Vestido de áspero cilicio,
rodeado de cadenas de hierro, y atado a una de ellas, dentro de una torre,
comiendo solo un poco de pan con unos dátiles y algunas raíces de yerbas y
bebiendo solo agua, vivía en la ciudad de Niza un varón santísimo llamado Hospicio
o Sospis.
Junto a esta torre había un monasterio cuyos
monjes dirigía el siervo de Dios.
Agradó tanto al Señor su gran penitencia y vida encerrada,
que hizo por él grandes maravillas.
Tuvo espíritu de
profecía con que muchos años antes que viniesen los fieros Longobardos a
Francia, lo anunció; y así aconsejó a los monjes que se fuesen a vivir a otro
lugar; y a los vecinos de Niza que se ausentasen, porque los bárbaros destruirían
su ciudad y otras seis poblaciones.
Todo fué así como el santo Hospicio lo
profetizó.
Llegaron también los
Longobardos a la torre del santo, y quitando tejas y rompiendo el techo
entraron, y como vieron a aquel hombre rodeado de cadenas, dijeron: «Este es, sin duda, algún
insigne malhechor»; y por un intérprete le preguntaron; que « ¿por qué estaba de
aquella manera preso?»
El
santo respondió, «porque soy el hombre peor
del mundo»:
y diciendo y haciendo, uno de los bárbaros sacó la
espada para cortarle la cabeza; pero al ir a descargar el golpe, se le quedó
seco el brazo y cayó la espada en tierra.
Entonces el soldado se echó
a los pies del santo, confesando su culpa; y el santo le echó la bendición
sobre el brazo y le sanó; con que reducido el bárbaro, se convirtió y se hizo
monje.
Así
predicándoles a Jesucristo desde sus cadenas redujo a muchos de aquellos
bárbaros.
Curaba toda suerte de enfermedades, sanaba mudos, ciegos y
tullidos, y lanzaba los demonios con poderosa virtud.
Pasada la furia de los Longobardos, los
monjes volvieron a su monasterio, y cuando el glorioso Hospicio conoció que se
acercaba su muerte, de que tuvo divina revelación, llamó al prior y le dijo: «Trae las herramientas necesarias y rompe esta pared, y di al
obispo que venga a sepultar mi cuerpo, porque mi hora es llegada, pues dentro
de tres días dejaré este mundo y me iré a gozar del eterno descanso.»
Luego avisaron al obispo de Niza, rompieron las paredes, entraron
dentro y halaron al santo lleno de gusanos y le desataron de sus cadenas.
«Ciertamente, les dijo, ya soy desatado de
las prisiones del cuerpo y me voy a reinar con Cristo.»
Pasados tres días se postró en oración y
después de, orar un grande espacio con
mucha abundancia de lágrimas, se puso sobre un escaño, y tendiendo los pies y
alzando las manos al cielo, entregó su espíritu al Señor.
Luego que hubo muerto,
desaparecieron los gusanos que roían sus carnes y quedó el cadáver hermoso y
resplandeciente: por lo cual el obispo lo hizo sepultar con grande pompa y
solemnidad.
Reflexión: Hemos visto en el
glorioso san Hospicio otro santo Job: pues comiendo sus
carnes los gusanos, estaba tan alegre y contento, cual pudiera estar otro cualquiera
gozando de los regalos y delicias del mundo.
«Oh
padre, le
dijo uno de los que entraron a verle cuando estaba para morir: ¿Y cómo es posible que puedas sufrir estos gusanos?»
A lo
que respondió el santo: «Porque me conforta aquel
Señor por quien yo padezco.»
¡Oh si
nosotros pusiésemos también en el Señor nuestro amor y confianza! ¡Qué ligeros y
suaves nos parecieran los trabajos y dolores que para nuestro bien el Señor nos
envía!
Oración:
Te rogamos,
Señor, que nos recomiende la
intercesión del bienaventurado Hospicio penitente, para que alcancemos por su patrocinio
lo que no podemos conseguir por nuestros merecimientos. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA.
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