Los valerosos y nobles caballeros de Jesucristo, Marcos y
Marceliano, fueron romanos y hermanos de un vientre y de ilustre sangre, e
hijos de Tranquilino y de Marcia, personas muy ricas y principales.
Eran cristianos y ya
casados, y con hijos.
Los mandó prender por la fe de Cristo, Cromacio, prefecto de
Roma, y les condenó a gravísimos tormentos y a ser después degollados, si
dentro de treinta días no volvían en sí obedeciendo al mandamiento imperial y
adorando a los dioses del imperio.
En este espacio de tiempo no se puede
fácilmente creer las máquinas que usó el demonio para derribarlos, las batallas
que tuvieron, la batería y asaltos que les dieron su padre y su madre, sus
mujeres e hijos, sus deudos, amigos y conocidos que eran muchos, por ser los
santos mártires personas de tanta calidad y estima.
El glorioso san Sebastián, que era a la sazón caballero de la
corte imperial, y encubría exteriormente su fe para ayudar mejor a los
cristianos perseguidos, se halló presente a todos estos encuentros y combates: y
viendo que las entrañas de Marcos y Marceliano se ablandaban, con las lágrimas de
sus padres, esposas e hijos, juzgó que era tiempo de declarar lo que tenía encerrado
en su pecho, y manifestar que era cristiano, para que los dos hermanos no lo
dejasen de ser; ni dejasen de exponer su cuerpo a la muerte por la fe de
Jesucristo.
Entonces les habló tan altamente de la
brevedad, fragilidad y engaños de esta vida mortal, y de la certidumbre y
gloria de la bienaventuranza de que presto gozarían, que los dos santos
hermanos se determinaron a morir, y los que estaban presentes se convirtieron a
la fe del Señor, y fueron compañeros en el martirio de aquellos mismos a
quienes antes con palabras, llantos y gemidos persuadían a adorar los falsos
dioses.
Y así pasado el término de los treinta días, un juez llamado Fabián,
que había sucedido a Cromacio, y era hombre cruelísimo, mandó atar a los santos
hermanos en un madero y enclavar en él sus pies con duros clavos.
En este tormento estuvieron un día y una noche, alabando
al Señor y cantando a versos algunos Salmos repitiendo con singular afecto y
ternura aquellas palabras del real Profeta:
«¡Oh!
¡Qué buena y qué alegre cosa es habitar dos hermanos en uno!»
Finalmente, espantado el juez de la fortaleza
y perseverancia de los dos santos hermanos, que en lugar de desear verse libres
de aquellos grandes tormentos, le pedían que les dejase morir allí unidos de
aquella manera en amor de Jesucristo, mandó que los alanceasen y con este
género de muerte dieron sus almas a Dios.
Reflexión: Has visto como
estos dos santos hermanos movidos por la falsa compasión de los que les amaban
con solo el amor de la carne y sangre, llegaron a blandear con sumo riesgo de
perder la fe y la palma del martirio.
¡Alerta pues con las
seducciones del amor carnal, y de las amistades y respetos mundanos!
Porque si por una criminal condescendencia llegases a perder
la amistad de Dios, el alma y el cielo; ¿por ventura
podrían tus deudos o amigos librarte del infierno?
Y aunque ellos también se
condenasen, ¿acaso podrían darte allí algún alivio o consuelo con su
presencia y maldita compañía?
Deja pues su amistad,
si no puede compadecerse con la amistad de Dios. Un corazón magnánimo no ha de
temer a ningún hombre: solo ha de temer a Dios omnipotente.
Oración: Concédenos, oh
Dios todopoderoso, que pues
celebramos el nacimiento para el cielo de tus santos mártires Marcos y
Marceliano, seamos libres por su intercesión de todos los males que nos amenazan.
Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORUM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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