El P. Mamachi, en su
difícil y erudita obra de las Costumbres de los
primitivos cristianos, ha recogido noticia de los varios tormentos que
fueron empleados contra los mártires, de los antiguos escritores contemporáneos
de los mismos mártires, como fueron S. Justino
mártir, Tertuliano, Athenágoras, Eusebio Cesariense, Clemente Alejandrino, y
otros semejantes. El referido P. Mamachi describe minuciosamente
aquellas diversas suertes de tormento con que fueron afligidos y arrancados de
la vida los siervos de Jesucristo durante las diez persecuciones de los
emperadores romanos. Aquí no haré más que una breve descripción de ellos para dar
mejor a conocer cuan ricos de méritos volarían al cielo aquellos santos héroes a
recibir su inmortal corona.
Del
tormento de las cruces.
Unos eran crucificados con clavos, o garfios, y clavados con ellos en la
cruz, como lo fué nuestro Señor Jesucristo. Otros eran atados en la cruz cabeza
abajo, como lo fué S. Pedro, según refiere Eusebio despues de Orígenes. Otros
eran enclavados en la cruz, a cuatro brazos como aquella en que murió S.
Andrés. A otros les hacían pasar los brazos por debajo los de la cruz, y
haciéndoles dar vueltas por la parte superior les clavaban las manos, tormento
notablemente cruel. A otros les colgaban de un árbol con los brazos atados detrás,
colgándoles también en los pies pesos enormes. Algunas mujeres eran colgadas en
alto por los cabellos, tormento que les hacía morir de dolor. A otros
suspendían de pies en un árbol. A otros colgaban de un solo pie, cabeza abajo. A
otros despues de haberlos suspendido de una altura, ataban su cuello una cuerda
de la que pendía una grande piedra. Otros eran clavados de manos a una viga, atándoseles
un gran peso a los pies.
Del
tormento del fuego.
A otros se colocaba sobre unas parrillas con carbones encendidos debajo.
Otros eran metidos cabeza abajo en calderas de aceite y pez hirviendo. Otros
eran colgados con la cabeza hacia el suelo, en donde se encendía gran porción
de paja u otra materia humosa, muriendo sofocados por el mismo humo. A otros
les cubrían con un vestido de pez u otra materia inflamable, y Ies ataban de
pies a cabeza a un palo: se encendía despues este vestido que se llamaba túnica de fuego, o como la llama Tertuliano, túnica incendiaria, y de este modo los hacían
morir. Otros eran metidos en hornos ardientes. Otros eran colocados juntos en
un barquichuelo en medio del mar, y allí eran abrasados lodos juntos. A otros
se les hacía morir dentro de toros de bronce rojos de fuego. A otros, atados,
se les atormentaba con hachas encendidas, o planchas incandescentes, o corazas
de hierro ardiente. Sobre otros, atados y extendidos sobre la tierra, se
derramaba aceite hirviendo, o plomo derretido. Otros por fin eran asados y
tostados como pedazos de carne.
Del
tormento de los azotes.
Estos azotes eran
de varias especies: de correas, de palos,
de nervios de buey, de cadenas de hierro, de varas, o tal vez de varas erizadas
de espinas, o cubiertas de agudas puntas, que se llamaban escorpiones. Eran
atormentados con estos azotes los siervos de Dios, atados a un palo, o tal vez a
cuatro palos para más hacerles sufrir. Otros eran puestos
en un cepo: este cepo se componía de dos grandes piezas de
madera, puestas una sobre otra, y en medio de ambas se ponían las piernas de
los que habían de ser atormentados, sufriendo al mismo tiempo los azotes. Otros
eran extendidos de espaldas sobre una tabla erizada de gruesos clavos, y allí
eran apaleados.
Del
tormento del hierro.
Estos hierros consistían en ganchos de hierro, de los cuales se colgaba a
los cristianos; en uñas de hierro con las que se iban desgarrando sus carnes
hasta los huesos y las entrañas. A otros con hierros se les rompían y hacían
saltar todos los dientes, uno tras otro. A otros se les rasgaban las carnes con
peines de hierro. Otros eran descuartizados. Otros atados en tierra eran hechos
pedazos con un destral. A otros se les cortaban los miembros uno por uno,
empezando por los dedos de los pies hasta los muslos, y por los dedos de las
manos hasta el pecho, quedando el cuerpo reducido a un solo tronco. Otros eran extendidos
sobre la circunferencia de una rueda, y esta rueda se hacía pasar sobre muchos
hierros agudos fijos en tierra. A otros, atados sobre unas tablas, se les abría
el vientre con el cuchillo, y se les arrancaban las entrañas. Otros eran
atormentados con los ecúleos, otros con la tortura. A otros se les ungía con miel,
y se les ponía al sol para ser atormentados por las moscas y por las avispas.
De mil maneras eran, pues, las muertes con que se arrancaban la vida a
los santos mártires. Morían apedreados, decapitados,
ahogados por la garganta, arrojados al agua. Estos eran atados en dos
árboles encorvados, que volviendo despues á su lugar, partían al mártir de medio
a medio. Aquellos eran arrojados al mar dentro de un saco, unos despedazados
por los perros, devorados por las fieras, otros oprimidos de peso o de hambre.
Y de este modo, en el decurso de trescientos años, en tas diez persecuciones de
los emperadores romanos se hizo una brillante cosecha de mártires para el paraíso.
He querido mentar todos estos diversos tormentos, cuyo solo nombre causa horror
con el fin de que abrasemos con mayor paciencia los dolores y las enfermedades
que nos envía Dios, las cuales por ásperas que sean, no podrán jamás igualar de
mucho los tormentos que sufrieron los mártires.
“TRIUNFOS de LOS MARTIRES”
POR S. ALFONSO M. LIGORIO
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