La primera flor de heroica santidad que produjo
la América fue la admirable virgen santa Rosa, a quien llamaron con este
nombre, por haber aparecido una vez estando en la cuna con el rostro
admirablemente encendido como una rosa.
Nació de virtuosos padres en la ciudad de Lima, capital del antiguo
reino y actualmente república del Perú.
No pasaba de los cinco años la tierna niña,
cuando por inspiración del cielo consagró su virginal pureza al esposo de las
vírgenes Cristo Jesús, haciendo de ella voto perpetuo, y observándolo con tanta
perfección, que entendiendo que sus padres trataban de darla en matrimonio a un
joven, que se había prendado de su rara belleza y otras excelentes dotes que en
ella resplandecían, se cortó su hermosa cabellera y afeó su rostro angelical.
Librada con esto del peligro de perder aquella preciosa joya que con tan
grande voluntad había consagrado al Señor, echó mano de todos los medios
posibles para asegurarla de todo peligro.
El primer medio fue el ayuno, pasando
cuaresmas enteras sin probar bocado de pan, y, lo que es más asombroso, no
tomando más alimento que cinco granos o pepitas de cidra.
Se acogió también como a refugio más seguro,
a la tercera orden del glorioso padre santo Domingo, y acrecentó sus primeras
austeridades, ciñendo su cuerpo inocente con largo y muy áspero cilicio
entretejido de alambres erizados de puntas, llevando día y noche debajo del
velo una corona de espinas, y se rodeó la cintura con una cadena de hierro, que
le daba tres vueltas.
Le servían de cama unos troncos nudosos, sobre los cuales ponía pedazos
de tejas, y para juntar mejor la mortificación con la oración, se construyó en
un lugar muy retirado del jardín de su casa una celda o capilla, y a ella se
recogía para entregarse con quietud y sin testigo a largas horas de
contemplación, la cual interrumpía a menudo con sangrientas disciplinas.
Procuraba el maligno espíritu estorbarla, y
amedrentarla apareciéndose debajo de figuras horrendas y atizando el fuego de
gravísimas tentaciones: pero nunca pudo vencer la
paciencia y constancia de la santa doncella.
A las persecuciones del infernal
enemigo se añadieron los dolores de agudísimas enfermedades, los insultos de
sus domésticos, las calumnias de los maledicentes, y ninguno de estos trabajos
fue parte para sacar de los labios de la santa una palabra de queja: antes con
grande humildad se tenía por merecedora de mayores y más acerbos tormentos.
Y como si todo esto no fuese bastante, por espacio de quince años apenas
pasó día alguno en que no estuviera varias horas sumergida en un mar de
desconsuelo y aridez espiritual; lucha más amarga y penosa que la misma muerte,
y que ella soportó con gran fortaleza de ánimo y constancia sobrehumana.
A estas desolaciones sucedieron los
consuelos y delicias celestiales, con que el Señor regalaba a su fidelísima
esposa y le anticipaba los gustos del cielo.
Finalmente derretida la santa en seráficos
ardores y enferma de puro amor divino, a los treinta años de su edad voló a su
celestial Esposo.
Reflexión: Verdaderamente
admirable es el Señor en sus santos: él los previene con su gracia,
él les inspira la práctica de las más heroicas virtudes y les hace inventar
extrañas maneras de deshacerse a sí mismo para no vivir más que a Dios.
Oración: Oh Dios omnipotente,
dador
de todo bien, que hiciste florecer en América por la gloria de la virginidad y
paciencia a la bienaventurada Rosa, prevenida con el rocío de tu gracia; haz
que nosotros, atraídos por el olor de su suavidad, merezcamos ser buen olor de
Cristo. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA
CRISTIANA.
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