En este día celebra la santa Iglesia el misterio altísimo
y regaladísimo de la Transfiguración de nuestro Señor Jesucristo.
Había
avisado el Salvador a sus discípulos que padecería mucho en Jerusalén de los
escribas y príncipes de los sacerdotes, y que moriría en sus manos y que
después de muerto había de resucitar.
Y para que cuando le viesen morir
no se escandalizasen y entendiesen que era Señor de la vida y de la muerte,
quiso el divino Redentor transfigurarse y darles un breve gusto de su gloria y
una como muestra de la bienaventuranza que habían de alcanzar.
Para esto
tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan su hermano, los cuales habían de
presenciar más de cerca los dolores de su pasión, y los llevó al monte Tabor.
Habiéndose
puesto allí en oración, se transfiguró delante de aquellos discípulos, y vieron
su rostro resplandeciente y glorioso, y todo el cuerpo más claro que el mismo
sol, y sus vestiduras más blancas que la nieve.
Vieron juntamente a Moisés y a
Elías que estaban a sus lados y le tenían en medio, hablando con Él de la
pasión y muerte que para cumplir las profecías había de padecer en Jerusalén.
Y al haber el Salvador mostrándose
glorioso con aquella nueva claridad en el monte, llaman los evangelistas
transfigurarse, porque, aunque no tomó otra forma ni figura, pero alteró la que
antes tenía, dándole aquel nuevo resplandor y maravillosa claridad.
Al tiempo que Moisés y Elías se
partían y despedían de Cristo, dice el evangelista san Lucas que san Pedro,
como más fervoroso y que con más disgusto oía hablar de la pasión y muerte de
su maestro, le dijo: Señor, bien estamos aquí; hagamos en este
monte tres moradas: una para vos, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía; porque se
contentaba con sola aquella vista de la gloria del cuerpo del Señor, y tenía la
por suma bienaventuranza, no siendo más que una gota de aquel río que alegra la
ciudad de Dios y un pequeño reflejo de aquella gloria que hace bienaventurados
a los moradores del cielo.
Mientras estaba hablando san Pedro, súbitamente
vino una nube del cielo clara y resplandeciente, que hizo sombra al Señor, y
sonó en ella una voz que dijo: “Este es mi Hijo muy amado, en el cual
siempre me he agradado; oídle a Él”.
Y al
sonar esta voz magnífica y testimonio divino del Padre Eterno, los apóstoles,
despavoridos y llenos de temor y estupor, cayeron sobre sus rostros en tierra
quedando fuera de sí y como muertos; mas entonces el Salvador se llegó a ellos
y los tocó con la mano y les dijo que se levantasen y no temiesen; y bajando
después del monte les mandó que no descubriesen ni dijesen a nadie lo que
habían visto hasta que Él hubiese resucitado; y así lo callaron los apóstoles,
como dice San Lucas, “hasta que el Señor hubo resucitado de
entre los muertos”.
Reflexión: Siendo la gloria de Cristo el galardón de nuestras buenas
obras y padecimientos, vivamos en este valle de lágrimas de tal suerte que
merezcamos verle en el monte alto del cielo, no transfigurado, como le vieron
los tres apóstoles en el monte Tabor, sino como Él es, y como es glorificador y
remunerador de todos sus escogidos, donde como se dice en la Escritura, no hay
llantos ni gemidos ni dolores, ni trabajo alguno, sino que todo es júbilo y
gloria y felicidad cumplida y eterna.
Oración: Oh Dios que en la gloriosa Transfiguración de tu unigénito Hijo con la autoridad de
los profetas confirmaste los ocultos misterios de la fe, y con la voz salida de
una resplandeciente nube, admirablemente nos diste a conocer la perfecta
adopción de hijos; concédenos la gracia de ser coherederos del Rey de la gloria
y la participación de su misma bienaventuranza. Por Jesucristo, tú
mismo Hijo y nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA.
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