Este fervoroso devoto de los santos mártires, y glorioso
mártir de Jesucristo, fue natural de Capadocia, y (como escribe Eusebio)
varón
ingenuo y santísimo, admirable en todas sus acciones, y lleno del Espíritu
Santo.
Habiendo venido a Cesárea al tiempo que el
impío gobernador Firmiliano acababa
de dar muerte con exquisitos tormentos a muchos santos mártires; llevado de su
ardiente devoción con aquellos ilustres soldados de Jesucristo, se arrojó sobre
sus venerables cadáveres que estaban tirados por el suelo, despedazados y
bañados en su propia sangre. A todos abrazó, a todos besó con grande reverencia,
sin temor ninguno de los gentiles ni de los mismos soldados que custodiaban a
los santos cuerpos, que por orden del tirano habían de quedar cuatro días en el
lugar del suplicio para que los perros y buitres los devorasen.
Viendo, pues, los guardas aquellas
demostraciones de la fe y reverencia de Julián,
le prendieron y maltrataron con grande inhumanidad, y le presentaron al
tribunal del impío juez, acusándole de adorador del Crucificado y de sus
mártires.
Se embraveció Firmiliano, viendo que la mucha sangre de cristianos que acababa de
derramar no era bastante para extinguir la fe de Jesucristo, y después de
algunas demandas y respuestas, ordenó que se encendiese una gran hoguera, donde arrojasen
a Julián y donde ardiese hasta que no quedase de él más que las cenizas.
Oyó el santo mártir con ademanes de
inexplicable gozo la terrible sentencia, y no cesaba de dar gracias al Señor
por la incomparable merced que le hacía padecer y morir por su amor.
— ¿Cuándo será la hora, —decía— en que mi alma se junte con la de tus santos y justos en la
gloria eterna? Y con esta maravillosa constancia y alegría, que dejaba atónitos
y asombrados a los mismos verdugos, llegó al lugar del suplicio, y padeció el
tormento del fuego, ofreciéndose en holocausto a Jesús, hasta que su alma
preciosa, saliendo del cuerpo abrasado, voló al eterno refrigerio y al paraíso
de Dios.
Quiso vengarse el gobernador ordenando que el cadáver del
santo mártir quedase en el lugar del suplicio por espacio de cuatro días, con
el fin de que las fieras le devorasen, pero no atreviéndose éstas a tocarlo por
disposición divina, pudieron recogerlo los cristianos, juntamente con los otros
cuerpos de otros santos mártires, a todos los cuales dieron honrosa sepultura.
El Señor castigó después al tirano y a sus
cómplices, permitiendo que acabasen su vida con muerte desastrosa.
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Reflexión:
¿Qué dirán
aquí aquellos cristianos tibios y cobardes que por vanos respetos del mundo no
osan tributar públicamente a Dios y los santos el culto y reverencia que se les
deben? Nuestro glorioso san Julián, inspirado de
Dios, adoró los sangrientos despojos de aquellos mártires de Jesucristo, sin
temor ninguno de la presencia de los soldados ni de las amenazas de los
verdugos, y esos vilísimos esclavos del qué dirán, no se atreven a adorar las sagradas
reliquias, ni a asistir a una procesión, ni a hacer en sus viajes la señal de
la cruz, y si acuden al santo templo, ha de ser cometiendo irreverencias, por
temor de parecer hipócritas y cristianos. No quieras, pues, ser tú más bien
siervo del mundo que de Jesucristo. Imita a san Agustín, que decía: «Pensad de Agustín lo que
os plazca, lo que deseo, lo que busco, es que mi conciencia no me acuse delante
de Dios.»
Oración: Concédenos, oh
Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para el cielo de tu
bienaventurado mártir Julián, seamos fortalecidos por su intercesión en el amor
de tu santo Nombre. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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