I. Las primeras lágrimas de Magdalena
fueron lágrimas de contrición. Impelida por el dolor de haber ofendido a Dios,
busca a Nuestro Señor, lo encuentra en la casa del fariseo y en ella hace una
confesión pública de sus pecados. A partir de ese instante renuncia a sus
criminales placeres y cambia de vida. ¡Dichosas
lágrimas, que borrasteis los pecados de Magdalena! Ojos míos, ¿cuándo lloraréis los desórdenes de mi
juventud? ¿Por qué retardar mi conversión? Mundo, placeres, honores, os
dejo para siempre: dejadme en adelante llorar mis pecados, ¡dejadme un instante a fin de que gima! (Job).
II.
Magdalena vertió lágrimas de compasión cuando vio a Jesús en manos de los
verdugos. Lo acompañó hasta el Calvario; se mantuvo al pie de la cruz y mezcló
su llanto con la Sangre adorable de Jesús. Nosotros vemos todos los días a
nuestro divino Salvador clavado en la cruz, todos los días meditamos sobre su
Pasión; ¿por qué, pues, nuestro corazón
permanece insensible ante sus sufrimientos? ¿Por qué nuestros ojos no vierten
lágrimas? ¡Ah! es porque no tenemos por Jesús el mismo amor que Magdalena.
La fe de esta mujer fue grande, su amor ardiente, su arrepentimiento sincero (San Lorenzo
Justiniano).
III. El deseo de ver a Jesús, después de su resurrección,
le hizo bañar en lágrimas la tumba del divino Maestro. El deseo de contemplarlo
en el cielo la hizo suspirar y gemir en la gruta a la que se había retirado.
Llora ella noche y día porque su exilio se prolonga, y no se le permite unirse
a su Bienamado. Viértense lágrimas por una bagatela; mas, ¿quién llora de haber perdido a Jesús? ¿Quién llora por su extravío?
Petición: La
penitencia. Orad por la conversión de los pecadores.
ORACIÓN: Oh
Dios, que al ruego de la bienaventurada María Magdalena habéis resucitado a su
hermano Lázaro, muerto hacía ya cuatro días, haced que experimentemos los
efectos de su poderosa intercesión. Vos que, siendo Dios, vivís y reináis por
los siglos de los siglos.
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