En el tiempo del emperador Aureliano
era Turcio procónsul en la ciudad de Clusi, en la Toscana o Etruria; y
ejecutando el edicto imperial contra los cristianos en la ciudad de Sutri, el
primero que llamó a su tribunal fue el santo presbítero Félix, ordenando que lo
sacasen fuera de la ciudad, y que lo apedreasen hasta que acabase la vida, como
así sucedió.
Tomó secretamente el cuerpo despedazado de
aquel santo mártir el fervoroso cristiano san Ireneo y habiéndolo sepultado
junto a los muros de la ciudad, llegó la noticia de esta obra piadosa a los
oídos del cruel Prefecto, por lo cual lo mandó prender, y cargándole de cadenas
lo hizo venir siguiendo su carroza hasta la ciudad de Clusi donde lo puso en la
cárcel con otros muchos cristianos presos.
Una doncella y señora rica llamada Mustióla,
que era prima hermana del príncipe Claudio, visitaba con frecuencia a aquellos fidelísimos
soldados de Jesucristo, y con su hacienda y favor socorría sus necesidades y
los regalaba cuanto podía.
Dieron cuenta a Turcio de la gran caridad que la ilustre y santa virgen
usaba con los cristianos presos; por lo cual este bárbaro juez la mandó
prender, sin reparar en su gran nobleza.
Entonces con el fin de poner espanto y
terror a los cristianos de la ciudad, hizo degollar en un solo día a todos los
que tenía cargados de prisiones en la cárcel, dejando solamente con vida a san Ireneo,
en el cual quiso ejecutar todos los artificios de su crueldad para amedrentar y
rendir, si fuera posible, el ánimo valeroso de aquella santa doncella.
Mandó pues que a su vista colgasen en el
potro a Ireneo, y que en aquella máquina le descoyuntasen los miembros, le
despedazasen con uñas aceradas, y pusiesen fuego debajo, hasta que sin quitarle
del tormento perdiese la vida.
Lo hicieron así los inhumanos verdugos, cebándose en la sangre de aquel
fortísimo mártir de Cristo con extraña crueldad, por echar de ver que ni conseguían
quebrantar su constancia y espíritu admirable, ni hacer mella en el pecho de la
gloriosa virgen que estaba presente a aquel horrible martirio.
Luego que el mártir acabó su vida mortal,
mandó el impío juez que azotasen rigurosamente a la santa virgen con cordeles
emplomados, hasta que ella se rindiese, o acabase la vida; lo cual ejecutaron
los mismos sayones que habían martirizado a san Ireneo, y en este suplicio
murió aquella castísima esposa del Señor, siguiendo en la gloria del cielo al
que había sido ejemplo de su fortaleza en el martirio.
Los dos sagrados cuerpos enterró cerca de los muros de la misma ciudad
de Clusi, Marcos, varón cristiano y religioso, donde hoy tienen un suntuoso
templo, y hacen continuos milagros, con que es Dios en ellos glorioso, como
siempre en sus santos.
Reflexión: Observa en estos martirios como la piedad cristiana que usó
san Ireneo sepultando el santo cuerpo del glorioso mártir san Félix, le ganó al
instante la insigne corona del martirio; y la caridad que la gloriosa virgen
santa Mustióla tuvo con los mártires encarcelados, fue asimismo premiada con la
misma corona.
¡Oh, qué grande es la recompensa de las obras
de caridad! Si las haces en
favor de los santos, participas del mérito de su santidad; si las haces en
alivio de los enfermos, participas del mérito de su paciencia; y siempre que
haces bien a tu prójimo necesitado, mereces la recompensa que tuvieras, si lo
hicieras a la persona de Cristo.
Oración: ¡Oh Dios!
que
alegras nuestras almas en la anual solemnidad de tus santos mártires Ireneo y
Mustióla, concédenos propicio, que nos enciendan en tu amor los ejemplos de
estos santos, por cuyos merecimientos nos gozamos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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