La seráfica madre Teresa de
Jesús, nació en Ávila, ciudad de las principales de España, y fueron sus padres
Alonso de Cepeda y doña Beatriz de Ahumada, personas nobles y muy cristianas.
Siendo de siete años, aprehendió tan vivamente la eternidad de la gloria
y penas del infierno, que repetía a menudo y con gran ponderación: «Para siempre, para siempre,
para siempre.»
Con la lectura de las vidas de los mártires,
se encendió en tal deseo del martirio, que saliendo de casa con su hermanito
Rodrigo, quiso irse a África a ser martirizada por Cristo, de los moros: más un
tío suyo los halló y volvió a su casa: y viendo los niños frustrados sus
deseos, hicieron en la huerta de su casa dos celdillas para llevar allí vida de
ermitaños.
Apenas contaba Teresa doce años de edad, cuando pasó su madre; a mejor
vida, y ella comenzó a tomar gusto en leer novelas, con cuyas lecturas se le
despertó grande afición a las galas y vanidades del mundo; y teniendo catorce
años, trabó amistad con un pariente suyo, que puso su inocencia en gravísimos
peligros.
La sacó de ellos su padre poniéndola en un
convento de religiosas de san Agustín.
Entonces volvieron a despertarse en ellos los primeros fervores, y creciendo
más con la experiencia, a la edad de veinte años determinó
entrarse monja en el monasterio de la Encarnación de Ávila, de religiosas carmelitas.
El día de la Asunción le dio un parasismo tan
largo que estuvo cuatro días como muerta, y le dieron ya la unción; mas volviendo
en sí, dijo que había estado en el cielo, y que había visto lo que el Señor
quería hacer de su sagrada Orden del Carmen.
Padeció grandes sequedades en la oración por
espacio de diez y ocho años: más con lo que san Francisco
de Borja la animó, concibió gran odio contra sí, quebrantando en todo su
voluntad, y se vistió de un silicio de hoja de lata agujereado al modo de
rallo, que dejaba toda su carne llagada.
Por más de tres años vio a Cristo Señor
nuestro a su lado, y mereció que un ángel hermosísimo y tan encendido que parecía
un serafín, con un dardo de oro le traspasase el corazón y la dejase abrasada
en grande amor de Dios.
Muchas veces fue vista levantada de la tierra y con
el rostro lleno de resplandores; los que comulgaban solían ver con el rostro
todo resplandeciente; y con los mismos resplandores la vieron muchos cuando
escribía sus admirables libros.
Con la protección de san José, de quien fué devotísima, llevó a cabo la
reforma de la Orden del Carmen y fundó multitud de conventos.
Finalmente, después de haber asombrado al mundo con sus heroicas virtudes,
milagros estupendos y libros inspirados, entregó su
alma al divinal Esposo a la edad de sesenta y siete años; y en el instante en que
expiró, vio una religiosa salir por su boca una paloma blanca que voló a los
cielos, y fué tan grande la fragancia que echaba de sí su virginal cadáver, que
fué necesario abrir las ventanas para poderlo sufrir, y el mismo olor celestial
exhala todavía su cuerpo incorrupto.
Reflexión: Por las
vanas lecturas estuvo a punto de perder esta santa no solamente el tesoro
inestimable de sus méritos, más aun la joya de su virginidad y hasta su misma
alma.
¡Para
cuántos jóvenes ha sido ésta la causa de su perdición!
Un mal libro es el veneno más poderoso de la
virtud, y las novelas sobre todo han producido en el mundo daños incalculables.
Oración. Óyenos
¡oh Dios! que eres nuestra salud, para que así
como nos alegramos en la festividad de tu bienaventurada virgen Teresa, así nos
sustentemos con el alimento de su celestial doctrina y recibamos con ella el
fervor de su piadosa devoción. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA
CRISTIANA
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