El
glorioso abad san Romualdo era de la casa y linaje de los duques de Ravena,
ciudad nobilísima de Italia.
Se crio con regalos y pasatiempos hasta la
edad de veinte años.
Habiéndose hallado
presente en una pendencia, en la cual su padre Sergio mató a su competidor,
quedó tan lastimado del caso, que dejó las vanidades del mundo y se recogió en
un monasterio de la Orden de San Benito.
A los tres años se
partió con licencia de su prelado en busca de un santo ermitaño llamado Marino,
que habitaba en un desierto no lejos de la ciudad de Venecia, y con tal maestro
creció tanto en la perfección, que vino a ser padre de muchos y santos hijos.
Reformó los monasterios de su Padre san
Benito, que con la flaqueza humana y con las guerras habían aflojado en la
disciplina religiosa; edificó de nuevo cien monasterios de la misma Orden, y
aún pobló de ermitaños los desiertos, y movió con su ejemplo a dar de mano al
siglo, a su mismo padre y a muchos hombres principales, aun de la corte del
emperador, entre los cuales se señalaron más Bonifacio, que era pariente del
mismo emperador, y Busclavino, hijo del rey de Esclavonia.
Tenía ya ochenta años de edad, y queriendo
retirarse para vacar con todo fervor a Dios lo que le quedaba de vida, se fue
al monte Apenino, que divide la Italia, y estando en la cumbre del monte, en un
campo ameno y abundoso de aguas, se quedó dormido junto a una fuente; allí le
sobrevino un sueño misterioso y parecido al del patriarca Jacob, porque vio una
escalera desde la tierra al cielo, por cual los religiosos vestidos de blanco
subían a Dios, y entendiendo que aquella era la voluntad divina, se fue al
dueño de aquel campo, que era un conde llamado Madulo, y se lo pidió, y el
conde, que había tenido el mismo sueño, se lo dio liberalmente.
Y de aquí vino a llamarse aquel sitio Camáldula,
que quiere decir Campo de Madulo; y aquel yermo fue el paraíso de la Orden
Camaldulense, esclarecida por tantos celestiales varones que en el espacio de
setecientos años han ilustrado la Iglesia de Dios, Finalmente, después de una
larga vida llena de maravillas y heroicas virtudes, murió el santísimo abad
Romualdo en el monasterio del valle de Castro, y cuatrocientos años después se halló
su cadáver incorrupto y entero, con un rostro muy apacible y venerable, y
cubierto el cuerpo de un cilicio debajo de su hábito.
Reflexión: El muy santo Padre Clemente VIII, en la bula donde manda
que se rece de san Romualdo, como de santo abad y confesor, dice de él estas
palabras:
«Entre los más aventajados santos, nos parece
que debe ser tenido el glorioso anacoreta Romualdo, por tantos títulos ilustre;
por su patria, por su linaje, por su virtud, por su contemplación, y por haber
fundado la Orden Camaldulense. Pudo tanto la fuerza de su ejemplo, que a muchos
príncipes, reyes y personas ilustres hizo dejar las cortes y venir a los
yermos, trocando los regalos y las galas en penitencia y ásperos vestidos, y a
su mismo padre trajo a la religión y le llevó a la gloria.»
¡Oh! ¡cuán poderoso es el buen ejemplo! ¿Quién duda que tú podrías
reducir y salvar a muchos con esa muda, pero elocuentísima predicación?
Todos
debemos ganar por este medio almas a Cristo, ¡cuanto
más si le hemos quitado algunas con nuestros escándalos!
Oración: Señor Dios, que diste a tu santa Iglesia al bienaventurado abad san
Romualdo, para que fuese restaurador de la austera vida eremítica; concédenos
que, asistidos por su intercesión y enseñados con su ejemplo, amemos la santa
soledad del alma y el cuerpo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA
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