LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN
INMACULADO.
— La devoción al Corazón Inmaculado de María es tan antigua
como el cristianismo. El Espíritu Santo nos lo enseñó por San Lucas, el
evangelista de la infancia del Salvador: “María guardaba todas estas palabras, y las
meditaba en su Corazón…” Y la
Madre de Jesús guardaba todas estas cosas en su corazón (S. Lucas II, 19, 51). Tal
es el origen de esta devoción que, andando el tiempo, excitaría a los fieles a
dar a María el honor y el amor que se la deben. Las perfecciones de éste
Corazón las han cantado los mayores Doctores de la Iglesia: San Ambrosio, San Agustín, San Juan Crisóstomo, San León, San Bernardo, San
Buenaventura, San Bernardino de Sena, las dos grandes monjas Santa Gertrudis y
Santa Mectildis... Pero en
el siglo XVII, San Juan Eudes, “padre, doctor
y apóstol del culto del Sagrado Corazón” (Bula de canonización), antes lo fué del purísimo Corazón de María, y del dominio
de la piedad privada, lo introdujo en la Liturgia católica.
OBJETO DE ESTA
DEVOCIÓN.
— El objeto de
esta devoción él mismo nos lo ha dicho: “En el
corazón santísimo de la predilecta Madre de Dios, pretendemos y deseamos sobre
todo reverenciar y honrar la facultad y capacidad de amor, tanto natural como
sobrenatural, que existe en esa Madre de amor y que ella empleó toda en amar a
Dios y al prójimo. La palabra corazón significa el corazón material y corporal
que llevamos en nuestro pecho, órgano y símbolo del amor; también se toma por
la memoria y por el entendimiento, con el cual hacemos la meditación, y por la
voluntad, que es la raíz del bien y del mal, y por la cima más alta del alma
por la cual practicamos la contemplación; en una palabra, por todo lo interior
del hombre. No excluimos ninguno de estos sentidos; mas hablando del Corazón de
la Madre de Dios, lo qué principalmente queremos y deseamos, es reverenciar y
honrar todo el amor y toda la caridad que ella tuvo para con Dios y para con
nosotros”.
Ahora bien, nada hay más dulce para un niño
que honrar a su madre y pensar en el amor de que ha sido objeto. San Bernardo, al
hablar del Corazón de Jesús, nos ha dicho: “Su
corazón está conmigo. Cristo es mi cabeza; y ¿cómo no va a ser mío todo lo que
pertenece a mi cabeza? Los ojos de mi cabeza corporal me pertenecen en sentido
propio; de igual modo, este corazón espiritual es mi corazón. Con razón puedo llamarle
mío. Y yo poseo mi corazón con Jesús”. Otro tanto podemos decir del Corazón de María. Una
madre es toda para su hijo; sus bienes, su amor, hasta su vida le pertenecen: un hijo puede siempre contar con el corazón de su madre.
Todos
somos hijos de la Santísima Virgen. Nos acogió en su seno a una con Jesús el día de la Encarnación. Nos dio a
luz en el dolor del Calvario, y nos ama en proporción con lo que la hemos
costado. Lo que más
quiere es Jesús, y a ése le ofreció por nosotros al Padre, dando su fiat para
la inmolación y entregándole para nosotros; ¿Cómo no
le iba a imitar dándose ella también?
CONFIANZA EN EL
CORAZÓN INMACULADO.
— La Virgen nos repite las palabras de Jesús: “Venid a mí todos y yo os aliviaré...” Nos sonríe y nos llama como en Lourdes,
y no hay nadie que pueda pretextar su indignidad para quedarse a distancia. El Corazón de María que fué Sede de la Sabiduría y
durante nueve meses morada del Verbo encarnado, ese corazón que formó al
mismo Corazón de Jesús y le enseñó la misericordia para con los hombres, ese corazón que siempre
latió al unísono del Corazón de Jesús y que fué adornado por El de los dones más preciosos de la gracia, ese Corazón maternal es por excelencia el refugio de los pobres pecadores.
Y por esto precisamente fué hecho inmaculado.
Nunca corrió por él sino sangre purísima, la sangre que tenía que dar a Jesús
para derramarla por nuestra salvación. Este Corazón es el depositario y el custodio de las
gracias que el Señor conquistó con su muerte, y sabemos que Dios nunca dispensó
una gracia a nadie ni la dispensará sin que pase por
las manos y el Corazón de la que es tesorera y dispensadora de todos sus dones.
Finalmente, este Corazón se nos dio
con el de Jesús, “no sólo para ser nuestro modelo, sino
también para ser nuestro corazón, de modo que, siendo miembros de Jesús e hijos
de María no tengamos más que un corazón con nuestra Cabeza y nuestra divina
Madre y que hagamos todas nuestras acciones con el Corazón de Jesús y de María”. (S. Juan Eudes).
Y ¡cómo pueden
los hombres, al darse más y más cuenta de lo que deben a su Madre, no creerse
obligados a mostrarla su agradecimiento y su amor! Si Nuestra Señora nos dio
su Corazón, ¿no es justo que nosotros la demos el nuestro para que ella le purifique,
le santifique y en él establezca el reino de Dios y se le entregue a Jesús, y
que se le demos por una consagración completa y perfecta de nosotros mismos, como
aconsejan los Santos y especialmente San Griñón de Montfort?
CONSAGRACIÓN AL
CORAZÓN INMACULADO.
—Pero, si la
consagración de un alma individual a María, la acarrea las más grandes gracias, ¿qué frutos deberemos esperar de una consagración de
todo el género humano hecha por el Sumo Pontífice? La Virgen misma se dignó
anunciar que esto la agradaría. Y, por
eso, el 8 de diciembre de 1942, Su Santidad Pío XII, respondiendo con júbilo al deseo de Nuestra Señora de
Fátima, lleno de
confianza en la mediación universal de la Reina de la Paz, consagró solemnemente al género humano al Inmaculado Corazón
de María. Todas las naciones católicas se unieron al supremo Pastor.
EL AÑO LITURGICO
DOM PROSPERO GUERANGER
ABAD DE SOLESME.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario