Santa Mónica, gloriosa madre de san Agustín, fué de nación
africana e hija de padres cristianos, que la criaron con toda honestidad y
virtud.
Siendo niña se levantaba de noche a rezar
las oraciones que su madre Facunda la enseñaba, y era tan amiga de hacer
limosna, que de su propia comida quitaba parte para dar a los pobres.
Deseó perseverar en virginidad; pero condescendió con la voluntad de sus padres,
que la casaron con un varón llamado Patricio, el cual, aunque era hombre noble,
era gentil.
Tuvo mucho que sufrir con él santa Mónica, mas fué tal su
prudencia, sufrimiento y buen término, que no solo ablandó el carácter áspero y
colérico del marido, sino que también le ganó para Jesucristo. Más le costó
rendir a su propio hijo san Agustín, porque siendo mozo se enredó en los vicios
y liviandades y en los desatinos de los herejes Maniqueos, y la santa madre
derramaba ríos de lágrimas por su hijo, y clamaba de día y de noche sin cesar
al Señor, suplicándole que le sacase de aquella profundidad de errores y
torpezas en que estaba.
Era
esto de manera que no podía reposar ni sosegar en espíritu, y así acudiendo una
vez a su santo obispo, rogándole que le enseñase y convenciese, el buen obispo
la consoló diciendo: «Por vida vuestra,
señora, que no es posible que perezca un hijo de tantas lágrimas.».
Quiso san Agustín dejar la ciudad de
Cartago, donde leía retórica y pasar a Roma para valer más.
Procuró la santa estorbárselo por todos los
medios que pudo; y en fin él la engañó y se fue a Roma, donde tuvo una grave
enfermedad, de la cual le libró el Señor por las oraciones de su buena madre, la
cual se determinó de pasar el mar y buscarle por Italia.
Le halló en Milán, a donde había sido enviado de Roma para
enseñar retórica, y en aquella ciudad, con la comunicación y sermones de san Ambrosio,
se convirtió y bautizó, a los treinta y cuatro años de edad.
Volviendo, pues, santa Mónica muy consolada y alegro con
su hijo san Agustín, para África, y habiendo llegado a la ciudad de Ostia
aguardando embarcación, hablando a solas con su hijo del amor y deseo de las
cosas celestiales, le dijo que nuestro Señor le había cumplido su deseo de
verle cristiano, y cayó luego enferma tan gravemente, que a los nueve días pasó
de esta vida mortal a la vida perdurable, siendo de edad de cincuenta y seis
años.
Desde que murió esta santa se hizo memoria
de ella con singular veneración en toda la Iglesia.
Reflexión:
De su madre,
dice san Agustín, que gobernaba
su casa con gran piedad, ejercitándose continuamente en loables obras, que
criaba sus hijos en el temor de Dios, regenerándoles tantas veces, cuantas ellos
se apartaban del camino de la virtud, que era muy amiga de hacer amistades
entre las personas que se tenían mala voluntad, y que nunca refería cosa que
hubiese oído de los unos a los otros, procurando en todo unir los corazones
desunidos y quitarles la amargura del odio con la dulzura de la santa caridad.
Tengan presente este ejemplo todas las madres y señoras
cristianas, para que sus familias sean un cielo de paz, y críen sus hijos, no
para ser unos condenados del infierno, sino para verles gozar de su gloriosa
compañía en la gloria.
Y si se apartaren, como
san Agustín en su mocedad, del camino del bien, no cesen como santa Mónica, de
rogar por ellos al Señor, hasta lograr su conversión.
Oración:
Oh Dios, consuelo de los afligidos y salud de los que en
ti esperan, que atendiste misericordiosamente a las piadosas lágrimas de la
bienaventurada Mónica en la conversión de su hijo Agustín, concédenos por la intercesión
de entrambos que lloremos nuestros pecados y hallemos el perdón de ellos en tu
gracia. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS
SANCTORVM
DE
LA FAMILIA CRISTIANA.
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