Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San
Sulpicio.
El Evangelio según San Juan, XX, 1-9
“Y el primer día de la semana, María Magdalena
vino temprano, cuando aún estaba oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra
del sepulcro. Corrió, pues, y fue a
Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: Se han llevado del
sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto. Y ambos corrieron juntos, y ese otro discípulo adelantó a Pedro,
y llegó primero al sepulcro. Y al inclinarse, vio los
lienzos puestos; pero no entró.
Entonces vino Simón
Pedro, siguiéndole, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos, y la
servilleta que había estado alrededor de Su cabeza, no con los lienzos, sino
aparte, envuelta en un solo lugar.
Entonces entró también el
otro discípulo que había venido primero al sepulcro; y vio y creyó. Porque
todavía no conocían la Escritura, que era necesario que resucitara de entre los
muertos.”
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Mañana meditaremos en dos
visitas a la Tumba de Nuestro Señor,
como se relata en el evangelio del día: 1º
por las santas mujeres; 2º por San Pedro y San Juan.
—Luego
tomaremos la resolución:
1º poner al servicio de Dios el mismo fervor que tenían las santas
mujeres cuando buscaban a Jesús resucitado;
2º
animarnos a la práctica de la virtud mediante el
buen ejemplo que nos dé el prójimo.
Nuestro ramillete espiritual serán las
palabras de San Agustín: “¿Qué han hecho tales y
tales personas, por qué no debería yo?”
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
Adoramos
a Jesús, que ha resucitado gloriosamente del sepulcro, dejándose buscar por las
santas mujeres y por los apóstoles San Pedro y San Juan. Actúa por amor. Se
esconde del alma para que le busque; para que, buscándolo, lo desee cada vez
más, y para que, al desearlo cada vez más, aumente en amor y en méritos. ¡Oh, qué bueno y amable es
Jesús en todos sus caminos! ¡Rindámosle nuestro homenaje de adoración, alabanza
y amor!
PRIMER PUNTO:
Visita de las Santas Mujeres al Sepulcro.
Temprano en la mañana (Juan XX, 1)
del sábado, antes de que
amaneciera, las santas mujeres vinieron al sepulcro del Salvador y, hallando la
piedra que había cerrado la entrada, la quitaron; corrieron, llenos de dolor, a
decirles a los apóstoles que se habían llevado el cuerpo. Los apóstoles tomaron estos relatos como sueños y no creerían en
nada. Fue una
incredulidad que entró maravillosamente en los designios de Dios; porque así quedó probado que los testigos y los predicadores de
la resurrección no pertenecían al número de esas mentes crédulas que creen, sin
prueba alguna, todo lo que se les dice. No
solo eran hombres de mente seria, que no creen salvo después de un examen
estricto y con buena evidencia, sino que también eran
hombres cautelosos, que estaban dispuestos a no creer en meras pruebas
indiferentes y a no ceder ante nada excepto en pruebas que eran perfectamente
claro. Ahora bien, esto era precisamente lo
necesario, tanto para decidir la adhesión de todo el universo al gran hecho de
la resurrección, base de toda nuestra creencia, como para enseñarnos a no ser
ni demasiado crédulos ni demasiado incrédulos. Creer a la ligera y sin discernimiento es ser imprudente y
faltar en el buen sentido; no creer, porque estamos decididos a no hacerlo, sin
siquiera estar dispuestos a examinar si existen razones sólidas para creer, es
una infidelidad. La sabiduría consiste
en mantenernos entre los dos extremos para no creer nada a la ligera, para no
ser engañados; a prestarnos voluntariamente al examen de las razones, con
disposición a creer lo que se pruebe. ¿Es esta nuestra
forma de proceder? ¿No convertimos a veces en ridículo, antes de haber hecho
cualquier examen, la sencillez de quien cree en ciertos hechos extraordinarios?
¿Somos nosotros mismos tan reservados en nuestras críticas como lo somos en
nuestras alabanzas? Cuando
estudiamos un hecho que nos parece extraño, ¿no lo hacemos con prejuicio y con el deseo de descubrir
que es falso? ¿Aportamos a este estudio la franqueza y el amor a la verdad?
SEGUNDO PUNTO:
Visita de San Pedro y San Juan al Sepulcro.
San
Pedro y San Juan, menos prontos que los otros apóstoles a condenar a las santas
mujeres, se dirigieron al sepulcro
(Juan
XX, 3). Van allí con alegría, porque ven, en ausencia del cuerpo, la
prueba de que ha resucitado, como había predicho. La fe y el amor parecen darles alas, y corren a toda prisa hacia
el sepulcro. ¡Maravilloso
efecto de la fe y el amor! El que cree y ama lo hace todo con alegría; corre, vuela;
nada lo detiene; no siente la dificultad; no sabe nada de lo imposible. Con la mirada fija en el cielo y el amor en el corazón, su
valentía no conoce límites. No sólo San Pedro y San
Juan parten con alegría, sino que hay entre ellos una santa emulación, que nos
enseña a competir entre nosotros en cuanto a quién será el más ferviente, el
más humilde, el más caritativo. San Juan llega el primero, escéptico porque era más joven, pero
no entra; se queda afuera en la puerta, mortificando así su curiosidad y, al
mismo tiempo, cediendo a San Pedro el honor de ser el primero en entrar, para
honrar en él al jefe del apostolado, el doctor de la fe en cuyos pasos debe
seguir todo el rebaño. Pedro llega, ve los lienzos, con el sudario doblado en un lugar
aparte. Juan viene a continuación; él ve como Pedro, y ambos creen sin vacilar,
no como María Magdalena, que su Maestro había sido llevado, pero que Jesús
realmente había resucitado y, por lo tanto, era verdaderamente Dios. ¡Qué hermosa lección de
mortificación, humildad y fe en estos santos apóstoles!
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