TESTIMONIO DE
JUAN Y DE LOS APÓSTOLES. — Juan Bautista, puesto en el límite de los
dos Testamentos, cierra la era profética en que reinaba la esperanza, y
comienza la era de la fe que posee, sin verle en su divinidad, al Dios por
tanto tiempo esperado. Por eso, antes de que termine la Octava en la que
celebramos a S. Juan, la confesión apostólica se va a unir con el testimonio dado
por el Precursor del Verbo luz. Mañana, todos los ecos de los cielos repetirán
la palabra que Cesarea de Filipo oyó la primera:
“Tú
eres Cristo, Hijo de Dios vivo”; y Simón, hijo de Juan, por haber
pronunciado el oráculo, será puesto como base de la Iglesia. Mañana morirá, sellando
con su sangre su declaración gloriosa; pero sobrevivirá en los Pontífices
romanos, para guardar íntegramente el precioso testimonio, hasta el día en que
la fe dé lugar a la visión eterna.
Asociado a los trabajos de Pedro,
el Doctor de los gentiles compartirá su triunfo; y Roma, más deudora a sus dos
príncipes que a los guerreros que sojuzgaron el mundo, verá que su doble victoria
afirma para siempre sobre su augusta cabeza la diadema de la realeza de las
almas.
PREPARACIÓN A LA
FIESTA DE MAÑANA. — Regocijémonos y,
juntamente con la Iglesia, preparemos nuestros corazones mediante la
celebración litúrgica de esta Vigilia, procurando suplir con el espíritu las
austeridades de otros tiempos, que la Santa Iglesia, piadosa Madre, no ha
creído oportuno exigirnos a nosotros. Pensemos que el rigor que sabe imponerse
un pueblo en determinados días de preparación, es una señal de que conserva la
fe; con ello manifiesta que comprende la grandeza del objeto que la Liturgia
propone a su culto. Nosotros, cristianos de Occidente, cuya gloria delante de
Dios y de los hombres son Pedro y Pablo, fijémonos en la Cuaresma que los
griegos cismáticos comienzan al día siguiente de las solemnidades pascuales, en
honor de los Apóstoles, y que no termina hasta hoy. El contraste será tal, que
nos hará dominar las inclinaciones de una molicie, en la que la ingratitud
tendría no poca parte. Por lo menos, procuremos compensar con fervor, con
acciones de gracias y amor, las privaciones que tantas Iglesias han conservado,
a pesar de su separación de Roma.
“AÑO LITURGICO”
DOM PROSPERO
GUÉRANGER
Abad de Solesmes.
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