SAN TITO, obispo y
confesor.
— San Tito, gentil de nacimiento, fue instruido
y conquistado por San Pablo en Antioquía.
Le
asoció éste a su apostolado y le contó entre sus hijos predilectos. En
el año 52 le llevó consigo al concilio de Jerusalén, y en
el 55 le tomó por compañero en su tercera misión.
Desde Efeso le envió a Corinto a
restablecer la calma en esa Iglesia, lo que realizó con éxito completo.
Le encargó,
al mismo tiempo, hiciera en Acaya una colecta para socorrer a los cristianos de
Jerusalén.
Era Tito enérgico y fuerte en las
contradicciones y experimentado en los negocios, y al mismo tiempo manso y muy
comprensivo.
El
Apóstol de las gentes se valió de él en momentos difíciles y le confió misiones
espinosas, como las de Corinto y Creta.
En esta isla, las comunidades
cristianas vivían en el abandono, sin jefes que cuidasen de ellas.
Allá fueron
Maestro y Discípulo, más al
poco tiempo tuvo Pablo que ausentarse y consagró a Tito obispo de Creta.
Allí recibió del Apóstol una carta
que forma parte del Nuevo Testamento.
En Creta, como en Corinto, Tito manifestó su
gran talento organizador y su
generosidad encontró cariño y sumisión.
Murió
ya muy anciano hacia el año 105. San Juan Crisóstomo y San Jerónimo se
deshicieron en elogios suyos.
SAN VEDASTO, obispo.
— Nació en Aquitania durante una época en que los arríanos perseguían
fieramente a los cristianos.
Para evitar los peligros de la
persecución y mantenerse firme en la fe, abandonó Vedasto su país natal y vivió retirado del mundo y entregado a la penitencia en
un rincón de Lorena.
Su fama de sabio y de santo fue
tan grande, que Clodoveo, rey de los francos, al volver triunfante después de
la célebre batalla de Tolbiac, le llamó para que le
instruyese en la fe, principalmente en el misterio de la Santísima Trinidad.
La curación de
un ciego por Vedasto en presencia del rey y numeroso cortejo, afianzó más a
Clodoveo en la doctrina predicada por su catequista Vedasto.
Dios otorgó a este Santo el don de
curar enfermedades desesperadas y de obrar otros milagros.
Fue
obispo de Arrás durante cuarenta años.
Después de
recibir el Viático se durmió en el Señor el 6 de febrero del año 540.
SAN GUARINO, obispo.
— Vio la luz primera en la ciudad de Bolonia, célebre por su famosa
universidad.
Siendo
Guarino hijo de muy noble familia le fue fácil dedicarse a las letras, en las
cuales descolló de tal manera que a los veinte años ya explicaba teología en la
catedral de su ciudad natal.
Su talento y buena posición social
le brindaban un porvenir risueño y pletórico de esperanzas.
Pero
él renunció a todo y vistió el hábito de los canónigos regulares de San
Agustín.
Siempre se distinguió por su
profunda humildad, que le movió a rehusar cargos y dignidades, entre ellas la
episcopal, aunque no pudo eludir la sede de Palestrina
que le confirió el papa Lucio II.
Su divisa favorita era la máxima
de Jesucristo: «Aprended de Mí, que soy manso y humilde de
corazón.»
Se hallaba animado de gran espíritu de Dios y de ardiente
celo por la salvación de las almas.
Cuidaba de manera especial la caridad
para con los pobres, a quienes socorría, no sólo en las necesidades del cuerpo, sino también en las del alma.
El día 6 de
febrero del año 1159 entregó su espíritu al Señor.
SAN AMANDO, obispo.
— No lejos de Nantes, y a principios de mayo del año 594, nació este futuro apóstol, orgullo y ornato de la
cristiandad.
Sus padres, con el ejemplo y la
palabra, le educaron con esmero en el santo temor de Dios en el que perseveró
toda su vida sin desmentirlo jamás.
Despreció los
bienes de la tierra y se retiró, en plena juventud, a una isla, que luego
abandonó para ingresar en el monasterio de Tours; más tarde pasó a Bourges
donde recibió las órdenes sagradas.
En una visita que hizo a
Roma se le apareció San Pedro y le dijo en nombre de Dios que marchase a las Galias
a evangelizar a los infieles.
El Franco Condado, Brabante y las
regiones flamencas fueron evangelizadas por Amando, que tuvo que sufrir multitud de injurias y ultrajes y vencer grandes
dificultades.
En Tournai devolvió la
vida a un malhechor que acababa de ser ajusticiado.
Este milagro contribuyó poderosamente a la
conversión de incontables habitantes de aquellas comarcas que renunciaban en
masa a sus supersticiones.
Al rey Dagoberto le reprochó
Amando sus licencias y desórdenes, lo cual le valió el destierro, desde donde
continuó su labor en pro del monarca; éste se
arrepintió, perdonó al Santo y le confió la educación de su hijo.
Después fue
nombrado obispo de Maestricht, cargo que ejerció sin dejar de ser
misionero.
Murió santamente el 6 de
febrero del año 684.
EL SANTO DE CADA DIA
POR
EDELVIVES
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