor nacisteis;
éste es el agradecimiento y recompensa que han tenido vuestros trabajos y
vuestra Preciosísima Sangre derramada con tanto amor por la salud de mi alma;
esta es la paga de aquella excesiva fineza que obrasteis en el Cenáculo,
cuando, abrasado en caridad y encendido en divinas llamas, os quedasteis por mi
amor sacramentado, buscando amante la bajeza de mi pecho para recreo de vuestra
bondad. ¡Oh
Jesús de toda mi alma! Parece que
hemos andado a competencia los dos, Vos con finezas, yo con ingratitudes; Vos
con un amor que no tiene igual, y yo con un menosprecio que no tiene semejante;
Vos con tanto amor regalándome y dándome en el Sacramento la dulzura de vuestro
Corazón y yo dándoos por la cara con la hiel de mis culpas. ¡Oh Corazón de
mi amado Jesús! ¡Oh Jesús de mi corazón, piadosísimo en esperarme! Compadeceos de mi miseria y perdonadme
misericordioso cuanto ingrato os he ofendido, concediéndome benigno que esas
espinas con que os veo punzado saquen lágrimas de mi corazón contrito, con que
llore mis repetidas ingratitudes, y por esas vuestras amorosas y dulces llagas,
llagad y herid éste mi corazón con la dulce y ardiente flecha de vuestro amor,
para que os ame y sirva, para que os alabe y bendiga, y después eternamente
gozaros. Amén.
℣. Señor, nos redimisteis con vuestra sangre.
℟. Y nos habéis hecho un Reino para
nuestro Dios.
ORACIÓN
Dios omnipotente y eterno, que habéis constituido a vuestro
Hijo único Redentor del mundo y que quisisteis ser aplacado con su Sangre; te
rogamos nos concedas que de tal modo veneremos el precio de nuestra salvación,
y por su virtud seamos preservados en la tierra de los males de la presente
vida, que nos regocijemos después con fruto perpetuo en los cielos. Por el
mismo Jesucristo Nuestro Señor, que contigo vive y reina por los siglos de los
siglos. Amén.
En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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