Nació el glorioso san Porfirio en Tesalónica, de familia muy
ilustre y opulenta, y habiéndole educado sus cristianos padres en el santo
temor de Dios, y en las letras humanas y divinas, a la edad de veinticinco años
se retiró a Egipto, donde se consagró enteramente al servicio de Dios abrazando
la vida religiosa en el famoso monasterio de Sceté.
Perseveró allí cinco años ejercitándose en la humildad y
en la penitencia. Visitó después con gran devoción los santos lugares de
Jerusalén, y en una maravillosa visión que tuvo en el monte Calvario, cobró
sobrenaturales fuerzas para adelantarse en el camino de la cruz de Cristo, que
vio muy gloriosa y resplandeciente.
Repartiendo después sus bienes a los pobres,
puso su asiento en una gruta de las riberas del Jordán, donde aprendió el
oficio de curtidor para ganarse el sustento necesario.
Pero llegando la fama de sus grandes
virtudes al patriarca de Jerusalén, le sacó de su vivienda, y le mandó que se
ordenase de sacerdote para que su doctrina y virtud resplandeciesen con mayor
brillo en la Iglesia de Dios.
Por este tiempo quedó vacante
la Silla de Gaza, y todos pusieron los ojos en el santo sacerdote Porfirio, el cual
aceptó aquella dignidad con muchas lágrimas, mas con grandísimo fruto y acrecentamiento
del rebaño de Jesucristo.
Porque con la divina fuerza de su predicación redujo
muchos infieles a la santa fe, reprimió a los herejes Maniqueos, y destruyó las
reliquias de la idolatría que aún habían quedado en su diócesis.
Era varón de Dios, poderoso en obras y palabras y lleno
del espíritu del Señor. A su voz caían por tierra los ídolos de los falsos dioses,
los enfermos recobraban la salud, y no parece sitio que todos los elementos se
mostraban sumisos y rendidos al imperio de su voluntad.
Finalmente, después de una vida llena de virtudes
y maravillas, llegando el santísimo prelado a la edad de sesenta y siete años,
muy quebrantado por sus penitencias y consumido por el ardor de su celo,
descansó en la paz del Señor, con la singular consolación de dejar su ciudad y
diócesis no solamente limpias de toda la pestilencia de las herejías que las contaminaban,
mas también purificadas de los vicios de los paganos hermoseadas con el
resplandor de las cristianas virtudes.
Reflexión:
Mucho hizo y
trabajó el santo obispo Porfirio en su diócesis para limpiarla de la herejía, y
de los vicios y errores de la gentilidad; pero al fin de su vida pudo ofrecer a
Jesucristo una Iglesia pura, hermosa y sin mancha. Imiten este celo cuantos tienen obligación de guiar a otros
por el camino de la virtud y especialmente los padres y cabezas de las familias
cristianas. Sí, padres de familia: vosotros
sois constituidos por Dios como obispos y prelados de vuestra casa: y esa casa
y familia que gobernáis es vuestra iglesia y vuestro sagrado rebaño. Velad, pues,
con toda solicitud sobre ella, y no permitáis que la inficionen ni los errores de
la impiedad, ni los vicios del libertinaje que pervierten y estragan a tantas familias. ¿Cómo podríais, morir tranquilamente dejando una familia
de hijos incrédulos, renegados y perdidos, que serían vuestros verdugos por
toda la eternidad? Criadlos, pues, en santo
temor de Dios, inspiradles el amor de las virtudes cristianas con vuestras
palabras y ejemplos, y así moriréis en paz y tendréis la dicha de recobrarlos
en el cielo y para gozar siempre de su dulce compañía en aquella eterna
bienaventuranza.
Oración:
Te rogamos, Señor, que te dignes oír las súplicas que te hacemos en la solemnidad
de tu confesor y pontífice Porfirio, para que por los méritos e intercesión de
este santo que tan dignamente te sirvió, nos absuelvas de todos nuestros pecados.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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