Tomado de “Meditaciones para todos los
días del año - Para uso del clero y de los fieles”, P. André Hamon, cura de San
Sulpicio.
RESUMEN PARA LA VÍSPERA EN LA NOCHE
Meditaremos mañana sobre lo que Jesús
sufrió a manos de sus enemigos en su pasión, y
veremos: 1º
cuáles fueron sus sufrimientos; 2º cuales fueron sus
oprobios.
—Entonces
tomaremos una resolución:
1º de abrazar de todo corazón todas las oportunidades de
humillarnos y mortificarnos;
2º a renunciar a toda pretensión de orgullo y amor propio,
así como a todo tipo de sensualidad.
Nuestro ramillete espiritual serán las
palabras del Apóstol: “Por tanto, habiendo
padecido Cristo en la carne, armaos también vosotros con el mismo pensamiento” (I. Pedro IV, 1).
MEDITACIÓN DE LA MAÑANA
Adoremos
a Jesucristo enseñándonos con su ejemplo, antes de dejar el mundo, a arrancar
de nuestro corazón las dos pasiones que condenan a la mayoría de los hombres: la pasión por el placer y
la pasión por el orgullo. Él combate, la pasión por el placer con el más conmovedor de los
sufrimientos, la pasión del orgullo Él combate con la más ignominiosa de las
humillaciones. Pidamos a nuestro divino Salvador perdón por nuestra corrupción,
cuya expiación le ha costado tanto, y demos gracias por haber estado tan
dispuesto, para salvarnos, a someternos a tantos tormentos y tanta ignominia.
PRIMER PUNTO.
Las torturas que le hicieron sufrir los enemigos de
Jesucristo.
Estos hombres, que
llevaron sus actos inhumanos y crueles hasta el punto de la ferocidad, no
dejaron ninguna parte de su cuerpo intacta por el sufrimiento. En la noche que precedió
a su muerte, hirieron su adorable Rostro con golpes; en el mismo día de su
muerte, laceraron su carne con azotes; la sangre corría, todo su cuerpo no era
más que una gran herida, todos sus huesos estaban expuestos y su cabeza estaba
coronada de espinas. Después de haber sufrido todas estas torturas, le hicieron
llevar su cruz al Calvario, le traspasaron las manos y los pies con clavos, le
dieron a beber hiel y vinagre. Meditemos sobre estos espantosos
sufrimientos; entremos en el pensamiento que inspiró al Dios que las padeció, y
que con ello quiso inspirarnos el odio de nuestra propia carne. ¿Quién, después
de meditar sobre todo esto, se atrevería a halagar su cuerpo, a complacerlo, a
ahorrarlo, a procurarle placer y gozo? ¿Quién no estaría decidido a
mortificarlo y hacerle sufrir? Porque no somos cristianos salvo en
estas condiciones. ¡Qué examen debemos
hacer aquí de nosotros mismos! ¡Qué reforma debería efectuarse en nuestros
sentimientos y en nuestra conducta! ¡Amamos tanto el placer, tenemos tanto
miedo a la incomodidad y al sufrimiento! ¿Cómo nos atrevemos a llamarnos
cristianos?
SEGUNDO PUNTO:
Los abusos que le hicieron los enemigos de
Jesucristo.
En el Huerto de los
Olivos, Jesús fue atado y conducido desde allí, como un criminal, a Caifás en
medio de mil gritos insultantes. En la noche que siguió a su arresto, fue entregado a la
misericordia de sus enemigos, que lo hirieron a golpes y esposas, que le
escupieron en la cara y, después de vendarle los ojos, le arrojaron grandes
golpes, mientras le decían: Adivina quién te ha golpeado. El día que siguió a esta terrible noche, lo llevaron por las
calles de Jerusalén, cubiertos con las vestiduras de un rey falso; lo critican
y lo insultan por ser un tonto. Llevado
de allí al tribunal de Pilato, se le compara con Barrabás; todo el pueblo, que poco
antes lo había recibido triunfante, proclama que Barrabás, ladrón y asesino, es
menos culpable que él; y con gritos de rabia y furor, exigen la muerte de Aquel
que nunca había hecho nada más que lo bueno. Luego lo coronan de espinas, le ponen un manto escarlata, a
imitación de un manto real, y ponen en su mano una caña a modo de cetro; y todo
el pueblo se burla de él como si fuera un rey burlón. Adiós
a la fama de su sabiduría: se le considera como un
necio; adiós a la fama de su poder: nada más
que la debilidad es visible; adiós a su reputación de inocencia y
santidad: de ahora en adelante, en opinión del
público, no es más que un criminal, un blasfemo, un hombre más digno de muerte
que los ladrones y asesinos. Es crucificado entre
dos ladrones, por ser el peor de ellos; y todo el pueblo reunido alrededor de
su cruz lo abruma, hasta su último suspiro, con insultos y expresiones de
desprecio. Mirad cómo Jesucristo nos enseña la humildad, la sumisión, la
dependencia; he aquí cómo condena el orgullo que no puede soportar el menor
desprecio, y se impacienta por las cosas más pequeñas y se queja por las
contradicciones más pequeñas; el amor propio que se rebela al ver la
preferencia dada a los demás, susceptibilidades y pretensiones; he aquí cómo
nos enseña a contentarnos sólo con la estima de Dios, y a considerar como nada
los juicios humanos, junto con la opinión pública y los vanos discursos de los
que se burlan de la piedad.
¿Qué frutos hemos obtenido hasta ahora de estas lecciones
divinas? ¿Qué progreso hemos logrado en lo que respecta a soportar una falta de
consideración hacia nosotros, palabras que nos hieren, cosas que hieren nuestro
amor propio? ¡Oh Jesús, tan humilde, ten piedad de nosotros, conviértenos!
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