EL RELATO EVANGÉLICO. — “Hubo en los días
de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, y
su mujer de las hijas de Aarón, y su nombre era Isabel. Y ambos eran justos
ante Dios, caminando sin tacha en todos los mandatos y preceptos del Señor, y
no tenían hijo, porque Isabel era estéril, y ambos eran ya ancianos. Y sucedió
que, al ejercer el sacerdocio ante Dios en el orden de su turno, según la
costumbre del sacerdocio, le tocó por suerte entrar a poner el incienso en el
templo del Señor; y toda la multitud del pueblo estaba fuera, orando, a la hora
del incienso. Y se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del
altar del incienso. Y Zacarías se turbó, al verlo, y cayó sobre él el temor. Más
le dijo el Ángel: ‘no temas, Zacarías,
porque ha sido oída tu súplica: y tu mujer Isabel te dará un hijo, y llamarás
su nombre Juan: y tendrás alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su
nacimiento: porque será grande delante del Señor, y no beberá vino, ni sidra, y
será henchido del Espíritu Santo desde el mismo vientre de su madre: y
convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios: y caminará delante de El
con el espíritu y el poder de Elías: para hacer volver los corazones de los
padres a los hijos, y a los incrédulos a la prudencia de los justos, para
preparar al Señor un pueblo perfecto’”. (Lucas 1, 5-17).
EL
FUTURO MESÍAS. - Esta página que hoy nos hace leer la Iglesia,
es preciosa entre todas aquellas en que se han consignado los anales de la
humanidad; porque éste es el comienzo del Evangelio, la primera palabra de la
buena nueva de nuestra salvación. No es que el hombre no hubiese tenido noticia
hasta entonces de los designios del cielo para levantarle de su caída y darle
el Salvador. Pero la espera había sido larga desde el día en que la sentencia
dada contra la serpiente mostró a nuestro primer padre el futuro hijo de la
Mujer, que sanaría al hombre y daría satisfacción a Dios. Es cierto que, de
edad en edad, se había ido revelando la promesa; cada generación, podríamos
decir, había visto al Señor, por medio de los profetas, ir añadiendo un nuevo
rasgo al perfil de este hermano de nuestra raza, tan grande por sí mismo, que
el Altísimo le llamaría su Hijo (Salmo 2, 7),
tan celoso de la justicia que, para saldar la deuda del mundo, vertería hasta
la última gota de su sangre (Isaías 53, 7).
Cordero por su inmolación, dominaría la tierra con su dulzura; deseado de los
pueblos aunque nacido de jessé, más magnífico que Salomón, acogería el ardiente
anhelo de las pobres almas redimidas: adelantándose a sus deseos, se hará
anunciar como Esposo descendido de los collados eternos. Cordero cargado con
los pecados del mundo. Esposo deseado por la Esposa: éste era el Hijo del Hombre
y al mismo tiempo Hijo de Dios, el Cristo, el Mesías prometido al mundo. Más, ¿cuándo debía
venir este deseado de las naciones? ¿Quién señalaría al mundo a su Salvador?
¿Quién conduciría la Esposa al Esposo?
LARGA ESPERA. — Al
salir llorando el género humano del Edén, había quedado con la mirada fija en
el futuro. Jacob, al morir, saludaba de lejos a ese hijo querido cuya fuerza
sería como la del león y cuyos encantos celestiales eran objeto de sus
inspiradas contemplaciones en su lecho de muerte. La humanidad, ansiosa a causa
de su mal y por el ardor de sus aspiraciones, contemplaba un siglo y otro, sin
que la muerte que la consumía, suspendiese sus estragos, sin que el ansia del
Dios esperado cesase de aumentar en su corazón. Así pues ¡qué reiteración de plegarias se sucedía de generación en
generación, y qué creciente impaciencia en las súplicas! Ojalá rompieras las barreras de los cielos y
bajaras. Basta de promesas, exclaman refiriéndose a la Iglesia de aquellos tiempos
el piadoso San Bernardo y los Santos Padres, al comentar el primer versículo del
Cantar de los Cantares: basta de figuras y de sombras, basta de hablar por medio
de otros. No escucharé más a Moisés; los profetas están mudos para mí; la ley
cuyos portavoces eran, no es capaz de dar vida a mis muertos ¿y qué me
importarán a mí, a quien está anunciado el Verbo de Dios, los balbuceos de sus
profanos labios? Nada valen los perfumes de Aarón en comparación del óleo
de alegría que el Padre derramó sobre el que yo espero. No más enviados ni
servidores: después de tantos mensajes, venga ya El mismo.
EL PRECURSOR. — Y la Iglesia de
la espera, postrada en la persona de los más dignos de sus hijos sobre la cima
del Carmelo, no se levantará hasta que aparezca inminente la señal de la lluvia
salvadora en el cielo. Entonces, olvidando el agotamiento de los años, se arguirá
con el vigor de su primera juventud; llena de la alegría anunciada por el ángel,
seguirá con gozo al nuevo Elías, Precursor predestinado cuyo nacimiento para
mañana nos promete la vigilia de hoy; irá en pos del que corre como el antiguo Elías,
pero con más verdad que él, delante del carro del rey de Israel.
ORACIÓN. — Entresaquemos
las dos Oraciones siguientes del Sacramentario Gelasiano; ellas nos introducirán
en el espíritu de la fiesta: “La oración del
bienaventurado Juan Bautista nos obtenga, Señor, comprender y merecer el
misterio de tu Cristo.”
“Dios Omnipotente y eterno, que en los días del bienaventurado
Juan Bautista cumpliste lo que anunciaron las prescripciones legales y los oráculos
de los santos profetas; concede, te rogamos, que cese toda figura y se
manifieste y hable la misma Verdad, Jesucristo Nuestro Señor. Amén.”
“EL AÑO LITURGICO”
DOM PROSPERO GUÉRANGER,
ABAD DE SOLESME.
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