El
ángel consolador de los enfermos y moribundos, san Camilo de Lelis, nació de
padres ilustres por la nobleza de su sangre, en la villa de Voquíanico, en el
arzobispado de Chieti del reino de Nápoles.
Cuando su madre Camila dio a luz a nuestro
santo, era ya de edad de sesenta años y tuvo un sueño
misterioso, en que vio a su hijo con una cruz en el pecho, acompañado de otros muchos
niños que llevaban también en el pecho unas cruces semejantes.
Siguió Camilo, como su padre, los ejercicios
de las armas, sirviendo en los ejércitos de Venecia y de España, y llevando una
vida no menos trabajosa que licenciosa.
Mas habiendo oído
los santos consejos de un religioso capuchino, el día de la Purificación de
Nuestra Señora, se sintió tocado de Dios de manera que saltando del caballo en
que iba camino de Manfredonia, se hincó de rodillas sobre una piedra y empezó a
deshacerse en llanto copiosísimo pidiendo a Dios perdón de sus pecados, y
proponiendo hacer asperísima penitencia.
Con este ánimo, se llegó al padre guardián
de los capuchinos de Manfredonia, rogándole que le diese el santo hábito; mas no pudo llevarlo sino algunos meses, porque batiéndole de
continuo en la corva del pie, le abría una llaga antigua que en él tenía, la
cual no se le cerró en toda la vida.
Pasó entonces a
Roma, y se consagró enteramente al servicio de los enfermos en el hospital llamado
de Incurables, donde echó los cimientos de su gran santidad, ayudado por los avisos
del padre san Felipe Neri, que era su confesor.
Le dolía mucho de ver cuánto padecían los
enfermos por el descuido de los enfermeros asalariados; y pensó en instituir una congregación de enfermeros religiosos que
sirviesen en los hospitales por solo amor de Jesucristo, y encomendando esta
obra al Señor, vio cómo Jesús, desclavando las manos de la cruz, le dijo:
«Lleva adelante tu empresa, que yo te ayudaré».
En esa sazón consideró Camilo que siendo
seglar como era, no podría ayudar como deseaba a las almas de los enfermos, y
así empezó a estudiar la gramática, no avergonzándose de aparecer en medio de
los niños, siendo de edad de treinta y dos años, y con grande aplicación
prosiguió sus estudios hasta ordenarse de sacerdote.
Fundó después su
nueva orden, en la cual se obligaban los religiosos con un cuarto voto, a
asistir a cualesquiera enfermos de pestilencia: y en efecto, en una peste que hizo
grande estrago en Roma, ejercitaron su heroica caridad con los apestados,
entrando a veces con escalas en sus casas, por estar enfermos todos los que en
ellas moraban, y no haber quien pudiese abrirles la puerta.
Son indecibles las proezas de caridad que
hizo en los numerosos hospitales que fundó en toda Italia; hasta que habiendo
renunciado el generalato de su Orden y vuelto a servir en el Hospital del
Espíritu Santo que había en Roma, dijo:
«Aquí
será mi descanso»; y en efecto, a
los sesenta y cinco años de su edad, descansó en el Señor y recibió la corona
de sus grandes trabajos y merecimientos.
Reflexión: ¿Qué te parece,
cristiano lector?
Si hubieses de parar como pobre enfermo en un hospital, ¿no preferirías la dulcísima caridad de san Camilo y de
sus hijos religiosos, al servicio negligente, frío y puramente interesado de
ciertos hospitales secularizados?
Espanta lo que cobran los enfermeros laicos, y hace
derramar lágrimas la inhumanidad que usan con los pobres enfermos, haciendo de
su oficio de caridad un vilísimo negocio.
Oración: Oh Dios, que adornaste a san Camilo de una
singular caridad para socorrer a los que luchan en la última agonía, infunde en
nosotros el espíritu de tu amor, para que en la hora de nuestra muerte merezcamos
vencer al común enemigo, y alcanzar la corona celestial. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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