El humildísimo y gloriosísimo siervo de María,
san Felipe Benicio, nació de ilustres padres en la ciudad de Florencia, el día
de la Asunción de nuestra Señora, y día en que nació en la misma ciudad la
esclarecida Religión de los siervos de María, como quien venía al mundo para
gran siervo de esta soberana Virgen y para ilustre y ornamento grande de la Orden
de sus siervos.
Habiendo aprendido las primeras letras fue enviado de sus padres a la
universidad de París, donde cursó nueve años, y se graduó de filosofía y
medicina, siguiendo en esta facultad a Diego, su padre.
Vuelto a su casa, frecuentaba la iglesia de los padres servitas, llamada la Anunciata.
Se le apareció una noche la Virgen y le dijo: «Felipe: ve por la mañana a mis
siervos, y sabrás lo que has de hacer para ser fiel siervo mío.»
Se postró Felipe delante del prior, y con humildad y lágrimas le pidió
el hábito de los Siervos de María; y ocultando lo que había estudiado, quiso
ser religioso lego.
Pero Dios le descubrió más tarde al mundo, y
avisado su General por dos religiosos dominicos, del tesoro de sabiduría del
santo lego, le hizo ordenar de sacerdote, y después el capítulo general le
eligió por prior de toda la Orden; y aun algunos años después por muerte de Clemente
IV, deseaban los cardenales que fuese puesto en la silla de san Pedro.
Pero el humildísimo siervo de María, dijo con espíritu profético al
cardenal Otobono, que le instaba a aceptar la dignidad de sumo pastor de la
Iglesia: «Yo
no seré pontífice, y vuestra eminencia sí; aunque gobernará pocos días la
Iglesia».
Y así sucedió; porque Otobono que en su asunción se llamó Adriano V, no
vivió cuarenta días en el pontificado; y el santo estuvo escondido en las
asperezas del monte Juniato por espacio de tres meses hasta que fué elegido
sumo pontífice Gregorio X.
Le envió este papa a Pistoya a sosegar los
célebres bandos, de los güelfos y gibelinos, y no solo los sosegó, sino ganó
para su religión al capitán de la facción gibelina; y Nicolao III le mandó a
Alemania para que con su predicación desterrase las herejías y pacificase las
guerras civiles que tenían muy afligido el imperio.
Era tal la eficacia de su predicación, confirmada a veces con asombrosos
milagros, que ganaba todos los corazones de los que le oían: con que convirtió
casi innumerables herejes a la fe, y pecadores a penitencia, y trajo a su
religión más de diez mil personas, fuera de los Terceros, que fueron en
excesivo número.
Llegándose a la ciudad de Todi, en la Toscana,
montado en un jumentillo, le salieron a recibir al camino con ramos de oliva y
aclamaciones, diciendo a voces: Bendito el que
viene en el nombre del Señor, y entonces profetizando
él su próxima muerte, dijo: Haec
requies mea in saeculum saeculi.
Aquí será mi descanso por los siglos de los
siglos;
y en efecto, pocos días después, falleció a la edad de cincuenta y dos años, llenándose todo el convento de suavísima fragancia, y
despidiendo su rostro grande claridad en las tinieblas de la noche.
Reflexión: Negando
una mujer incrédula los milagros de san Felipe, por justo castigo de Dios quedó
de repente muda.
Reconociendo que aquel era castigo de Dios,
pidió perdón al santo y luego cobró el uso de la lengua que empleó después toda
la vida en sus alabanzas.
Sirva este caso de ejemplo para saber con
qué reverencia debemos hablar siempre de los santos.
¡Cuánto más vale imitar sus virtudes, que
medirlas con nuestra cortedad y tibieza!
Oración: Oh Dios, que por
medio de tu confesor el bienaventurado Felipe, nos diste tan insigne ejemplo de
humildad; concede a tus siervos la gracia de menospreciar las honras de la
tierra, y buscar solamente las del cielo. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA
CRISTIANA.
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