En
sus dos obras, “Instructiones” y “De laude
Eremi”, San Euquerio dice que
San Vicente de Lérins “se distinguía por la elocuencia
y el saber”. Se
cree que el santo era hermano de San Lupo de Troyes. Probablemente había sido soldado
antes de tomar el hábito religioso en la abadía de Lérins, situada en una de
las islas de la costa de Cannes, llamada actualmente San Honorato, en honor de
su fundador. En el año 434, casi tres
años después de terminado el Concilio de Efeso, San Vicente compuso en Lérins,
donde había sido ordenado sacerdote y era monje, el “Commonitorium” contra las
herejías, que le ha hecho famoso.
En dicha obra se refiere a sí mismo como a un peregrino extranjero
que, para huir del mundo y de sus placeres vanos y pasajeros, se entregó al
servicio de Cristo en el retiro del monasterio como el último de los monjes. El santo hace notar que la lectura de los Santos
Padres le permitió reunir una serie de principios o criterios para distinguir
la verdad cristiana del error y que se tomó el trabajo de redactarlos, en
primer lugar para su propio uso, y como una ayuda para la memoria. San Vicente
desarrolló sus primeras notas en un tratado que constaba de dos partes, la
segunda de las cuales se refería principalmente al Concilio de Efeso. Pero esa
parte se extravió tal vez a consecuencia de un robo y tuvo que contentarse con
añadir a la primera parte una especie de resumen o recapitulación.
En la
obra de San Vicente, que consta de cuarenta y dos breves capítulos y que San
Roberto Belarmino calificaba de “pequeña por su contenido
y grande por su valor”, se
encuentra por primera vez enunciado el principio de
que para afirmar que una verdad pertenece a la doctrina católica, tiene que
haber sido sostenida siempre y en todas partes por todos los fieles: “quod ubique, quod semper, quod ab ómnibus creditum est”. Por consiguiente,
hay que resolver los puntos dudosos al aplicar este criterio de universalidad,
antigüedad y unanimidad, lo cual equivale, en la práctica, a probar que la
mayoría de los obispos y doctores han sostenido, unánimemente, dicha verdad. La Biblia no puede ser el único criterio de
verdad, porque está sujeta a diferentes interpretaciones y la citan tanto los
ortodoxos como los heterodoxos; así pues, la única interpretación autorizada de la Biblia
es la que da la tradición de la Iglesia, puesto que sólo esta tiene derecho de
interpretarla. Cuando aparece una nueva doctrina, hay que
confrontarla con la universal de la Iglesia; si en algún caso no se puede aplicar
este criterio de universalidad a causa de la divulgación de la herejía en un
período determinado de la historia, hay que referirse a la doctrina de la Iglesia
primitiva. Y si ya en la primitiva Iglesia había empezado a difundirse ese error,
hay que resolver el problema basándose en la fe de la mayoría. San Vicente
admite la existencia del progreso dogmático, pero afirma que sólo es legítimo
cuando conserva la identidad y todas las características esenciales, como el
árbol respecto de la semilla y el ser humano respecto de la célula germinal. La
tarea principal de los Concilios consiste en dilucidar, definir y subrayar las
doctrinas que la Iglesia universal ha enseñado, creído y practicado desde que
existe. La autoridad de la Sede Apostólica es la que sostiene el testimonio de
los Padres, de los Doctores y de los Concilios.
Existe una literatura inmensa sobre el Commonitorium
de San Vicente, y los juicios de los autores son muy diversos. El
tratado fue escrito en una época en que la controversia sobre la gracia y la
libertad estaba en todo su furor, sobre todo en el sur de Francia y muchos
autores de nota consideran la obra de San Vicente como un ataque velado contra
el predestinacionismo exagerado de la doctrina de San Agustín. Para probarlo,
arguyen que, cuando apareció el Commonitorium, el abad de Lérins y muchos de
los monjes eran semipelagianos; que San Vicente emplea en muchos pasajes la
terminología semipelagiana; y que la célebre defensa del agustinismo que
publicó San Próspero de Aquitania, refutaba las objeciones de un tal Vicente, a
quien dichos autores identifican con San Vicente de Lérins. Pero el nombre de
Vicente era entonces muy común; por otra parte, aunque el santo emplea en
algunos pasajes la terminología semipelagiana, otros pasajes de su obra
recuerdan tanto los términos del Credo de San Atanasio, que no han faltado
quienes atribuyeran este último documento a San Vicente de Lérins. Como quiera
que sea, el problema del semipelagianismo de San Vicente no está todavía resuelto
del todo; pero, si el santo erró en ese punto, erró en compañía de muchos otros
hombres de Dios. Ignoramos la fecha
exacta de la muerte de San Vicente, pero debió acontecer hacia el año 445.
Sabemos
muy poco sobre la vida de San Vicente de Lérins. El breve relato de Acta
Sanctorum (mayo, vol. V) se basa principalmente en el De viris illustribus de
Genadio de Marsella.
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