San Gregorio Magno
CAPÍTULO II: CÓMO VENCIÓ UNA TENTACIÓN DE
LA CARNE.
Un día, estando a solas, se
presentó el tentador. Un ave pequeña y negra, llamada vulgarmente mirlo, empezó
a revolotear alrededor de su rostro, de tal manera que hubiera podido atraparla
con la mano si el santo varón hubiera querido apresarla. Pero hizo la señal de la cruz y el ave se
alejó. No bien se hubo marchado
el ave, le
sobrevino una tentación carnal tan violenta, cual nunca la había experimentado
el santo varón. El maligno
espíritu representó ante los ojos de su alma cierta mujer que había visto antaño
y el recuerdo de su hermosura inflamó de tal manera el ánimo del siervo de
Dios, que apenas cabía en su pecho la llama del amor. Vencido por la pasión, estaba ya casi
decidido a dejar la soledad. Pero tocado súbitamente por la gracia divina
volvió en sí, y viendo un espeso matorral de zarzas y ortigas que allí cerca
crecía, se despojó del vestido y desnudo se echó en aquellos aguijones de
espinas y punzantes ortigas, y habiéndose revolcado en ellas durante largo
rato, salió con todo el cuerpo herido. Pero de esta manera por las heridas
de la piel del cuerpo curó la herida del alma, porque trocó el deleite en
dolor, y el ardor que tan vivamente sentía por fuera extinguió el fuego que
ilícitamente le abrasaba por dentro. Así, venció el pecado,
mudando el incendio.
Desde entonces, según él mismo
solía contar a sus discípulos, la tentación voluptuosa quedó en él tan amortiguada, que
nunca más volvió a sentir en sí mismo nada semejante.
Después de esto, muchos
empezaron a dejar el mundo para ponerse bajo su dirección, puesto
que, libre
del engaño de la tentación, fue tenido ya con razón por maestro de virtudes.
Por eso manda Moisés
que los levitas sirvan en el templo a partir de los veinticinco años cumplidos,
pero sólo a partir de los cincuenta les permite custodiar los vasos
sagrados.
PEDRO. - Algo comprendo del
sentido del pasaje que has aducido, sin embargo, te ruego que me lo expongas
con más claridad.
GREGORIO. - Es evidente, Pedro, que
en la juventud arde con más fuerza la tentación de la carne, pero a partir de
los cincuenta años el calor del cuerpo se enfría. Los vasos sagrados son las
almas de los fieles. Por eso conviene que los elegidos, mientras son aún
tentados, estén sometidos a un servicio y se fatiguen con trabajos, pero cuando
ya el alma ha llegado a la edad tranquila y ha cesado el calor de la tentación,
sean custodios de los vasos sagrados, porque entonces son constituidos maestros
de las almas.
PEDRO. - Bien, estoy de acuerdo.
Pero ya que me has manifestado el sentido oculto de este pasaje, te pido que
sigas contándomela vida de este justo, que has comenzado a narrar.
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