—San Hermenegildo, príncipe de España y mártir glorioso, fué hijo
de Leovigildo, godo, y hereje arriano, rey de España, el cual tuvo dos hijos: a
Hermenegildo, que era el mayor, príncipe y heredero del reino, y como a tal le
dio el título de rey; y a Recaredo, que, por muerte de Hermenegildo, su
hermano, sucedió en el reino. Se
criaron estos dos príncipes con la leche ponzoñosa de la herejía arriana que
tenía su padre y los godos habían traído a España, hasta que, habiendo crecido
Hermenegildo en edad y discreción, conoció su engaño, y alumbrado del Señor y
enseñado de san Leandro, arzobispo de Sevilla, se convirtió con entero corazón a
la santa fe católica, detestando la herejía. Entendieron esto los católicos,
que ya había muchos en España, y se aficionaron extrañamente a Hermenegildo, no
sólo como a su príncipe, sino también como a caudillo y defensor valeroso de la
fe católica, por cuyo medio pensaban que podrían prevalecer y librarse de la
tiranía de los herejes arrianos y del mismo rey Leovigildo, que cruelmente los
perseguía. Hubo entre el rey Leovigildo y el príncipe, su hijo, algunos debates
y diferencias, al principio mansamente, y después con rompimiento de guerra; porque
el rey, a más de querer sustentar en el reino su falsa creencia y error, temió
que por este camino su hijo se apoderaría, del reino y le desposeería. Y el príncipe
Hermenegildo, como conocía la verdadera y pura religión católica, juzgaba que
estaba obligado a ampararla, y si fuese menester, morir por ella: y así, en una
carta que escribió a su padre, le dice estas palabras: «Si os enojáis porque sin
vuestro parecer he osado trocar religión, yo os suplico que me deis licencia
par a tener justa pena, por ver que aún no me concedéis que yo tenga más cuenta
de mi salvación que con las otras cosas de esta vida. Y sabed que estoy aparejado,
si fuere menester, a dar la sangre y la vida por mi alma, porque no es justo
que el padre carnal pueda más que Dios, ni que tenga más fuerza con su hijo que
la propia conciencia.»
Finalmente, después de muchos trances que pasaron entre el padre y el hijo,
faltándole a Hermenegildo los socorros que aguardaba de fuera de España, y la lealtad,
celo y calor de los que en ella le seguían, vino a manos de su padre, el cual,
preso y aherrojado le hizo llevar a Sevilla y ponerle en una torre, donde por
mandado de su mismo padre fué martirizado por Cristo, de la manera que san
Gregorio
escribe en el libro de sus Diálogos, por estas palabras, que por ser suyas me
ha parecido a la letra poner aquí:
«Hermenegildo, dice, rey o hijo de Leovigildo,
rey de los visigodos, por persuasión de Leandro, arzobispo de Sevilla, dejó la
secta arriana y se convirtió a la fe católica, lo cual, sabido por su padre,
procuró de reducir a su hijo a la herejía, que había dejado, con grandes
promesas y amenazas; mas el santo mozo estuvo fuerte y constante, y respondió
que por ninguna cosa dejaría aquella fe y religión, que una vez había conocido por
verdadera y tomado. Por lo cual el padre le privó del reino y le despojó de
todos los bienes que tenía. Y como esto no bastase para ablandar y vencer aquel
pecho fuerte de Hermenegildo, le mandó poner en una estrecha cárcel, y cargarle
de hierros y cadenas. Estando en la cárcel el santo mozo, comenzó a tener en
poco el reino de la tierra y a desear mucho el del cielo; y para alcanzarle, no
contentándose con las prisiones y penas que sufría, se vistió del silicio,
haciendo continuamente oración al Señor, suplicándole que le diese esfuerzo para
pasar con alegría aquellas persecuciones y trabajos que padecía, menospreciando
la gloria vana y transitoria del mundo con ánimo igual al conocimiento que él
le había dado de cuan nada era todo lo que había perdido y su padre le había
podido quitar. Vino la festividad de la Pascua, y aquella noche el pérfido rey
Leovigildo envió un obispo arriano a la cárcel para que su hijo recibiese la
comunión del sacratísimo cuerpo de Cristo de la mano sacrílega de aquel hereje,
prometiéndole, si lo aceptaba, de admitirle en su gracia. El santo mozo, aunque
estaba atado y afligido en el cuerpo, estaba libre y despierto en el alma; y
estimando en más la gracia de Dios que la de su padre, echó de sí al obispo
arriano reprendiéndole y diciéndole las palabras que merecía oír. Cuando el padre
supo lo que había pasado al obispo con su hijo, salió de sí, y arrebatado de la
saña y furor envió sus soldados y ministros para que allí donde estaba le
matasen, y así se hizo; porque entrando en la cárcel le dieron un golpe con un
hacha en su santo cerebro, y le quitaron la vida corporal que el mismo santo
con tanta constancia había menospreciado. Mas para mostrar la gloria de su
martirio hizo Dios algunos milagros, porque en el silencio de la noche se oyó una
música celestial sobre el cuerpo del rey y santo mártir, que por serlo fué
verdaderamente rey. Y también se dice que aparecieron muchas lumbres encendidas
sobre el mismo cuerpo, entendiendo los fieles por estas señales que debían reverenciarle
como a cuerpo de mártir glorioso. Y el padre pérfido y homicida de su hijo tuvo
dolor y arrepentimiento de lo que había hecho, mas no de manera que le
aprovechase para alcanzar la salud eterna; porque puesto caso que conoció que
la fe católica es la verdadera, pero no se atrevió a confesarla públicamente
por temor de sus súbditos y por no perder el reino; y cayendo enfermo, y
estando para morir, encomendó a Leandro, obispo, a quien antes gravemente había
afligido, que tuviese mucha cuenta con Recaredo, su hijo, que dejaba por
sucesor, y procurase con sus consejos y amonestaciones reducirle a la fe católica,
como antes lo había hecho con su hermano Hermenegildo; y con esto acabó su
vida.»
Todo esto es de san Gregorio, el cual
atribuye la conversión del rey Recaredo a la fe católica, y la de todo su
reino, que se hizo en el tercero concilio toledano, a la sangre y merecimientos
de san Hermenegildo, su hermano, que alcanzó de Dios nuestro Señor, con su muerte,
lo que había pretendido en vida; habiendo sido como un grano de trigo, que
sembrado en la tierra y muriendo produce muchas espigas, lo cual no haría si no
muriese.
Dicen que el verse trocado Leovigildo, y
deseado que su hijo Recaredo fuese católico, y encargado a san Leandro que
pusiese cuidado en ello, fué parte por el dolor que tuvo de la muerte de san Hermenegildo,
su hijo, conociendo que era inocente y sin culpa, y parte por algunos milagros verdaderos
que obró Dios por los católicos y por otros falsos y fingidos que para engañar
más al rey pretendieron hacer los herejes arrianos: porque a más de que el
soldado, llamado Sisberto, que hirió y mató a san Hermenegildo, dentro de breves
días murió desastrada y miserablemente, acaeció que robando los soldados de
Leovigildo un monasterio de san Martín, que estaba cerca de Cartagena, y queriendo
uno de ellos herir al abad, que solo había quedado en él, en castigo de aquel
pecado luego el soldado cayó allí muerto. Y disputando un católico con un
hereje, para prueba de su verdad, tomó en las manos un cerco de hierro ardiendo
sin quemarse, y el hereje no se atrevió a hacer otro tanto para confirmación de
su mentira. Y habiendo un obispo arriano concertándose con otro hombre de su
secta que se fingiese ciego, y cuando le viese en público acompañando al rey les
pidiese a grandes voces que le restituyese la vista como amigo de Dios y santo,
haciéndolo así aquel hombre, y poniendo el obispo sus manos sobre los ojos,
perdió la vista que tenía y quedó totalmente ciego; y el hombre á gritos
descubrió la maldad, y el rey vino a entenderla, y el artificio y embustes que
usaban los de su secta. Pero todo esto no bastó par a que públicamente confesase
lo que tenía en el corazón, como dice san Gregorio, é imitase la fortaleza y constancia
de su hijo, que pospuso el reino y la vida al amor de Dios y al culto de su
santa religión; porque el afecto y deseo desordenado de reinar es muy poderoso,
y es menester gran gracia de Dios para que el hombre deje lo que tiene entre
las manos por la esperanza de otros bienes mayores que han de venir. Fué coronado de martirio san Hermenegildo, según Baronio,
el año del Señor de 585, a 13 de abril, y aquel día el papa Sixto V mandó que
se celebrase en toda España su fiesta, por un Proprio motu, dado a 12 de febrero
de 1586, en el primer año de su pontificado, suplicándoselo el rey católico D.
Felipe II de este nombre y el príncipe D. Felipe, su hijo, que ahora reina: y mandaron
traer la cabeza de san Hermenegildo del monasterio de Nuestra Señora de Sigena,
que es de la orden de San Juan, en el reino de Aragón, donde estaba, el insigne
y real templo de San Lorenzo del Escorial, donde es reverenciada con aquel
culto y honra que a tan glorioso mártir y príncipe de las Españas se debe. De san Hermenegildo escribe san Gregorio,
papa,
lib. ni, Dial., c. 31; Gregorio Turonense, de Gloria conf., cap. 12, 13 et 14;
Adón in Chron., cetate, vi, ann. 583; Surio, t. n; Vaseo in Chron. ann. 584, y
el P. Juan de Mariana, de nuestra compañía, en su Hist. I. v, c. 12.
(P. Ribadeneira.)
LA
LEYENDA DE ORO
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