Fué el gloriosísimo
padre de la Santísima Virgen san Joaquín, galileo de nación, de la ciudad de
Nazareth, y de linaje real y el más ilustre de toda Judea, porque era de la
tribu de Judá, y descendía por línea recta del rey David.
Llámesele Joaquín, que
quiere decir Preparación del Señor, porque, como dice san Epifanio, por él se
preparó el templo vivo del Señor del mundo, que fue la Virgen María, su hija.
Era hombre justo que
trataba en rebaños y lanas, y se casó con una virtuosísima doncella de Belén,
llamada Ana.
Vivían los dos santos
esposos como dos ángeles, pero sin tener hijos, lo cual les era causa de grande
humillación, pues entre los judíos se tenía como cosa afrentosa ser estériles, y
por maldito quien no dejaba descendencia de sí, porque perdía para siempre la
esperanza de emparentar con el Mesías.
Mas el Señor les
consoló con enviar a san Joaquín un ángel que le dijese que Ana su mujer había
de concebir una doncella santísima escogida de Dios para madre suya, la cual
había de parir al Mesías tan deseado; y cumpliéndose el plazo señalado por el
ángel, les nació en Nazareth aquella benditísima niña, sobre la cual echó Dios
todas sus bendiciones.
¿Quién
podrá declarar la alegría de san Joaquín, cuando vio en sus brazos aquella hija
tan deseada no sólo de los hombres, sino de los mismos ángeles?
¡Con qué
reverencia la miraría, viendo la hermosura de la niña que admiraba cielo y tierra!
Le puso por nombre María, que significa excelsa, porque había de
ser la más alta y excelsa de todas las puras criaturas; y al cabo de ochenta
días fueron Joaquín y Ana a Jerusalén a cumplir la ley de la purificación para
ofrecerla en el templo, y cuando la santísima Niña llegó a la edad de tres
años, en la festividad de las Encenias, que era por el mes de noviembre, la presentaron
a los sacerdotes, para que se criara entre las otras vírgenes consagradas a
Dios, en una parte del templo que estaba diputada para crianza y habitación de
ellas.
Vivieron en Jerusalén Joaquín y Ana porque el amor
que tenían a su hija no les permitía ausentarse de aquel tesoro divino; y así
los años que le quedaron de vida, que fueron pocos, frecuentaba lo más que
podía san Joaquín aquel templo vivo de Dios, su santísima hija, más preciosa
que el templo de Jerusalén y que el cielo empíreo, hasta que siendo ya dé unos
ochenta años y la Virgen de once, la dejó por heredera de sus bienes y entregó
su espíritu al Señor que le había criado y honrado con la dignidad de padre de
la Madre de Dios y Reina de los cielos.
Reflexión: Exclama lleno de admiración
san Juan Damasceno: «¡Oh bienaventurado par, Joaquín y Ana, a los cuales está
obligada toda criatura! Porque por vosotros ofreció el Creador aquel don que se
aventaja a todos los dones del mundo, esto es, a su castísima Madre, la cual
sola fué digna de su Creador. Bien os dais a conocer que sois inmaculados por
el fruto purísimo de vuestro vientre. Cumplisteis casta y santamente vuestro oficio,
y produjisteis el tesoro de la virginidad.»
Seamos, pues, devotos de estos gloriosos
padres de la Madre de Dios, pues son tan grandes sus méritos y eficaces sus
oraciones, porque, así como la Virgen puede mucho con Dios, por ser madre suya,
así ellos pueden mucho con la Madre de Dios, por hija suya, la cual se huelga
que honremos a sus santísimos padres, y como buena hija toma por hechos a sí
los obsequios que les hacemos.
Oración: Oh
Dios, que
entre todos los santos escogiste al bienaventurado san Joaquín para que fuese
padre de la Madre de tu Hijo; te suplicamos nos concedas que experimentemos
perpetuamente la poderosa protección de aquel, cuya fiesta hoy solemnizamos. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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