En tiempo de los
emperadores Diocleciano y Maximiano vivían en la ciudad de Nimes en Francia dos
hermanos de claro linaje, de los cuales el mayor, llamado Donaciano se
aventajaba en la fe y virtudes cristianas, al menor, llamado Rogaciano, que
todavía era gentil.
Mas al fin le persuadió que se bautizase; y aunque Rogaciano
vino en ello, no pudo, porque por este tiempo llegaron a Nimes crueles edictos
contra los fieles, y el sacerdote que había de bautizarlo huyó de temor como
otros muchos cristianos.
A pocos días, un ciudadano de Nimes se fué
al juez y acusó a los dos hermanos.
Lo sintió mucho porque eran ricos y nobles,
y así les hizo llamar y les rogó que no menospreciasen la veneración de Júpiter
y Apolo por la doctrina nueva de Jesucristo, porque esto era enloquecer y poner
en riesgo la vida.
Respondieron los dos
hermanos, que no podían creer en los dioses y que debían y querían creer en Jesucristo,
y se tendrían por dichosos derramando por El su sangre.
Les encerraron, pues, en
una cárcel oscura donde los dos hermanos pasaron la noche en oración, suplicando
Rogaciano al Señor que la muerte le fuese el don del bautismo.
Entrado
el día, mandó el presidente que los sacasen delante de todo el pueblo cargados de
cadenas como estaban, y les dijo:
«Con indignación os
quiero hablar, porque o por ignorancia dejáis la religión y veneración de los
dioses, o lo que es peor por sacrílega obstinación los menospreciáis.»
A esto
respondieron los gloriosos mártires: «Tu ciencia es peor que
toda ignorancia, y tu religión supersticiosa es tan vana como esos dioses de
metal que adoras. Ya nosotros estamos dispuestos a padecer por el nombre de
Cristo los mayores tormentos que pudieres inventar, pues ningún daño recibirá
con ellos nuestra vida vueltos a Aquel de donde tuvo principio.»
El presidente, oída esta respuesta, se enfureció más y los mandó
poner en un potro, y que les rompiesen las carnes, para que si ya con el terrible
dolor y tormento no les pudiese mudar los ánimos, a lo menos con despedazar y
deshacer sus cuerpos quedase vengado.
Esta crueldad se ejecutó con todo rigor quedando los
invictos mártires despedazados; pero siempre estuvieron constantes y firmes en
la confesión de la fe y nombre de nuestro Señor Jesucristo; por lo cual los
verdugos, por mandato del presiente, con dos lanzas les traspasaron las
cervices y al fin les cortaron las cabezas.
De esta manera estos felices hermanos y
mártires gloriosos fueron a reinar con Cristo, siendo el uno al otro causa de
su salud eterna.
*
Reflexión: Esta fué buena
compañía y santa hermandad; y por esta causa triunfan ahora eternamente los dos
santos hermanos en la compañía de Dios y en el gloriosísimo coro de los
mártires.
Si tienes pues algún hermano, deudo o amigo a
quien mucho aprecias, y les ves andar por malos caminos, no le dejes perecer.
No se trata de exhortarle al martirio, y persuadir que se
ha de dejar quemar y desollar vivo; se trata de decirle que procure vivir nada
más que como buen cristiano, porque es gran desventura que un hermano se salve
y otro se condene, y que los verdaderos amigos se hayan de separar para siempre,
gozando uno en el cielo, y padeciendo el otro en el infierno.
Oración:
Oh Dios, que nos concedes tu gracia para venerar el
nacimiento a la verdadera fe de los santos hermanos mártires Donaciano y
Rogaciano, danos también la gracia de gozar en su compañía de la eterna
felicidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA.
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