Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San
Sulpicio.
El Evangelio según San Juan (X, 11-16).
“Jesús
dijo: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas.
Pero el asalariado, y el que no es el pastor, de quien no son propias las
ovejas, ve venir al lobo, deja las ovejas y huye; y el lobo arrebata y esparce
las ovejas. Y el asalariado huye, porque es asalariado y no se preocupa por las
ovejas. Yo soy el buen pastor, y conozco al mío, y los míos me conocen. Como el
Padre me conoce a mí, y yo conozco al Padre, y doy mi vida por mis ovejas.
También tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también me conviene
traer, y oirán mi voz, y habrá un solo redil y un pastor.”
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Mañana meditaremos en
el evangelio del buen pastor,
y veremos: 1º todo lo que ha hecho
Jesucristo, como buen pastor, para hacernos entrar en su redil; 2º todo lo que todavía hace
todos los días para mantenernos allí.
—Entonces
tomaremos la resolución:
1º
Mantenernos en estado de unión con Jesucristo, como
con nuestro Buen Pastor, mediante los más profundos sentimientos de gratitud y
amor;
2º dejarnos conducir como dóciles ovejas por sus santas
inspiraciones.
Retendremos como nuestro ramillete
espiritual las palabras que Jesucristo se ha dicho
a sí mismo: “Soy el buen pastor” (Juan X,
11).
MEDITACIÓN POR LA MAÑANA
Adoramos a Jesucristo ofreciéndose a nosotros
bajo el título del Buen Pastor. ¡Oh, qué amable es Él bajo este título, que
incluye toda su bondad para con nosotros! Rindámosle nuestro homenaje de adoración, de
amor, de alabanza y de acción de gracias.
PRIMER PUNTO:
Lo que ha hecho Jesús, como Buen Pastor, para
hacernos entrar en su redil.
Todo el género
humano se había alejado del camino que conduce al cielo, y caminaba con los
ojos cerrados y el corazón corrupto por el camino que conduce a la perdición, cuando Jesús, el Buen Pastor, nos vio desde lo alto del cielo
apresurándose hacia nuestra ruina. Su corazón se conmovió: Mis ovejas, dijo por medio del profeta, están
esparcidas; los considero presa de fieras.
Iré a buscarlos y los
visitaré (Ezequiel
XXXIV, 11). En
el día decretado en los concilios eternos, Él baja los cielos y viene a reunir las ovejas
perdidas de la casa de Israel (Mat. XV, 24). ¡Oh
predilección gratuita que no fue concedida ni siquiera a los ángeles después de
su caída! ¡Dios mío, qué bueno eres con el hombre, que sin embargo tan poco lo
merece! El Buen Pastor comienza sus labores. Después de treinta años de preparación en retiro, gasta tres más
en viajes, trabajos, fatiga y sudor, que terminan en traer solo a los doce
apóstoles y a los setenta y dos discípulos al redil, el cananeo infiel, María
Magdalena la pecadora y el samaritano cismático; y, además, en el mismo momento
en que se inmolaba para su rebaño, estaba a punto de perder a Pedro, la primera
de sus ovejas, si la mirada que le dirigía no lo había devuelto al deber. Además
de eso, ¿qué
no ha hecho Él también? Para hablar solo de nosotros mismos, ¿qué no le hemos
costado? Desde nuestra primera
entrada al redil mediante el santo bautismo, ¿cuántas veces no nos hemos
apartado de Él? (Is. LIII,
6.) Nos hemos perdido en los
caminos del amor propio y de la vanidad; del amor al mundo y sus placeres, sus
riquezas y su gloria; en los caminos tortuosos de la disipación, de la
frivolidad, del amor a nuestra propia comodidad (Sal.
CXVIII, 176). Conmovido por nuestras andanzas, el Buen Pastor partió a
buscarnos, a través de los desiertos, a través de espinas y sobre rocas, es
decir, a través de nuestras pasiones que nos asolan, nos desgarran y nos
vuelven insensibles a las cosas de Dios.
Después de
haber encontrado a su oveja descarriada, la invitó a regresar: le resistió; No se desanimó: permaneció y permanece
siempre a la puerta de nuestro corazón, llamándolo con todas sus gracias
exteriores e interiores (Ap. III, 20; Jer. III, 12), y cuando
la oveja infiel consiente por fin regresar, no lo hace caminar penosamente
delante de Él, golpeándolo con su cayado, no lo arrastra por el suelo; pero,
¡oh imagen
conmovedora de la dulzura con que la gracia nos atrae! Lo toma sobre sus
hombros, lo lleva de regreso al redil y celebra una fiesta con todos sus
amigos, los ángeles y los santos, para celebrar su felicidad por habernos
traído de regreso (Lucas XV, 6).
¡Oh Buen Pastor de mi
alma!, ¿cómo podré bendecirte lo
suficiente y amarte lo suficiente?
SEGUNDO PUNTO:
Lo que Jesús hace todos los días, como Buen Pastor,
para mantenernos en el Redil.
Tan grande es
nuestra miseria que, después de haberlos devuelto al redil con tanto amor, nos
inclinamos a escapar por esa parte de nosotros que corre tras la criatura, tras
el mundo y sus placeres. Parece que le decimos a Jesucristo
que no nos basta, que su posesión sin nada más es triste, que nuestro corazón
necesita algo más y que algo todavía nos falta. Entonces nuestra imaginación, nuestra mente, nuestro corazón,
nuestra voluntad, se ponen en camino y se difunden en el mundo; y si el Divino
Pastor no extendiera su mano continuamente, abandonaríamos el santo redil; de
donde se sigue que Jesucristo debe estar constantemente trabajando para
mantenernos allí. Emplea para ello tres medios: 1º Sus
gracias, Sus sacramentos, las exhortaciones de Sus ministros, mil dulces
atractivos, mil polémicas amables por las que cautiva la voluntad, dejando al mismo
tiempo su libre elección, lo repugna con lo malo y lo adhiere a lo bueno;
2º los buenos ejemplos que nos brindan los justos, que
continuamente pone ante nuestros ojos; 3º todos los acontecimientos de la vida que dirige hacia este fin. ¡Oh Buen Pastor,
bendito seas por tu celo por mi salvación! ¡Que de ahora en adelante aprecie
mejor Tu bondad y me beneficie más de ella! ¡Pobre de mí! Aquel que se beneficie
enormemente de Tu gracia pronto se convertiría en santo; mientras que yo, que
ya he recibido tantos, y que recibo tantos todos los días. ¡Todavía no soy más que un pecador! ¡Perdón, buen pastor! Estoy a punto de comenzar a llevar una vida mejor y a entregarme
a Tu guía.
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