Oh Señor, nos has
redimido en tu Sangre, de toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación, y has hecho
de nosotros un reino para nuestro Dios. (Apoc. 5 9-10)
La Iglesia dedica todo el mes de julio al amor y adoración de la
Preciosísima Sangre de nuestro Salvador Jesús. Justo es que adoremos en la
santa humanidad de Cristo, con un culto especial, aquellas partes que son más
significativas de algún misterio o perfección divinas; y así honramos:
• SU
CORAZÓN: para dar culto a su Amor infinito;
• SUS
LLAGAS: para dar culto a sus dolores y a su
Pasión;
• SU
SANGRE: para dar culto al precio de nuestra
Redención.
Por este culto agradecemos a Nuestro Señor
la Redención como una victoria ya obtenida, y nos gozamos y alegramos de vernos
entre el número de los redimidos, de los que han sido lavados en la Sangre del
Cordero. Y damos culto de latría a la Sangre del Redentor, reconociéndole
especialmente una
virtud salvadora, como se ve:
•
En las letanías de la Preciosísima Sangre, en las que a cada invocación se
responde: Salva nos.
•
En la epístola de la fiesta de la Preciosísima Sangre, que dice así: «Si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de la vaca
roja, santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación
de la carne, ¡cuánto más la Sangre de
Cristo, que por el Espíritu Santo se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios,
purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios
vivo!».
1º Figuras del poder salvador de la
Sangre de Cristo.
Una hermosísima figura del poder salvador de la Sangre de Cristo la
tenemos en el Cordero Pascual. Había mandado Dios a Moisés que castigase a
Egipto con diez plagas: la décima era la muerte de todos los primogénitos de
Egipto. Pero ¿cómo hacer para que el ángel exterminador no diese muerte también
a los hebreos? Dios mandó a Moisés que cada familia reservara un cordero, lo
inmolara, y con su sangre tiñera el dintel de las puertas de los hebreos; y con
eso el ángel exterminador pasaría de largo, y no daría muerte a las casas en
cuya entrada viese la sangre del cordero.
— ¿Qué dices, Moisés? –Se pregunta San Juan Crisóstomo en los
Maitines de la fiesta de la Preciosísima Sangre–: ¿Acaso la sangre de un simple animal puede salvar a un hombre?
—No, no tiene esa eficacia
por ser sangre de animal, sino por ser figura de la Sangre de Cristo; del mismo
modo que entre nosotros una efigie, una insignia o una bandera, tienen
eficacia, no por lo que son en sí mismos, bronce, o tela, o color, sino por lo
que figuran y significan.
Figura del poder salvador de la sangre de Cristo
fue también el paso del Mar Rojo. Después de salir de Egipto, los hebreos se
vieron perseguidos por el ejército de Faraón; entonces Moisés, por orden de
Dios, abrió en dos las aguas del Mar Rojo, e hizo pasar a través de ellas al
pueblo hebreo. Uno era el pueblo que entraba, esclavo de Faraón, y otro era el
que salía, libre de la esclavitud; pues al entrar el ejército de Faraón en pos
de Israel, Moisés cerró de nuevo las aguas, y todos los egipcios fueron
ahogados. En todo ello se figuraba el poder de la Sangre de nuestro divino
Salvador, en la cual fuimos sumergidos y merced a la cual perecieron todos
nuestros pecados, quedando entonces libres del poder del demonio.
Finalmente,
figura de la eficacia salvadora de la sangre de Cristo fue el arca de Noé.
Escuchemos cómo lo comenta San Agustín en los Maitines de la fiesta de la
Preciosísima Sangre:
«Vemos
una figura de este misterio en la orden que recibió Noé de abrir en un lado del
arca una puerta por donde pudieran entrar los animales que debían salvarse del
diluvio, y que representaban a la Iglesia. En vista de este mismo misterio, la
primera mujer fue formada del costado de Adán mientras éste dormía, y fue
llamada “vida” y “madre de los vivientes”… Vemos aquí al segundo Adán durmiéndose sobre la cruz,
después de inclinar la cabeza, para que se formara su esposa con la sangre y
agua que manaría de su costado durante su sueño. ¡Oh muerte, que se convierte para los muertos en principio de
resurrección y de vida! ¿Puede haber algo más puro que esta sangre, ni más
saludable que está herida?»
Empalmando
con esta misma idea, prosigue San Juan Crisóstomo:
« ¿Deseas descubrir otra virtud de esta sangre? Sí, ciertamente. Considera, entonces, dónde empezó a derramarse
y de qué fuente manó. Empezó a brotar en la cruz; y tuvo su fuente en el
costado del Señor. Porque –dice el Evangelio– habiendo muerto el Señor, y mientras pendía aún de la
cruz, acercándosele un soldado, le hirió en el costado, del cual salió al
momento agua y sangre… Aquella agua y aquella sangre simbolizaban el Bautismo y
la Eucaristía. Con ellas, en efecto, se fundó la Iglesia, por la regeneración
del agua y la renovación del Espíritu Santo: por el Bautismo, repito, y la
Eucaristía, que parecen haber salido de aquel costado. Del costado de
Jesucristo se formó, pues, la Iglesia, así como del costado de Adán fue formada
Eva, su esposa. San Pablo da testimonio de este origen, cuando dice: “Nosotros somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos”, aludiendo al costado de Jesucristo. Así, pues, como Dios hizo a
la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la
sangre salidas de su costado, destinadas a la Iglesia, como elementos reparadores».
2º Nuestra Redención exigió el derramamiento
de la Sangre de Cristo.
Para que todas estas figuras del Antiguo
Testamento se realizaran en Nuestro Señor Jesucristo, y la Iglesia naciera
efectivamente del costado de Cristo, y sus miembros fueran liberados y
purificados por tan preciosa Sangre, el Padre le mandó hacerse hombre y, para
redimirnos de nuestros pecados, le exigió el derramamiento de toda su Sangre
como expiación por nuestros pecados. Es éste un punto importante de nuestra fe,
que la fiesta de la Sangre de Cristo expresa claramente, así como la devoción a
la Preciosísima Sangre que la Iglesia quiere inculcarnos durante el mes de
julio:
«Omnipotente y sempiterno
Dios, que constituiste a tu unigénito Hijo Redentor del mundo, y quisiste
aplacarte con su Sangre; haz que veneremos el precio de nuestra salvación con
solemne culto, y que por su virtud seamos librados en la tierra de los males
presentes, y gocemos en el cielo del fruto sempiterno».
Punto importante, decimos, porque hoy en día se niega. Los partidarios
de la “Nueva Teología” rechazan con
desdén la doctrina de la Iglesia de la satisfacción vicaria de Cristo, esto es,
que la justicia de Dios haya reclamado la expiación completa del pecado, razón
por la cual Cristo, sustituyéndonos en virtud de la caridad, ofreció al Padre
una expiación completa por el derramamiento de su Sangre en la Cruz.
Recordar, a través de esta fiesta, que Cristo nos redimió, y
que el precio de la Redención fue su preciosísima Sangre, es recordarnos el
carácter sacrificial de la muerte de Cristo, y el carácter sacrificial de la
santa Misa, y el carácter sacrificial de nuestra propia vida cristiana. Es el
misterio de Jesús, y de Jesús crucificado, que vuelve a ser, como en tiempo de
San Pablo, escándalo para los gentiles, y necedad para los judíos.
Y eso por muchos motivos misteriosos, que
sólo conoceremos perfectamente en el cielo, pero entre los cuales podemos ya
entrever tres:
1º El primero,
para mostrarnos la grandeza de su amor: «En eso se manifiesta el amor de Dios para con nosotros,
que siendo nosotros aún sus enemigos, mandó a su Hijo a morir por nosotros,
para que en su Sangre pudiésemos ser salvos» (Rom. 5
8-9). En la sangre está la vida; y la vida es lo más que podemos dar por otros.
2º El segundo,
para mostrarnos el valor de nuestra alma:
«No habéis sido
comprados con oro ni con plata corruptibles, sino con la Sangre de Cristo, Cordero
inmaculado» (I Ped. 1 18-19); «habéis sido comprados a gran
precio: glorificad y llevad a Dios en vuestros cuerpos»
(I
Cor. 6 20).
3º El tercero,
para mostrarnos la malicia del pecado,
que
exigió de Cristo una muerte tan sangrienta y cruel.
3º Cómo se nos aplica el valor salvador
de la Sangre de Cristo.
La Sangre de Cristo es, pues, el precio de
nuestro rescate, precio que Cristo pagó a su Padre para abolir la tiranía que
el demonio ejercía sobre las almas. La Sangre derramada de Cristo tiene ante el
Padre tanto valor, que por sus merecimientos quedan expiados todos nuestros
pecados y destruido el imperio del demonio sobre nosotros. Estos merecimientos
de la Sangre de Cristo se nos aplican especialmente por medio de tres
sacramentos:
1º
El primero es el Bautismo, que, como hemos visto, nos sumerge en
la Sangre de Nuestro Señor y ahoga todos nuestros pecados.
2º
El segundo es la Penitencia, que lava en la Sangre de Nuestro
Señor las culpas en que hayamos podido caer después del Bautismo.
3º
El tercero es la Eucaristía, que nos alimenta con el Cuerpo y la
Sangre de Cristo a fuerza de comida y bebida verdaderas de nuestras almas.
Conclusión.
De
este modo todos los cristianos somos realmente los hijos de la Sangre de
Cristo, y así lo cantaremos eternamente –Dios lo
quiera– en el cielo:
«Eres digno de tomar el
libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu
Sangre a hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos
para nuestro Dios un reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra» (Apoc. 5
9-10). «Digno es el Cordero degollado
de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y
la alabanza» (Apoc. 4 11). «Esos son
los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han
blanqueado con la Sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios,
dándole culto día y noche en su Santuario; y el que está sentado en el trono
extenderá su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, ya nos les
molestará el sol ni bochorno alguno; porque el Cordero que está en medio del
trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida; y
Dios enjugará toda lágrima de sus ojos» (Apoc. 7 14-17).
“HOJITAS DE FE”
Seminario
Internacional Nuestra Señora Corredentora
Moreno, Pcia. de
Buenos Aires.
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