Muy poco es lo que de cierto sabemos acerca de la vida de
Santa Escolástica, y ese poco se lo debemos a San Gregorio Magno, que nos dejó el relato conmovedor de los
postreros días que la piadosa virgen pasó en la tierra antes de llegar a la
bienaventuranza eterna. Con todo, ha sido siempre
grandemente venerada en la Iglesia, debido sin duda a su parentesco con San
Benito, patriarca de los monjes de Occidente.
PRIMEROS AÑOS DE SANTA
ESCOLÁSTICA
En una de las mesetas que forma el
Apenino central en los confines de la Sabina, Umbría y las Marcas, se levanta
Norcia, la antigua Nursia de los romanos. Es una pequeña población como de
5.000 almas, guardada todavía por antiguas murallas y rodeada de cimas
escarpadas. La plaza mayor ostenta en el centro la estatua de San Benito, y se
llama piazza Sertorio. De ese modo la vetusta ciudad ha consagrado el recuerdo
de sus dos más preclaros hijos juntándolos en común homenaje; se gloría, en
efecto, de haber visto nacer a Sertorio, héroe romano que rehusó soportar el
yugo opresor de Sila, haciéndose casi independiente en España, y se gloría no
menos de San Benito, que redactó las reglas de la vida monástica en Occidente.
Extramuros
de la ciudad, y no muy lejos, se levanta un castillo cuyos restos perduraron
hasta el siglo IX. Allí es donde en el siglo V moraban, parte del año a lo
menos, dos consortes tan distinguidos por su piedad como por su elevada
alcurnia; se llamaban Eutropio y Abundancia. Eutropio era romano,
descendiente de la noble estirpe de los Anicios, cuyos numerosos vástagos
habían sido, y debían ser aún, tan fecundos en hombres ilustres.
Abundancia era, según se cree,
natural de Nursia y cada año iba a pasar el verano a su casa solariega, pues el
aire puro de las montañas y la fresca sombra de los bosques circunvecinos le
daban encanto y bienestar, mientras en Roma se sufría calor sofocante, y sabido
es que los romanos de antaño como los de hogaño abandonaban la Ciudad Eterna en
la época estival.
Muchos años habían transcurrido
desde que Eutropio y Abundancia se desposaran, y veían llegar la vejez sin
haber tenido las alegrías de la paternidad y de la maternidad. Por fin, en el decurso del año 480, según se cree comúnmente,
Abundancia dio a luz dos gemelos, hijo e hija, que recibieron en las aguas
bautismales el nombre de Benito y Escolástica, respectivamente. Mas, cual,
si Dios tomara con una mano lo que con otra daba, Eutropio no tardó en perder a
su esposa amada, mezclándose sus sollozos a los vagidos de los recién nacidos.
Viudo y a la vez padre de dos huerfanitos, no por ello descuidó sus
obligaciones, sino que confió el cuidado de los niños a una piadosa mujer que
hizo para con ellos las veces de madre adoptiva, granjeándose el cariño y la
gratitud de sus ahijados que no la olvidaron nunca.
Con frecuencia vemos que Dios se
reserva los frutos de una fecundidad tardía y muchas veces inspira, o impone,
los nombres que deben llevar los que tiene destinados para realizar alguna obra
importante. «Privilegio es de los Santos —dice un autor benedictino— recibir del cielo el nombre que presagie sus
méritos futuros.» Bien
puede creerse, pues, que por inspiración divina dio Eutropio a sus hijos los
nombres de Benedictus, esto es, bendito, que en nuestro idioma equivale a Benito, y el de Scholástica,
que significa escolar o discípula. Como tal este nombre era una verdadera profecía.
«En efecto —escribe un santo
abad de Monte Casino del siglo IX—, la
piadosa virgen que lo llevaba debía formarse en la escuela del Espíritu Santo,
maestro de toda sabiduría. De él aprendió a conocer la regla de todas las
virtudes, a discernir el bien del mal, la luz de las tinieblas, y a seguir con
paso seguro la senda de la salvación. ¡Oh tierra bendita
de Nursia, que tales brotes produjeron! ¡Feliz madre que dio al mundo hijos
cuyo nombre significa bendición y sabiduría!»
Magníficamente iba a realizar el
porvenir los venturosos presagios con que la Providencia se complaciera en
rodear la cuna de Benito y de Escolástica. Entretanto, crecían
los dos niños y se querían con tierno afecto, como ocurre frecuentemente entre
mellizos; se hubiera dicho que no podían vivir separados. Y de verdad
así será. Dios permitirá que recorran casi al lado uno
de otro el camino de la vida y que salgan de este mundo terrenal casi a la
misma hora.
SANTA ESCOLÁSTICA ABRAZA LA VIDA
RELIGIOSA
Desde su
nacimiento había consagrado Eutropio sus hijos al Señor, según piadosa
costumbre de las familias profundamente cristianas de la época. Con toda
la tal consagración no se llevaba a la realización al llegar al uso de razón si
el niño no la ratificaba voluntariamente. Educados
nuestros Santos en la piedad, en el temor y juntamente en el amor de Dios por
la digna nodriza elegida por su padre, no tardó Escolástica en hacer suyos los
propósitos de éste, y en cuanto llegó a la edad de comprender la importancia
del paso que debía dar en la vida, libremente escogió por esposo a Jesucristo.
Sentía gran
inclinación para el retiro. Para ella no tenían las galas particular atractivo, las miraba con
indiferencia y aun con desprecio. Se le había impreso altamente en el alma la importante lección que había
oído repetir, conviene a saber: que los adornos postizos, por ricos y
brillantes que fuesen, no eran capaces de dar un grado de mérito; que el mayor
y más apreciable elogio de una doncella era el poderse decir de ella con verdad
que era modesta y piadosa.
Ciertos autores pretenden que
abrazó la vida religiosa antes que su hermano. Según eso, ¿ingresó en alguna comunidad de vírgenes regularmente
constituida, o se limitó, como lo hicieran aquellas piadosas mujeres del
Aventino cien años antes, a llevar en el hogar paterno vida retirada,
cubriéndose con tosco sayal y entregándose a prácticas de piedad y caridad?
Los hagiógrafos no están contestes en este respecto y los Bolandistas se
inclinan por la primera hipótesis. Sea de ello lo que fuere, no se alejó
probablemente de Roma por el momento, y fue para ella
de honda pena el saber que su hermano se había retirado a las soledades de
Subiaco.
Algunos
opinan que Escolástica fue a juntarse allí con su hermano. No existe
documento que lo certifique, pero de ser cierto, debió de ocurrir unos quince
años después que San Benito se fue de Roma, cuando ya la fama de sus virtudes le
había atraído multitud de discípulos. Por ese tiempo
debió colocarse Escolástica bajo su dirección, fundando un monasterio en las
cercanías del de su hermano.
Años
más tarde, hacia el 529, San Benito dejó Subiaco y se retiró a Monte Casino,
siguiéndole Escolástica. El santo patriarca
mandó que levantaran para ella un convento al pie del monte, como a seis
kilómetros del suyo, en un paraje llamado Palumbariola o Plumbariola, nombre
bien elegido, por cierto, hasta profético, pues significa «palomarcito».
Desde
su celda, podía ver la de su hermana, y se cuenta que desde su ventana le
enviaba a menudo la bendición. Observaban empero con gran fidelidad la
clausura monástica, no visitándose más que una vez al año, días antes de
empezar la Cuaresma. En tales ocasiones, salían de
sus respectivos monasterios acompañados de tres o cuatro monjes y otras tantas
religiosas y se daban cita en una de las granjas de Monte Casino; allí pasaban
el día en santos coloquios, y por la tarde, después de un ligero refrigerio,
regresaban a sus celdas respectivas. Esta visita anual era ansiosamente
esperada por ambos hermanos.
El
resto del año vivía Escolástica en la soledad y la oración, dedicada por entero
al gobierno de las numerosas jóvenes que habían ido a ponerse bajo su tutela y
dirección. Los panegiristas, de la Santa celebran mucho su admirable
templanza, pues se limitaba a una ligera colación al anochecer. Tal era su piedad —dicen— que mereció el don de lágrimas. Además, era sencilla como la paloma que mora en las aberturas de
las peñas, colmada de prudencia y dones del Espíritu Santo; velaba con
extremado cuidado sobre sus Hermanas, recordándoles la necesidad de evitar las
conversaciones con el exterior, para mejor conservar el recogimiento del alma,
y se esforzaba en lograr la exacta observancia de la regla que profesaban los
monjes de Monte Casino. Con toda verdad se puede, pues, afirmar que Escolástica fue la fundadora de las Benedictinas.
ENTREVISTA POSTRERA DE SANTA
ESCOLÁSTICA CON SAN BENITO
Quince
años poco más o menos hacía que Santa Escolástica moraba en Plumbariola con
vida más angélica que humana, y, a lo que parece, Dios le reveló que su fin
estaba próximo. Quiso ver otra vez a su
hermano Benito. El papa San Gregorio Magno ha descrito en sus Diálogos esta última entrevista. Reproducimos con
satisfacción tan hermosa página.
Escolástica
había acudido, según costumbre, al lugar ordinario de sus entrevistas; su
venerable hermano bajó a su encuentro en compañía de algunos discípulos, y el
día transcurrió en santos coloquios hasta que sin darse cuenta las tinieblas de
la noche cubrieron la tierra. Entonces
se dispusieron a tomar una frugal comida, mientras seguían platicando de cosas
espirituales; pero a la Santa se le ocurrió hacer esta súplica a San Benito:
— «Hermano,
te suplico que no te vayas esta noche a fin de que podamos seguir hablando de
las alegrías de la vida celestial hasta mañana por la mañana.»
—«¿Qué es lo que dices, hermana? —respondió San Benito—. Ya sabes que no puedo en modo alguno pasar la noche fuera
del monasterio.»
El
cielo estaba tan sereno y claro que ni una sola nube lo empañaba. La piadosa virgen, al oír la negativa de Benito, inclinó su
cabeza y, poniendo el rostro sobre sus manos, hizo oración y con muchas
lágrimas suplicó al Señor que detuviese a su hermano. En el instante en que Escolástica alzó la cabeza, estalló
tan deshecha tempestad de relámpagos, truenos y lluvia torrencial, que el
venerable Benito y los monjes que le acompañaban no hubieran podido, si lo
intentaran, franquear el umbral de la casa en que se hallaban.
El santo varón se dio cuenta al momento
de que no podía salir para el monasterio; los
relámpagos, los truenos y la lluvia torrencial se lo impedían. Se quejó de ello con tristeza diciendo:
—«¿Qué es esto, hermana? Dios te perdone la mala obra que
me haces.»
Y ella respondió:
—«Hermano, yo te pedí un favor y no me oíste; helo
suplicado a Nuestro Señor, y Él me ha oído. Sal ahora, si puedes; déjame y
vuélvete al monasterio.»
Pero ¿qué
había de poder salir? Se había negado a prolongar la visita y luego hubo
de quedarse allí a pesar suyo. Toda la noche pasaron
los santos hermanos en coloquios divinos con increíble gusto y contento de sus
almas. Venida la mañana, San Benito se
volvió a su monasterio y Santa Escolástica a su casa.
San Gregorio concluye su narración con estas
sugestivas palabras:
«Así, no
es de maravillar que Benito quedase vencido por aquella mujer que deseaba ver
durante más tiempo a su hermano: pues, según la palabra de San Juan, Dios es
caridad, y por la agudeza de su entendimiento fue Escolástica más poderosa
porque tenía un amor de Dios más perfecto y más fuerte.»
MUERTE Y SEPULTURA DE SANTA ESCOLÁSTICA
Como queda apuntado en otro lugar, la ventana de la celda de San Benito daba a la llanura y
desde ella se divisaba el convento de Plumbariola. Pasados tres días de la
entrevista a que acabamos de referirnos y en ocasión de hallarse orando el
Siervo de Dios, alzó súbitamente los ojos al cielo y vio una blanca paloma
emprender el vuelo hacia la región azul del firmamento; el Señor le dio a
entender que, bajo aquella forma simbólica, el alma de su hermana se elevaba
desde este valle de lágrimas a la mansión de la gloria. Y así era en
efecto; Escolástica había expirado sin enfermedad y
exenta de sufrimientos, rodeada de sus hijas espirituales, sumidas en honda y
resignada tristeza, pues si les era sensible perder la presencia de tan buena
madre, no menos les servía de consuelo el saber que se hallaba para siempre
entre los elegidos, atenta a protegerlas con sus valiosas plegarias. Las monjas
de Plumbariola envolvieron los mortales despojos de Escolástica en un sudario, los
colocaron en unas andas y los llevaron a la capilla en donde por espacio de
tres días les hicieron solemnes exequias.
Benito,
entretanto, dominado por la tristeza y juntamente por la alegría, congregó a
sus monjes, les comunicó el tránsito de su hermana, y luego los envió a
Plumbariola a fin de que trasladaran el cuerpo al sepulcro que él había
preparado. Llegados al monasterio, la cargaron sobre sus hombros y
entonando himnos de gratitud la llevaron a Monte Casino. La recibió Benito derramando abundantes lágrimas y dando
gracias a Dios por la muerte tan consoladora de su hermana, y lo hizo colocar
en su propio sepulcro. «Y esto se verificó —escribe San
Gregorio— para que los que sólo tuvieron una sola alma en Dios,
tuvieran también una sola sepultura para ambos cuerpos.»
No habían de tardar mucho los dos hermanos
en volverse a ver en el cielo para no separarse jamás. Escolástica dejó este mundo el 10 de febrero de
543, y cuarenta días más tarde, el 21 de marzo, expiraba a su vez San Benito,
juntándose su cadáver con el de su hermana bajo el altar de la iglesia de Monte
Casino. Mientras
vivieron en su monasterio, los monjes trataron aquellas reliquias con la más
filial veneración. Pero hacia fines del siglo VI, cincuenta años después de la
muerte de San Benito y de Santa Escolástica, los lombardos destruyeron hasta
sus cimientos el monasterio de Monte Casino. Los monjes que lo habitaban
tuvieron que huir y retirarse a Roma, de suerte que los restos del santo
fundador y de su bienaventurada hermana quedaron en el más completo olvido,
enterrados bajo los escombros, sin que se supiese su emplazamiento exacto.
Nueva destrucción experimentó dicho Monasterio en 1944 con motivo de la Guerra
Mundial que acabó el año 1945.
SON HALLADAS LAS RELIQUIAS
Este lamentable estado de cosas duró más de
un siglo y fue menester la intervención divina para que cesara. En vida de San Benito, se fundaron en varias naciones
monasterios sometidos a la regla que él estableciera. Se
tenía en ellos noticia de las ruinas del Monte Casino y mucho lamentaban que
las reliquias de San Benito y Santa Escolástica hubieran permanecido allí
privadas de todo honor. Pero dispuso el Señor que a fines del siglo VII
o principios del VIII, un santo monje de los alrededores de Mans recibiera en
sueños la orden de ir a Italia en busca de las reliquias de Benito y
Escolástica y las trasladara a Francia.
Se puso el monje en camino y se detuvo no
lejos de Orleáns en el monasterio benedictino de Fleury, a orillas del Loira.
Supo allí que el abad había tenido un sueño como el suyo y había elegido ya
algunos emisarios para enviarlos a Monte Casino. El monje de Mans se juntó,
pues, a ellos y partieron sin demora hacia la fértil Campania. Cuando llegaron
a Aquino, preguntaron a la gente del país, recogiendo toda clase de informes
acerca del lugar preciso donde el venerado sepulcro se hallaba. Un anciano
cuyos padres habían visto aún en pie el monasterio, les facilitó indicaciones
útiles, aunque un tanto vagas, y los viajeros recorrieron rápidamente los diez
o doce kilómetros que dista Aquino de Casino, llegando
al anochecer al pie de la montaña en que San Benito levantara su monasterio.
Había que hallar el sepulcro y era cosa
difícil a causa de las ruinas amontonadas por los lombardos. Ante semejante
dificultad, se pusieron en oración los monjes de Fleury y fueron atendidos, pues de repente apareció en la cima del monte una luz
resplandeciente que lo iluminaba todo; se dirigieron hacia aquella parte y no
tardaron en descubrir la losa sepulcral. Al levantarla hallaron huesos humanos;
luego, más abajo, pero separados por una delgada losa, descubrieron otros
huesos.
Persuadidos de que aquellos restos eran
precisamente los que buscaban, los recogieron, los
lavaron y los envolvieron en sudarios, y, temiendo ser sorprendidos si se
retrasaban, emprendieron al momento el regreso a su patria. No se habían
engañado, y Dios nuestro Señor así lo manifestó claramente sembrando de
milagros el tránsito de las santas reliquias.
Más al llegar a Fleury surgió un conflicto
entre el abad del monasterio y el monje de Mans. El primero pretendía guardar
el preciado tesoro para su iglesia, mientras que el otro se resistía a
abandonarlo, alegando que había recibido del mismo Dios la misión de ir a
buscarlo. Para dirimir la cuestión, se convino en que
las reliquias de San Benito se quedarían en Fleury y las de Santa Escolástica
serían trasladadas a Mans.
Pero surgió entonces nueva dificultad. ¿Qué reliquias eran las de San Benito y cuáles las de
Santa Escolástica? Sólo un milagro podía
aclararlo. Trajeron el cadáver de un adolescente, muerto la víspera, lo colocaron
junto a los huesos mayores, y al instante recobró la vida, más antes había sido
colocado junto a los huesos más pequeños y siguió inerte. Idéntico prodigio se
verificó, pero inversamente, con el cadáver de una joven, por lo cual se dedujo que los huesos mayores eran los de San
Benito y los otros los de Santa Escolástica.
El monje de Mans tomó posesión de éstos y se
los llevó a su país. El obispo del lugar los recibió
con muchos honores, lo mandó colocar detrás del altar mayor de un monasterio
dedicado a San Pedro, pero que muy pronto empezó a llamarse de Santa
Escolástica.
Con todo, no permitió la Providencia que las
reliquias de la Santa permanecieran íntegramente en Mans. En 874, la reina Riquilda, segunda mujer de Carlos el Calvo,
trasladó gran parte de ellas a Juvigny, diócesis de Verdún y mandó levantar de
intento una abadía donde recibirlas; otra parte parece ser que fue llevada a
Monte Casino en época que no se puede precisar.
El año de 1562 se apoderaron los hugonotes
de la ciudad de Mans; mataron inhumanamente a los
sacerdotes, pusieron fuego a las iglesias, profanaron los vasos sagrados,
llevaron las arcas, cajas y relicarios donde estaban colocadas las reliquias, o
depositados los cuerpos santos, después de sacar éstos y aquéllas, arrojándolas
por el suelo; y cuando iban a ejecutar lo mismo con las de Santa Escolástica
para quemarlas, se apoderó de ellos un terror pánico, que les obligó a huir
precipitadamente, sin descubrirse el motivo; lo que se atribuyó generalmente a
su poderosa y singular protección, y no contribuyó poco a aumentar la devoción
de los pueblos.
En la actualidad
pueden venerarse las reliquias de Santa Escolástica no sólo en Monte Casino,
sino también en la iglesia parroquial de Juvigny, donde se encuentran desde el
año 1804. Comprenden la parte anterior del cráneo y el antebrazo izquierdo con
la mano, todavía cubierto de piel seca.
Como ha sucedido
con otros muchos santos, la piadosa monja no ha sido objeto de una canonización
formal, pero ha sido oficialmente reconocido por la Iglesia el culto que los
fieles le tributaban; dicho culto permaneció limitado a la Orden benedictina
hasta el pontificado de Benedicto XIII. que la extendió al orbe católico el 1.
° de febrero de 1729 con rito de doble. Suele representarse a Santa Escolástica
como a una monja adelantada en años, llevando en una mano el báculo de abadesa
y a veces un crucifijo; con frecuencia ponen una paloma a su lado. Invócasela
especialmente en favor de los parvulitos atacados de convulsiones.
EL SANTO DE CADA DIA
POR
EDELVIVES
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