La gloriosa santa Brígida, tan celebrada por
sus revelaciones, fué hija de Birgerio, príncipe de la sangre real de Suecia, y
de Sigrida princesa de casa no menos ilustre.
Siendo niña de siete años, hablaba ya
altamente de las cosas de Dios y practicaba las más heroicas virtudes.
Estando un día recogida en un aposento, se le apareció la Virgen
cercada de celestiales resplandores, con una corona de inestimable precio en la
mano, que recibió la santa niña con indecible consuelo de su alma; y le duró el
gozo de este soberano favor todo el tiempo de su vida.
A la edad de diez años vio al Redentor divino
del mismo modo que estuvo en la cruz, cubierto todo de llagas y sangre: y quedó tan impresa en su alma aquella dolorosa imagen, que
de allí en adelante no podía pensar en la pasión de Cristo sin lágrimas de gran
sentimiento.
Se levantaba varias veces de noche para orar, y usaba de extrañas
invenciones para mortificarse, y como en cierta ocasión la reprendiese por ellos
su tía, la respondió: «No temáis, amada tía, porque mi divino Salvador que se me
apareció en la cruz, me enseña lo que he de hacer para amarle.»
Cuando cumplió los trece años, el príncipe su padre la casó con un caballero
joven llamado Wolfango, príncipe de Nericia, y la concedió el Señor cuatro hijos
y cuatro hijas, cuya singular virtud fué el fruto de los ejemplos de tan santa
madre.
Persuadió después a su marido que se
retirase de la corte, que comulgase todos los viernes, que sustentase a muchos
pobres como si fueran sus hijos y les fundase un hospital.
Hizo con él una peregrinación a Santiago de Galicia: y de vueltas a
Suecia, Wolfango tomó el hábito en el monasterio de Albastro de la Orden del
Císter, donde murió santamente.
Entonces la santa se vistió un traje de
penitencia, repartió sus bienes a los pobres y tomó por único Esposo a
Jesucristo, el cual desde aquel día la regaló con frecuentes apariciones y
celestiales comunicaciones.
Fundó en Wastein un monasterio de religiosas, a quienes dio unas constituciones
llenas de espíritu de Dios; y se retiró allí por
espacio de dos años, después de los cuales pasó con su hija a Roma para visitar
los sepulcros de los santos apóstoles y luego a Palestina para venerar los
sagrados Lugares de Jerusalén.
Finalmente volviendo a Roma la santa, supo por divina revelación el día
y hora de su muerte, y a la edad de setenta y un años, colmada de méritos
entregó su espíritu al Señor en los brazos de su hija santa Catalina.
A los muchos milagros que hizo en su vida se siguió la multitud que Dios
obró por ella después de muerta.
San Antonio cuenta entre otras maravillas diez muertos resucitados.
Reflexión: Tenemos un
volumen entero de las revelaciones de santa Brígida repartidos en ocho libros,
las cuales fueron aprobadas por los padres del concilio de Basilea, después de
haberlas examinado, de orden del mismo concilio, el sabio Juan de Torquemada,
quien declaró no haber hallado en dichas revelaciones cosa contraria a la
sagrada Escritura, a la regla de las buenas costumbres, ni a la doctrina de los
santos padres.
Seamos a imitación de esta santa tiernamente
devotos de la pasión y muerte de Jesucristo: porque
si consideramos los tormentos del cuerpo y los dolores del espíritu que
padeció, y como por nuestro amor los padeció, nos encenderemos en grande amor de
nuestro Redentor divino, y su santísima cruz será nuestro refugio, nuestra esperanza
y nuestra gloria.
Oración: Dios y Señor nuestro, que por medio de tu unigénito Hijo revelaste a la bienaventurada Brígida
muchos secretos celestiales; concede por su intercesión a tus siervos el gozo
beatífico en la perpetua revelación de tu gloria. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA.
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