La admirable venida del Espíritu Santo se refiere en el libro de
los Hechos de los apóstoles por estas palabras:
«Entrados los apóstoles en la ciudad de
Jerusalén, se subieron a una habitación alta, donde tenían su morada Pedro y
Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago, hijo de
Alfeo y Simón llamado el Celador y Judas hermano de Santiago. Todos los cuales,
animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración con las piadosas mujeres,
y con María la madre de Jesús y con los hermanos o parientes de este Señor. Al
cumplirse, pues, los días de Pentecostés, estando todos juntos en un mismo lugar,
sobrevino de repente del cielo un ruido, como de viento impetuoso que soplaba,
y llenó toda la casa donde estaban. Al mismo tiempo vieron aparecer unas como
lenguas de fuego, que se repartieron y se asentaron sobre cada uno de ellos:
entonces fueron llenos todos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en
diversas lenguas las palabras que el Espíritu Santo ponía en su boca. Había a
la sazón en Jerusalén, judíos piadosos y temerosos de Dios, de todas las naciones
del mundo. Divulgado pues, este suceso, acudió una gran multitud de ellos, y
quedaron atónitos, al ver que cada uno oía a los apóstoles en su propia lengua.
Así pasmados todos, y maravillados, se decían unos a otros: ¿Por ventura estos que
hablan, no son todos Galileos rudos e ignorantes? pues ¿cómo es que les oímos
cada uno de nosotros hablar nuestra lengua nativa? Partos, Medos y Elamitas, los
moradores de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y del Asia, los de
Frigia, de Panfilia, y del Egipto, los de la Libia, confinante con Cirene, y
los que han venido de Roma, tanto judíos, como prosélitos, los Cretenses y los
Árabes, los oímos hablar en nuestras propias lenguas las maravillas de Dios.» (Hechos de los Apóstoles, cap. II).
Los efectos que obró el
Espíritu Santo en los apóstoles fueron tan admirables como las obras con que
asombraron al mundo.
Les infundió una celestial sabiduría para que entendiesen y
comprendiesen los misterios altísimos de Dios que habían de predicar; les
imprimió en sus corazones la ley de gracia, alentándoles soberana fuerza para
cumplirla perfectísimamente, y sobre todo los abrasó con un amor tan encendido,
tan ardiente y fervoroso, que si mil vidas tuvieran, las ofrecieran por Cristo.
Este fuego de amor es el que los animaba para que
saliesen luego al encuentro a todo el poder del mundo y del infierno: y para
decir en pocas palabras lo que obró por ellos este divino Espíritu en esta
venida, no es menester sino considerar la conversión del mundo que resultó de
ella por la predicación de los sagrados apóstoles; los cuales, no eran más que
doce pobres y despreciados pescadores, sin elocuencia ni sabiduría humana, sin
favores ni amistades de príncipes.
Reflexión:
Además de
aquella primera venida tan visible y prodigiosa del Espíritu Santo, hay otra
invisible que siempre dura y obra cosas muy admirables en las almas de los
justos enriqueciéndolas con sus dones y con su real presencia.
Él es el que alumbra con soberana luz su entendimiento,
el que enciende en amor de Dios su voluntad; de manera que los que le reciben
por una sincera conversión se sienten como trocados en otros hombres muy
diferentes de los que antes eran.
Oración: Oh Dios, que en el día de hoy, derramando la luz del
Espíritu Santo sobre los corazones de los fieles, les enseñaste la verdad
divina; concédenos que por el mismo Espíritu sintamos de ella rectamente, y gocemos
siempre de su consolación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA.
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