En este día alcanzó la palma de los mártires el
gloriosísimo san Blas, obispo de la ciudad de Sebaste, que es en la provincia
de Armenia.
Se había
retirado por divina inspiración a un monte que se llamaba Argeo y hacía vida en
una cueva solitaria, cuando vino Agricolao, presidente de los emperadores
Diocleciano y Maximiliano, y comenzó a perseguir a los fieles de Cristo
condenándolos a las bestias para que el pueblo tuviese algún entretenimiento y
regocijo.
Para esto envió sus ministros a
caza de fieras, y cercando el monte Argeo, llegaron a la cueva de san Blas,
donde vieron un espectáculo capaz de ablandarles y moverles a abrazar la
verdadera fe, si no fuesen por su maldad más crueles que lo son las bestias por
su naturaleza.
Porque
vieron delante de la cueva gran número de animales feroces, leones, tigres,
osos y lobos, que hacían compañía al santo con grande concordia y amistad,
mientras él estaba orando y absorto en altísima contemplación.
Lo cual no era cosa rara, porque
cada día venían a la cueva del santo las bestias fieras de aquellos desiertos
para honrarle y ser curadas de él y recibir su bendición.
Espantados de esto los ministros,
de Agricolao, volvieron a la ciudad y dieron razón al presidente de lo que
habían hallado y visto, y él envió gran número de
soldados para que prendieran a san Blas y a todos los cristianos que
encontrasen ocultos en aquellos montes.
Y el santo varón a quien
reverenciaban las bestias sanguinarias se entregó en las manos de sus enemigos,
y después de haber convertido a la fe muchos infieles
con las maravillas que obró cuando le llevaban a la cárcel, testificó la verdad
de Cristo con su sangre en los tormentos.
Porque
habiéndole cruelmente azotado, le colgaron de un palo, desgarrando sus carnes
con peines de hierro, luego le pusieron en una horrible mazmorra, de la cual le
sacaron para echarle en una laguna; mas el santo, haciendo la señal de la cruz,
andaba sobre las aguas sin hundirse, y sentándose en medio de ellas convidaba a
los infieles y ministros de justicia que entrasen en el agua como él, si
pensaban que sus dioses los podían ayudar.
Y como algunos entrasen y se
fuesen al fondo, el presidente, confuso y burlado, le mandó degollar.
El santo hizo
entonces oración al Señor, suplicándole por todos los que en los siglos venideros
se encomendasen a sus oraciones, y habiendo oído una voz celestial que le
otorgaba lo que pedía, tendió el cuello al cuchillo y le fue cortada la cabeza.
Reflexión: Entre
los enfermos que curó san Blas, uno fue un muchacho al cual, comiendo pescado,
se le había atravesado una espina en la garganta, y traído con muchas lágrimas
y suspiros por su madre a los pies del santo, él suplicó al Señor que sanase a
aquel niño y a todos los que tuviesen aquel mal y se encomendasen a él, y con
esto quedó sano y Dios nuestro Señor hizo después tantos y tan señalados
milagros de este género por la intercesión de san Blas, que Accio, médico
griego antiquísimo, entre otros remedios que escribe para este mal, pone la
invocación de san Blas, y dice que tornando al enfermo por la garganta, digan
estas palabras a la espina o hueso atravesado: Blas, mártir y siervo de Cristo,
manda que o subas o bajes.
Oración: Señor Dios, que
corroboraste al bienaventurado mártir y obispo san Blas, en medio de sus
tormentos, con tus consuelos celestiales y le hiciste esclarecido en milagros
por todo el orbe, concédenos, que, asistidos con su intercesión en nuestras
adversidades, nos gloriemos de cumplir y, de que se cumpla tu santa voluntad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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