Nació Andrés Bobola en el año 1592 en un
castillo del Palatinado de Sandomir. Si bien Polonia no había todavía desaparecido como
nación, llevaba ya en sus entrañas gérmenes de descomposición y muerte. El
cisma y la herejía empezaban a resquebrajar la unión de aquel reino: todo era
ya partidismos y sangrientas contiendas. Los más valientes soldados
morían desdichadamente en las continuas luchas que entre sí tenían los nobles,
llevados de la ambición y de su índole e inclinación guerrera. Añádase a esto
las invasiones de los suecos y los incesantes saqueos y pillajes de los cosacos
rusos, y se podrá fácilmente formar concepto de las ruinas de orden físico y
moral que fueron acumulándose año tras año. No faltaron, con todo, hombres magnánimos y valerosos,
los cuales, con su abnegación y talento, fueron parte para que Polonia se
detuviese algún tiempo en la pendiente mortal. Los padres Jesuitas en
particular, tenían en aquella nación muchos colegios, en los que educaban
cristiana y varonilmente a la flor de la nobleza polaca; sus misioneros ejercían
notable influencia en la masa del pueblo. Estos remedios, empero,
eran impotentes para ataiar los progresos del mal.
NIÑEZ Y JUVENTUD
La
familia Bobola era de muy antiguo y noble linaje. Dio valientes capitanes al ejército,
bienhechores insignes y santos religiosos a la Compañía de Jesús. El niño Andrés
llevaba en su sangre gérmenes de patriotismo y santidad.
Le enviaron sus padres, siendo todavía jovencito,
a estudiar y educarse con los padres Jesuitas de Sandomir. Muy presto se señaló
entre todos los condiscípulos por su raro ingenio y más aún por su admirable
devoción. A los diecinueve años de edad,
el día 2 de julio de 1611, entró en el noviciado de los Padres, en Wilna.
Con la práctica de las virtudes religiosas
logró dominar su genio vivo y ardiente. Acabados los estudios de Filosofía y
Teología, le enviaron sus superiores de profesor al colegio de Brunsberg. Era
maravilla ver cómo se ingeniaba para amoldarse a la capacidad intelectual de
los niños, granjearse su estimación y ganar su confianza; enseñarles la
doctrina era su mayor contento: a ello se obligó con especial empeño y nunca
dejó incumplida aquella determinación. Se ordenó de sacerdote en Wilna en el mes de marzo del
año 1622, el mismo mes en que fueron canonizados San Ignacio y San Francisco
Javier.
SU ABNEGACIÓN
Cuando
Andrés hubo profesado con votos perpetuos fué nombrado
superior del Colegio de
Bobruisk. Este cargo le tenía muy sujeto y
le
impedía darse con celo y eficacia a otras apostólicas tareas; por
eso
pidió y logró
licencia para dejarlo, y así pudo abrazar la vida de misionero, en la que perseveró por espacio de veintiún años.
El año de 1625 fué Polonia afligida con el
azote de la peste que asoló pueblos enteros. La población huía consternada;
los enfermos quedaban abandonados y los muertos insepultos. La descomposición
de los cadáveres emponzoñaba el aire, y con eso aumentaba el peligro del
contagio. Los campos y huertas se trocaron en estériles barbechos, de suerte
que, antes de mucho tiempo, a los horrores de la peste se juntaron los del
hambre.
En tan angustioso trance, el esforzado
misionero sólo obedeció a los impulsos de su ardiente caridad. Se le vio recorrer
los más incómodos y fragosos caminos y llegarse a las aldeas más míseras y
malsanas, sin que fueran parte para detenerle, ni el hambre, ni el frío, ni las
lluvias. Enterraba a los muertos, asistía a los enfermos con paternal
providencia, atendía al servició de los cuerpos y sanaba las almas. Con
su ejemplo infundió aliento y valor a los supervivientes. Al fin, disminuyó la
mortandad y cesó la peste sin haber contagiado a nuestro Santo. Pasados cinco
años, en el de 1630 y luego otra vez en el de 1633, cundió de nuevo el azote
por aquellas comarcas, y otra vez acudió Andrés en auxilio de los apestados con
valor y abnegación sobrehumanos.
CONVIERTE A LOS CISMÁTICOS
Como
si no bastara la epidemia para afligir al reino de Polonia, cuadrillas de
cosacos destrozaban aquella nación; todo lo llevaban a sangre y fuego, y no
pocos misioneros murieron a mano de los invasores rusos. Andrés Bobola no
se daba un instante de descanso; de continuo estaba socorriendo y consolando a
los desgraciados, y enseñándoles a padecer con cristiana resignación.
Con estas muestras de caridad vino a ganar el corazón de los
cismáticos. ¿Cuándo les habían dado sus sacerdotes semejantes
ejemplos de abnegación? La masa del pueblo empezaba a convertirse;
varias poblaciones con sus pastores volvieron a la unidad de la fe católica.
No estaba lejano el tiempo en que no quedaría
un solo cismático en todo el reino de Polonia. Los sacerdotes disidentes,
esparcidos como estaban por todo el territorio, no podían ayudarse unos a
otros, y aisladamente no había quién resistiese al empuje de tan valeroso adversario.
Finalmente, viéndose en situación insostenible, levantaron sus reales de toda
Polonia y se concentraron todos ellos en Lituania para tener allí como un
baluarte inexpugnable.
Pero
el gobernador de aquella provincia, el príncipe Radziwill, era ferviente católico.
Para hacer
frente a la invasión de los cismáticos, no halló mejor providencia que llamar a
los padres Jesuitas y darles residencia en la ciudad de Pinsk.
SAN ANDRÉS BOBOLA EN PINSK
Partió el padre Bobola
para Pinsk, lugar estratégico y de mayor peligro, pues gustaba de hallarse en las
avanzadas para observar más de cerca al enemigo. Lo mismo fué llegar el
bienaventurado Andrés a la ciudad, que enfurecerse contra él los sacerdotes
cismáticos, los cuales echaron mano de todos los artificios para hacerle cruel
guerra.
Sabían
que era muy amigo de los niños; por eso mismo quisieron que éstos fueran sus
verdugos. Empujados por los cismáticos, aquellos
muchachuelos solían ir a esperarle a la puerta del convento y, en cuanto salía,
le soltaban mil injurias y baldones que ellos mismos no entendían. Muchas veces,
después de las burlas venían las piedras y, ya cansados, le seguían en
cuadrilla por todas partes. Si el Santo entraba en alguna casa para ejercitar la
caridad, los chiquillos le aguardaban a la puerta, y a la salida, otra vez
alborotaban el barrio con gritos injuriosos, silbidos y palabrotas.
El
padre Bobola lo aguantaba todo con heroica paciencia, sin que de su boca
saliese una sola palabra de queja; y no es que no padeciese con aquel tormento.
En balde trabajó para ganar el afecto de aquellos niños mostrándose bueno y
manso con ellos y hablándoles con caridad y afabilidad. Empezarles a hablar y escaparse todos
tapándose los oídos era uno. «¡Brujo, brujo», le
gritaban a una voz y con tanta fuerza que sus clamores cubrían la voz del Santo.
Este tormento duró varios años.
EN PODER DE LOS COSACOS
Los cristianos
disidentes, por el odio que tenían a San Andrés, solían llamarle el «ladrón de almas», y
en esto no se equivocaban, porque era patente que, desde su llegada a Pinsk, las
conversiones se multiplicaban sin cuento y cada día aumentaba el descrédito de
los sacerdotes cismáticos. En vez de escuchar, si no
con docilidad, a lo menos con respeto y cortesía, la voz de la verdadera
Iglesia de Cristo, quisieron acabar cuanto antes con el santo misionero; triunfar de él con sólo discursos érales imposible; prefirieron echar
mano de la fuerza, llamando en su ayuda a los cosacos, inhumanos y crueles.
El día 16 de mayo de 1657, estaba predicando en la ciudad
de Janow, cuando de repente se produjo gran tumulto en la iglesia. Avisaron al
misionero que la caballería cosaca había invadido y tomado la ciudad, que el sacerdote
católico estaba detenido y que a él le andaban buscando por todas partes.
¿Qué partido tomar? Hacía tiempo que Andrés deseaba el martirio. Ahora que la Providencia le ofrecía ocasión favorable,
se guardó bien de menospreciarla. Entretanto, los católicos le rodean solícitos
y le suplican que se ponga a salvo; traen un coche y el buen Padre no tiene más
remedio que ceder a las instancias de la muchedumbre y montarse en el coche,
que arranca a galope.
Pero apenas pasadas las
últimas casas del pueblo, ven con asombro que los cosacos se les vienen encima.
El cochero, asustado, huye al bosque a toda prisa. Los enemigos llegan,
detienen al misionero y, en habiéndole conocido, dan gritos de alborozo. Nuestro
Santo se deja prender sin resistencia:
—« ¡Hágase la voluntad del Señor!», se
contenta con decir humildemente.
Los bárbaros cosacos le arrastran al bosque, le despojan
de parte de sus vestidos y le azotan cruelmente. Cortan luego algunas ramas,
las mojan, y trenzan con ellas una corona que colocan sobre la cabeza de su
víctima.
Las ramas, al secarse, se estrechan y aprietan la cabeza del
mártir como con un torno. Hecho esto, los soldados montan a caballo. Mandan al
padre Bobola que se ponga entre dos caballerías, le atan las manos a los arreos
y echan a correr camino de Janow. Un cosaco armado de un hacha iba detrás del
santo preso, y con ella le daba recios golpes si intentaba pararse o ir más
despacio.
MARTIRIO DEL SANTO
El
jefe de los cosacos aguardaba a sus soldados a las puertas de Janow. Cuando
llegaron, le presentaron el santo misionero.
— ¿Eres sacerdote romano? —
le preguntó con dureza.
— «Sí, soy sacerdote
católico. En esta fe nací y en ella quiero morir. Mi fe es la verdadera, la
buena, la que lleva al cielo... Soy religioso y no puedo abjurar de mi santa
fe... Vosotros, convertíos y haced penitencia, porque si permanecéis en
vuestros errores, no os salvaréis. Si por el contrario los menospreciáis y
abrazáis la fe santa que yo profeso, entonces empezaréis a conocer de veras a
Dios y salvaréis vuestras almas».
Se enojó aquel bárbaro
oficial al oír estas palabras y levantó su espada para dar con ella en la
cabeza del santo misionero. El mártir intentó parar el golpe con su mano, la
cual quedó casi completamente cortada. Otro sablazo le cortó el tobillo y le
derribó al suelo. Lleno
entonces de fe y amor de Dios, el bienaventurado Andrés exclamó:
«Creo y confieso que así como no existe sino
un solo Dios, así no hay sino una sola y verdadera Iglesia, una sola y
verdadera fe católica, que fué revelada por Jesucristo y predicada por los
Apóstoles; a ejemplo de ellos y de los mártires, padezco y muero de muy buena
gana».
Se apoderó ciego furor de aquellos crueles soldados al
oír esta sublime profesión de fe. Penetraron desordenadamente en una carnicería
que allí cerca estaba, despojaron a la víctima de los pocos vestidos que le
quedaban, la colgaron del techo por los pies, y le abrasaron todo el cuerpo con
teas encendidas. Ni una sola palabra de queja salió de boca del valeroso mártir
mientras le atormentaban; rogaba por sus verdugos y pronunciaba a cada paso el
santísimo nombre de Jesús. Luego continuaron torturándole con mayor crueldad
que hasta entonces.
Un
panegirista lo cuenta de esta manera:
«Aquellos caníbales mezclaban su crueldad con bromas y
chanzas impías:
«Sacerdote romano —
le dijeron—, llevas una tonsura
pequeñísima; verás cómo te la hacemos mucho mayor»; en diciendo eso, le
señalaron un gran círculo en la cabeza, desollándola con un cuchillo muy
violentamente.
«Ahora te enseñaremos lo
que haces en la iglesia romana: con tus manos vuelves las hojas del misal; pues
así volveremos nosotros la piel de todo tu cuerpo»; y cogiendo aquellas
manos que no se levantaron nunca sino para bendecir, las desollaron totalmente,
cortaron los músculos y le quebraron las articulaciones.
«Es sacerdote — añadieron—, démosle una casulla»; le tendieron en una
mesa, y a trozos le fueron quitando la piel de la espalda y cubrieron aquella
inmensa llaga con paja desmenuzada.
«Papista — le decían—, nunca celebraste con tan precioso ornamento».
Le cortaron la nariz y los labios; ya no tiene cara de
hombre: el furor de los cosacos no está saciado todavía.
«Es un monstruo — claman los verdugos—, pero le faltan las garras; pongámoselas»; sacan punta a unas astillas de madera de pino y se las clavan
entre carne y uña en las manos y en los pies. Pero como al santo mártir le
quedaba aún fuerza para pedir al cielo misericordia y suplicar a los cismáticos
que se convirtiesen a la pureza de la fe católica y la unidad de la Iglesia
romana, aquellos bárbaros se precipitaron otra vez sobre su víctima.
Le abrieron un gran orificio en la nuca y por
él le arrancaron la lengua, para mayor ferocidad; después de mostrarla, cual
trofeo de su triunfo, la tiraron muy lejos con grandísimo desprecio. Todavía
respiraba Andrés. El jefe de los cosacos puso fin a sus tormentos de un sablazo
brutal.»
Al instante brilló sobre Janow una luz resplandeciente; los
cosacos, asustados, huyeron. Con eso se sosegó el ánimo de los católicos, los
cuales llevaron el sagrado cadáver al colegio de Pinsk, donde fué sepultado.
MILAGROS ACAECIDOS DESPUÉS DE MUERTO
Los cosacos continuaron saqueando la
provincia de Lituania, y su presencia era una amenaza perpetua para los
colegios de la Compañía. Cuarenta y cinco años después de estos sucesos, estando
el superior de Pinsk, en oración, vio que venía a él un hombre vestido de Jesuita,
el cual le dijo: «Soy Andrés Bobola, tu
hermano, martirizado por los cosacos. Busca mi cuerpo, sepáralo de los demás
cadáveres, y será protector del Colegio».
El superior mandó hacer algunas excavaciones, pero en
balde. Se le apareció otra vez el santo mártir, y le dijo:
«Mi cuerpo está enterrado
a izquierda, en el rincón; buscad allí y lo hallaréis».
Se halló, en
efecto, el sepulcro en el lugar señalado; lo abrieron y encontraron un
religioso vestido con casulla y estola. Los ornamentos sagrados estaban
deshechos, pero el cuerpo no había perdido su natural lozanía. Por las llagas
no cicatrizadas salía todavía sangre muy fluida y roja, y del sepulcro se
exhalaba suavísima fragancia que llenó la capilla.
En
breve cundió por la ciudad de Pinsk y por todo el reino de Polonia la noticia
de tan maravilloso prodigio. De allí en adelante, Andrés Bobola fué honrado como Santo por
los fieles, y el Señor manifestó el poder de mi siervo con innumerables
milagros. Por aquel entonces, estaba ya destruida la carnicería
donde fué martirizado, y nadie sabía el lugar exacto en que el Santo había
padecido tan crueles tormentos. El año de 1717, los fieles pusieren una gran
cruz en el sitio en que se suponía haber ocurrido este sangriento martirio; «pero el día 1. ° de noviembre de 1723 —refiere el padre Rzewgki— se vio bajar del ciclo una cruz resplandeciente, la cual fué a posarse
en un lugar poco distante de la cruz puesta seis años antes. Aquel prodigio
quedó visible toda la noche y muchísimas personas pudieron contemplarlo admiradas.
Al principio de la aparición, un hombre vestido de negro cuyas rayas rojas, y
muy parecido al padre Bobola, estaba extendido en la cruz. Su rostro era
moreno; parecía lívido y acardenalado, pero no se veían heridas. La parte
superior del cuerpo estaba mejor formada. Se hubiera dicho una imagen dibujada
en papel blanco o en la nieve. Desapareció al cabo de poco tiempo. Al día
siguiente, se renovó la misma aparición en medio de grandísima concurrencia de
espectadores. Fué erigida una cruz en el lugar del prodigio, que vino a ser,
andando el tiempo, centro de piadosa y tradicional romería».
VENERACIÓN DE LOS CATÓLICOS Y
CISMÁTICOS AL SANTO. —LA CANONIZACIÓN
Tantos
y tan extraordinarios portentos, aumentaron la veneración de los polacos hacia
San Andrés Bobola. En el año de
1808, los Jesuitas trasladaron el precioso cuerpo al colegio de Polotsk;
cuatro años después, cuando las guerras de Napoleón, los soldados arrasaron el convenio;
pero dejaron intacta la cripta que guardaba los preciosos restos de San Andrés.
Al ser expulsados de Rusia los Jesuitas, el año de 1820, per un «ucase» o decreto del zar, confiaron la
guarda de las reliquias a los padres Dominicos que tenían a su cargo el
servicio de la parroquia. Allí permanecieron por espacio de un siglo, hasta el año de 1919, veneradas no sólo por
los católicos, sino por los mismos cismáticos, los cuales querían reparar de
aquella suerte el crimen de sus antepasados.
En
1719 abrióse un proceso canónico en Janow
y Wilna, donde declararon el sacerdote
Szalka, arcipreste de Janow, y otros dos testigos oculares ya muy viejos,
llamados Czertwertinski y Martín,
los cuales habían presenciado el martirio. Por su parte, el rey de Polonia, Augusto II, el episcopado y los grandes
dignatarios polacos y lituanos pidieron con instancia al Papa que se abriese el
proceso de beatificación, lo que hizo Benedicto
XIII el año de 1730.
Benedicto
XIV, el año de 1755 le declaró Venerable después de reconocer que su muerte
tuvo carácter de martirio. Pero los trastornos de la Iglesia y del reino de
Polonia, que fué tres veces repartido, retardaron esta causa de beatificación.
Finalmente, a los 30 de octubre de 1853,
la Santidad del papa Pío IX beatificó al
mártir de Janow.
Los
años de 1808, 1857, 1896 y 1919, la autoridad eclesiástica procedió a la
apertura del sepulcro del Santo, y el sagrado cuerpo se halló perfectamente conservado,
con las señales de los tormentos padecidos dos y tres siglos antes. Por último,
el 17 de abril de 1938. Su Santidad Pío XI le canonizó con gran
solemnidad, juntamente con San Salvador
de Horta y San Juan Leonardo.
PROFANACIONES BOLCHEVIQUES. — EL CUERPO
DEL MÁRTIR EN ROMA
Pretendieron los bolcheviques hacer desaparecer el sagrado
cuerpo del Santo en el mes de agosto de 1919; pero impidió esta profanación el arzobispo auxiliar de Mohilev,
que se opuso a ello con apostólico valor. A poco, el tratado de Riga atribuyó a
los comunistas la ciudad de Polotsk, y entonces llevaron a efecto el sacrílego
designio, a pesar de las protestas de los católicos. El día 20 de junio de 1922, el cadáver del santo mártir fué llevado a
Moscú, y depositado en el Museo de Medicina para prácticas de Anatomía.
Muy afligido con tan odiosa profanación, el papa Pío XI, tras largas diligencias
del padre Walsh, de la Compañía de Jesús, director de una comisión pontificia
de auxilio a las poblaciones hambrientas de Rusia, logró que el santo cuerpo
fuese llevado a Roma. Llegó el día 1.° de noviembre de 1923 y fué depositado en el
Vaticano, en la capilla de la condesa Matilde.
Finalmente, por mandato del Papa, el día 18 de
mayo de 1924 fué trasladado a la iglesia de «Gesú» de los padres Jesuítas,
donde se le dieron solemnísimos cultos por espacio de tres días. El misionero mártir polaco descansa en aquella
celebérrima iglesia, en la que se guardaba ya el brazo de San Francisco Javier,
modelo y patrono de los misioneros.
EL
SANTO DE CADA DIA
POR EDELVIVES
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