Suscitó el Señor en medio del siglo
XVII a este santísimo sacerdote de
ardiente y celoso corazón, para establecer y propagar el culto litúrgico de los
Sagrados Corazones de Jesús y María, formar clérigos en los Seminarios y
renovar el espíritu cristiano del pueblo por medio de la predicación y las
misiones. Fundó nuestro Santo seis Seminarios, dio más de cien misiones en
catorce diócesis de Francia, y dejó escritas multitud de obras ascéticas y
místicas. Se sobrevivió a sí mismo en dos Institutos religiosos, el de los
Eudistas y el de las Hermanas de la Caridad de Nuestra Señora, de los que es Padre
y fundador. El mismo Santo escribió un Memorial que
facilita grandemente la tarea de referir su vida.
Nació San Juan Eudes el día 14 de noviembre de 1601 en el humilde pueblecito
de Ri, en la diócesis de Seez, en Francia. Su padre, Isaac, que había
emprendido cuando joven la carrera del sacerdocio, pero que hubo de dejar por
haber muerto su familia víctima de la peste, se dedicaba a la agricultura y era
médico rural. Rezaba diariamente el breviario y era notoria su piedad así como
la de su esposa Marta. Juan fue el primogénito de los siete hijos que tuvieron
estos virtuosos consortes. Uno de ellos, Francisco, señor de Mezeray, vino a
ser con el tiempo historiador de mérito. El nacimiento de Juan fue como la
respuesta del cielo a un voto que hicieron sus padres de ir en peregrinación a
una ermita de la Virgen del Socorro, distante como seis leguas del pueblo. Recién nacido este niño, «fruto de la oración más que de
la naturaleza», le ofrecieron sus padres en
agradecimiento a María en aquel santuario.
El Señor favoreció al santo niño con dones admirables agudo ingenio, bondadoso
corazón, voluntad recta y vigorosa, y, sobre todo, profundo temor de Dios y
gusto señalado por la piedad. Se acercó
por vez primera a la Sagrada Mesa el día de Pentecostés del año 1613, y comulgó
luego cada mes. A los catorce años, hizo voto de perpetua virginidad. Al paso
que procuraba crecer en virtudes, abría de par en par su inteligencia a las
lecciones de sus maestros, los Padres Jesuítas. Cinco o seis años frecuentó el
colegio de Mont, y salió aprovechadísimo en Humanidades.
Con la gracia del Señor, conservó el virtuoso mancebo, en medio de los
peligros de la ciudad, la pureza de su fe y costumbres, y acrecentó sobremanera
su devoción. Por los años de 1618, entró Juan en la Congregación Mariana, y
aquí recibió del Señor, por medio de María, gracias extraordinarias. El
fervoroso congregante de la Virgen era espejo de sus condiscípulos, los cuales
a una voz le llamaban «el
devoto Eudes». Desde entonces miró a la Virgen no
sólo como a Reina y Madre, sino aun como a Esposa suya amantísima; seguro de
que esta elección sería muy del agrado de María, puso un anillo en el dedo de
una de sus estatuas, escribió el contrato de esta santa unión, y lo firmó con
su propia sangre.
ABRAZA EL SACERDOCIO
Le aconsejó su director espiritual que abrazase el estado
eclesiástico. Este consejo fue para Juan una orden, y así de regreso al pueblo,
declaró a sus padres que había resuelto hacerse sacerdote. Ellos habían olvidado
la promesa que antaño hicieran a la Virgen del Socorro; ahora sólo pensaban en
casar ventajosamente a su primogénito; pero vencidos por la denodada
resistencia de su hijo, cedieron al fin. Por septiembre de 1620, recibió Juan
en Seez la tonsura y las órdenes menores, y luego volvió a Caén para darse al
estudio de la teología y demás ciencias eclesiásticas. El joven clérigo juzgó
que le sería difícil santificarse viviendo en medio del siglo, por eso, previo
consejo de su confesor, y venciendo heroicamente la oposición de su familia,
pidió y obtuvo ser admitido en la Sociedad del Oratorio de Jesús. Ocurría esto
el año 1623.
Entró Juan en el noviciado de París el día 25 de marzo de 1624. Fue maestro
suyo el mismo fundador, gracias a cuyas lecciones y consejos adquirió en breve
la vida de oración y unión con Jesús, características de la nueva Congregación,
y, con ella, todas las demás virtudes sacerdotales y religiosas. Ya desde el
noviciado fue Juan modelo acabado de jóvenes y ancianos. Pasado un año de vida
tan santa y fervorosa, le enviaron a la residencia de Aubervilliers, próxima a
París, para que allí se preparase al sacerdocio amparado por Nuestra Señora de
las Virtudes, y aprendiese del celoso padre Carlos de Condrén el secreto de la
verdadera devoción al Verbo encarnado. Se ordenó de sacerdote el 20 de
diciembre de 1625, y dijo la primera misa la noche de Navidad. Al año siguiente
le sobrevino una enfermedad que le obligó a guardar descanso casi absoluto.
Le admitieron definitivamente en el Oratorio el año 1627. Se hallaba en París disponiéndose al
ejercicio de la predicación, cuando le llegó una carta en que su padre le
llamaba para que cuidase a los apestados de los pueblos del territorio de
Argentán. Partió Juan con licencia del superior, y ayudado por un virtuoso
párroco en cuya casa se hospedaba, recorrió aquellos pueblos, cuidaba a los
enfermos, los confesaba y les administraba el santo Viático. Los meses de
septiembre y octubre los pasó Juan ejerciendo tan heroico ministerio de caridad
con los apestados, y fue milagro que ambos sacerdotes se librasen del contagio.
Cuando hubo ya cesado aquel azote, pasó Juan al Oratorio de Caen para
prepararse a la vida de misionero. Cuatro años duró esta preparación, pero la
interrumpió para asistir con abnegación suma a los apestados de dicha ciudad. Por
entonces otra enfermedad gravísima le puso en trance de muerte.
El año 1632, él y sus hermanos del Oratorio, dieron seis misiones en la
diócesis de Coutances, en ellas predicó y confesó el siervo de Dios con
mansedumbre y piedad tan eficaces, que aquellos sus primeros ensayos, fueron ya
aciertos de maestro experimentado. Por eso, tras dos años más de retiro y
estudio, el padre Condrén le nombró superior de las misiones del Oratorio en
Normandía. Algunos obispos de aquellas tierras le llamaron para que predicase
en sus diócesis los años 1635 a 1641, porque el santo misionero entusiasmaba a las
muchedumbres con su férvida elocuencia, y lograba copiosísimos y consoladores frutos
de penitencia.
Fueron también maravillosos los resultados conseguidos en San Pedro con
las misiones de Adviento del año 1639 y Cuaresma de 1640. Cierto día en que
había conmovido profundamente al auditorio con un vivo y espantoso cuadro de
los divinos castigos, invitó a los oyentes, en un arranque de celo, a que
cayesen lodos de rodillas y clamasen con él « ¡Misericordia,
Señor, misericordia!» Todos se arrodillaron y repitieron varias veces
esas palabras tan compungidos, que las lágrimas eran generales. Igual provecho
logró en la misión de Ruán el año de 1642. Muchas veces prorrumpieron en llanto
sus oyentes al oírle predicar. Por espacio de tres meses asaltaron los
penitentes los confesionarios; las conversiones no tenían cuento: montones de
libros inmorales y cuadros preciosos pero deshonestos fueron quemados
públicamente delante del santo misionero. Predicó más adelante en San Malo y San
Lo, en donde logró asimismo convertir a muchos calvinistas.
FUNDA LA CONGREGACIÓN DE JESÚS Y MARÍA
Se afligía de sobremanera el padre Juan, al
ver que a veces eran poco duraderos los frutos cosechados en las misiones por
él y sus colaboradores. Lo atribuía el celoso
misionero a falta de pastores cultos y piadosos que tomasen a pechos el guardar
con solicitud el fervor de los convertidos. Sus conferencias con los
sacerdotes y los ejercicios que las acompañaban eran provechosos, pero
insuficientes para remediar el mal.
Hacían falta Seminarios donde los clérigos
se preparasen a recibir las virtudes de su estado y los oficios propios de su
ministerio. Lo mismo pensaban San Vicente de Paúl y otros muchos: el padre Juan
se determinó a fundarlos. Creyó al principio poder llevar a efecto su
determinación en el Oratorio. El Señor no lo quiso así. Aconsejado entonces por
algunos virtuosos prelados, doctos religiosos y otras muchas personas santas y sabias,
y alentado también por las palabras de una piadosa mujer llamada María de los
Valles, célebre por sus estados místicos, determinó el padre Juan dejar el
Oratorio y fundar una Congregación. El Cardenal Richelieu le llamó a París, le
recibió muy honrosamente, le oyó con suma atención y aprobó sus propósitos; a
principios de diciembre de 1642, el padre Juan recibió las patentes del rey,
facultándole para fundar la Congregación. El santo varón, lleno de gozo, volvió
a Caén, e inmediatamente dispuso las cosas para la fundación del nuevo
Instituto que tanto le preocupaba.
No escogió al acaso la fecha 25 de marzo de 1643 para la institución de
la Sociedad. Le determinó a ello un elevado pensamiento: el de proseguir los trabajos y oficios del Verbo
encarnado, y honrar principalmente la íntima unión de Jesús con su Madre Santísima.
Determinado a empezar ese día con sus compañeros la vida que, consagrada al
Hijo de Dios debía llevar el nuevo Instituto bajo el amparo y protección de
María, se despidió de los Padres del Oratorio el día 24 por la mañana. Distante unos trece kilómetros de la ciudad de Caén, por
la parte del mar, había una ermita dedicada a la Virgen María, que era lugar de
peregrinación muy concurrido. Lo primero que hicieron Juan y sus cinco
colaboradores fue ir en romería a dicho santuario, para consagrar a Jesús y a María
sus personas y las de sus sucesores. Después pasaron a vivir en su nueva casa, confiados
en la providencia del Señor y en el amparo de la Virgen María.
San Juan Eudes llamó a su Instituto Congregación
de Jesús y María, nombre que en el pensamiento del Santo significaba
Congregación de los Sagrados Nombres y Corazones de Jesús y María.
Este
nuevo Instituto, secular como lo era el del Oratorio, tenía como fin principal
la formación de sacerdotes celosos en Seminarios y ejercicios espirituales,
sólo después de esta obra primordial podían sus miembros misionar en las
parroquias.
Seis Seminarios fundó nuestro Santo entre los años 1643 y 1670; y, aunque
muchos prelados le pidieron hiciese fundaciones en sus diócesis, sólo después
de muerto el Santo pudieron sus hijos satisfacer aquellos deseos. En esta
empresa, como en la fundación de los «Eudistas»,
le
salieron al paso un sin fin de dificultades, oposiciones y contradicciones levantadas
por la envidia, el odio y el vicio y el espíritu jansenista de la época, pero
de todas triunfó el Santo por su piedad y heroica virtud.
Con estar tan atareados en la fundación del nuevo Instituto, no dejó de
evangelizar ciudades y pueblos, y aun tomó algunos hermanos, y recorrió con
ellos la Normandía y varias provincias de Francia. En todas partes se agolpaba
la muchedumbre alrededor del Santo para oírle predicar; durante los años 1643 a
1676 dio más de ochenta misiones, y logró en ellas conversiones maravillosas. Le
había el Señor otorgado las cualidades y dones peculiares del misionero
perfecto: temperamento fogoso y audaz, y celo abrasado en las llamas del amor
divino. Los contemporáneos le miraban como a
maestro de sagrada elocuencia, cuya palabra santa y enérgica, largo rato
meditada en la presencia de Dios, brotaba de un corazón rebosante de caridad. Impugnaba
con valor todos los vicios, cortaba de raíz los escándalos, y a todos predicaba
la salvadora verdad, sin que pusieran trabas a su voz ni la dignidad, ni la
nobleza de las personas. La caridad que mostraba en el confesonario atraía a
los penitentes, porque, al fulminar contra los vicios, sabía apiadarse del
pecador.
INSTITUTO DE LA VIRGEN DE LA CARIDAD
San Juan Eudes tuvo en sus misiones el grandísimo consuelo de volver a
Dios algunas mujeres conocidas por insignes pecadoras. Ellas mismas pidieron al
Santo que las dejase vivir en comunidad, como así lo hicieron, juntándose
primero en casa de una santa y caritativa señora, y más tarde, el año 1641, en
un edificio más amplio y apropiado a su modo de vida. No
fue esto del agrado del demonio, el cual sembró desaliento y envidia en las
Madres directoras: todas ellas menos una dejaron el Refugio. Fue
entonces el Santo a ver a las Salesas de Caén, y les suplicó que le diesen algunas
religiosas para gobernar a las arrepentidas y formar nuevas directoras. Las Salesas vinieron en ello; el año de 1644, le cedieron
tres religiosas, una de las cuales, llamada Madre Patín, era mujer de mucha
virtud y talento. Merced a su ayuda y cooperación, pudo nuestro Santo
fundamentar la Orden de la Virgen de la Caridad, a la que dio la regla de San
Agustín. Además
de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, las religiosas de esta
Orden debían hacer voto especial de dedicarse a la conversión de las doncellas
y mujeres pérdidas o expuestas a caer en graves desórdenes. Este «hospital de las almas» fue una institución santamente
audaz, muy combatida y probada de mil maneras.
Tres conventos semejantes fundó el Santo y otros cuatro se establecieron
después de su muerte. La Orden se extendió más todavía desde la época de la
Revolución francesa; pasó las fronteras de Francia y fundó algunas residencias
en Europa y América. Más aún; el convento de Angers, erigido en casa
generalicia el año 1835 por Santa María de Santa Eufrasia Pelletier, forma una
rama muy próspera de la Orden. Con el nombre de la Virgen de la Caridad del Buen
Pastor de Angers, ha fundado en las cinco partes del mundo, conventos que
prosperan.
DEVOCIÓN A LOS SAGRADOS CORAZONES
Ya desde niño tuvo San Juan Eudes ferventísima
devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y María; hallamos
vestigios manifiestos en una obra suya publicada el año de 1637 Al fundar la
Congregación, ordenó en ella el culto al Sagrado Corazón, ordenando rezar
algunas oraciones cotidianas como el Ave, Cor
Sanctíssimun y la celebración de determinadas fiestas anuales. Lo propio hizo con las religiosas de la Virgen de la
Caridad, especialmente consagradas al Corazón de María, como los sacerdotes lo
estaban al Corazón de Jesús. Esta devoción no quedó confinada en sus
comunidades: la propagó cuanto pudo en las
misiones, por medio de la predicación, oraciones, publicación de opúsculos y
celebración de fiestas, y no tardó en hacerse muy popular.
El año de 1648, hizo celebrar en Autún, previa
aprobación del obispo, la primera festividad pública del Santísimo Corazón de
María, la cual se propagó rápidamente en otras diócesis y conventos, de suerte
que veinticuatro años más tarde, en 1672, el padre Juan afirmaba que la celebraba
ya toda Francia. El cardenal de Vendóme, legado a látere,
aprobó el año de 1668 esta fiesta con el oficio compuesto por el Santo,
y el papa Clemente IX dio asimismo su aprobación poco tiempo después. Su
sucesor Clemente X, por seis Breves promulgados los años 1674 y 1675, reconoció
y consagró la erección de las cofradías de los Corazones de Jesús y María establecidas
en los Seminarios. Ya el día 29 de julio de 1672, el santo fundador mandó que
en todas las casas del Instituto se celebrase con fecha 20 de octubre la fiesta
del Sagrado Corazón de Jesús. En Rennes, venía celebrándose con un bellísimo
oficio compuesto por el mismo Santo. Esta solemnidad pasó en breve a todas las
diócesis y conventos donde ya se celebraba la del Corazón de María.
Con sobra de razón llamaron los
Sumos Pontífices a San Juan Eudes, autor, padre, doctor, apóstol, promotor y
propagador del culto litúrgico de los Corazones de Jesús y María, porque ya
antes de las famosas revelaciones de Paray-le-Monial trabajó de todas las
maneras para propagar esta devoción, entonces tan combatida por los
jansenistas. En las parroquias donde daba misión, solía
erigir cofradías de los Sagrados Corazones. Mas como en tales cofradías se
admitía a todos los fieles, fundó para las mujeres que permaneciendo en el
siglo deseaban hacer vida perfecta conforme al Evangelio, una pía asociación
que llamó Sociedad del Corazón de la Madre
Admirable, cuyos socios se proponían guardar el celibato. La porción
escogida la formaron siempre algunas doncellas y devotas viudas. Aun hoy día
prospera esta asociación en la Bretaña francesa y en Normandía, donde se la
llama, por analogía con las Terceras Órdenes antiguas, Orden Tercera del
Sagrado Corazón, de la Virgen de la Caridad y también de los Eudistas.
OPOSICIÓN AL JANSENISMO — ESCRITOS
ASCÉTICOS
San Juan Eudes fue enemigo
declarado de los jansenistas, y esta actitud le atrajo cruelísimas
persecuciones. No era, con todo, partidario de violentas y
públicas disputas, fue de los moderados y prudentes, de aquellos que escudados
en la doctrina tradicional de la Iglesia y en las constituciones pontificias,
sabían hablar y obrar prudentemente cuando era menester. El capítulo de las
persecuciones que le ocasionó esta conducta, aunque muy glorioso, es demasiado
largo para traerlo en este lugar.
Tampoco podemos exponer debidamente sus
heroicas virtudes: la
fe viva y luminosa que levantaba su alma de las cosas terrenas para hacérselas
ver todas ellas en Dios; aquella firme esperanza que en medio de las tormentas
servía de estímulo a su fervor y decidido apostolado; aquella ardiente caridad
que le consumía día y noche en provecho de Dios y de los prójimos, y le
comunicaba el valor de emprender y llevar a feliz término, para gloria de Dios
y salvación de las almas, obras tales que la flaqueza humana no se atreviera a
concebir y menos a realizar.
No le bastó a San Juan Eudes hablar y obrar
quiso también promover con la pluma el espíritu cristiano entre los fieles, y
el espíritu sacerdotal entre los clérigos; de ahí las muchas y, en
expresión de León XIII, notables obras que escribió. El
Pacto del hombre con Dios por el santo Bautismo, aunque poco extensa, es
de las mejores, Vida y Reino de Jesús en las Almas
Cristianas, Meditaciones sobre la Humildad, Coloquios del Alma Cristiana con
Dios, Memorial de Vida Eclesiástica, Predicador Apostólico, Buen Confesor, Admirable
Corazón de la Sacratísima Madre de Dios —obra que acabó pocos días antes
de morir—.
Cuanto más se acercaba San Juan
Eudes a la muerte, más pesadas y desoladoras fueron sus pruebas y cruces, inseparables
compañeras de toda su vida. Enfermedades y duelos de amigos y bienhechores,
murmuraciones y calumnias propagadas por los jansenistas y aun por personas
consagradas a Dios; solapadas y bajas maniobras encaminadas a desacreditarle ante
el Papa y el rey de Francia, publicación de un libelo infamatorio; dolorosos
achaques de sus postreros años. Con esos y otros trabajos y adversidades
plugo al Señor tejer la corona inmortal de su siervo. El año de 1680 renunció
al cargo de Superior General. Habiendo finalmente
declarado a los Padres y religiosas sus últimos deseos y recomendaciones, recibió
el Viático, de rodillas en el suelo de su cuarto, y entregó a Dios su bendita
alma en medio de transportes de ardiente caridad, a los 19 días de agosto del
año 1680, siendo de setenta y nueve de edad.
Enterraron
su cuerpo en la iglesia del Seminario de Caén. El año 1810, sus reliquias fueron
trasladas a la iglesia de la Virgen de la Glorieta, capilla del antiguo Colegio
de Mont, y parte de ellas vino a parar al convento de la Caridad de Caén, donde
han estado en gran veneración.
Reliquias de San Juan Eudes – Convento de Nuestra Señora de la Caridad, Caen (Francia). |
Fue
beatificado por Pío X, y canonizado por Pío XI, el día 31 de mayo de 1925.
Desde el año 1928, se celebra su fiesta en la Iglesia universal el día 19 de
agosto, que es el mismo en que voló a la gloria del cielo.
EL SANTO
DE CADA DIA
POR
EDELVIVES.
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