Después que la santa Iglesia
en el día de ayer celebró la fiesta de todos los santos, hoy extiende su
caridad, y ayuda con sus oraciones y sufragios a las almas del purgatorio.
Pues es dogma de fe que para poder entrar en
el cielo, han de purificarse y acrisolarse las almas de los que murieron en
gracia de Dios con pecados veniales, o sin haber satisfecho en vida enteramente
por los mortales que cometieron, y cuanto a la culpa les fueron perdonados. Las
obras con que podemos socorrerlas son tres:
—la primera y
principal es el santo sacrificio de la misa;
—la segunda, la oración;
—y la tercera, todas las obras penales con que
se satisface a la divina justicia, como son la limosna, ayunos, penitencias,
peregrinaciones, y cosas semejantes.
Además
de estos modos con que las personas particulares socorren a las almas del
purgatorio, el Sumo Pontífice concede indulgencias aplicables a ellas, no por
vía de absolución, sino por modo de sufragio, y como dispensador del tesoro de
la Iglesia, que son las obras y satisfacciones de Cristo y de los santos.
Ganando por las benditas almas estas indulgencias, y haciéndoles otros
sufragios, ejercitamos con ellas las obras de misericordia.
Porque
damos de comer al hambriento, y de beber al sediento, aliviamos con nuestra
caridad el hambre y la sed que aquellas santas almas tienen de Dios.
Consolamos
al enfermo, porque mucho padecen las almas del purgatorio en aquel lugar de
tormentos.
Rescatamos
al cautivo, porque cautivas están en aquella cárcel de expiación, y las
redimimos con indulgencias y limosnas.
Vestimos
al desnudo, alcanzándoles de la bondad de Dios la vestidura nupcial y sin
mancha, que han menester para entrar en el cielo.
Hospedamos
al peregrino, rogando al Señor que por los méritos de Cristo les abra las
puertas, de su palacio divino; y en fin, ¿no
es mayor obsequio el llevar aquellas almas al eterno descanso del paraíso, que
el dar a sus cuerpos sepultura?
Pero
aunque nos debemos compadecer de todos los que están en el purgatorio; especialmente
hemos de socorrer a nuestros deudos y amigos, a los padres e hijos, a los
maridos y mujeres, a los hermanos carnales y otras personas, con quienes tuvimos algún lazo más estrecho de sangre o
amistad.
Finalmente
mucho mayor cuidado debemos poner en cumplir las obligaciones de justicia que
pertenecen a ellos, ejecutando sus testamentos y mandas pías, y todo lo que
dispusieron para bien de sus almas.
Reflexión: Mientras
que el Señor nos da tiempo, procuremos ajustar nuestra vida con la ley de Dios,
y llorar nuestras culpas, y satisfacer por ellas en esta vida; aceptemos las
tribulaciones, como de su bendita mano, en penitencia de nuestras culpas; y
ayudemos a nuestros hermanos con las buenas obras que pudiéremos, para que
salgan del purgatorio puros y afinados; y cuando gocen de Dios nos ayuden con
sus oraciones y nos den la mano para llegar al puerto de salud, y gozar
juntamente con ellos de la eterna bienaventuranza.
Oración: Oh Dios, creador y Redentor de
todos los fieles, concede la remisión de los pecados a las almas
de tus siervos y siervas, para que consigan, por nuestras humildes súplicas, el
perdón que siempre desearon. Que vives y reinas por todos los siglos de los
siglos. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA
CRISTIANA. 1946.
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