San Teodoro,
glorioso sacerdote y mártir de Cristo, fué uno de los más celosos ministros del
Señor en la iglesia de Antioquía de Siria.
Trabajó
sin descanso en desarraigar las supersticiones paganas, en derribar las aras y
estatuas de los falsos dioses, y en levantar varios templos al Dios verdadero, sin esperar otra recompensa que ver más
extendida y gloriosa aquella cristiandad, ni desear otro premio que la corona
del martirio.
El conde Juliano, tío del emperador
Juliano, y apóstata como él, gobernaba a la sazón el Oriente, cuya capital era
Antioquía, y sabiendo que el santo sacerdote Teodoro tenía el ministerio de
guardar los vasos sagrados y tesoros de la Iglesia, quiso apoderarse de ellos,
y le llamó a su tribunal, ordenándole en nombre del César que hiciese entrega
de todas aquellas preciosas alhajas.
Le respondió el fidelísimo
siervo de Cristo que nada había recibido de manos del César, y que nada le
debía.
Al oír estas palabras el codicioso
tirano, se enojó sobremanera, y comenzó a reprenderle con grandes amenazas por
la contradicción que hacía a la religión del imperio y a la voluntad del César.
Teodoro con grande elocuencia y
entereza, le echó en cara la liviandad de su apostasía, y de la de su sobrino
el emperador: por lo cual mandó el conde Juliano que
luego azotasen cruelmente al santo presbítero en las plantas de los pies y en
su venerable rostro.
Después le
hizo poner en el suplicio del ecúleo, donde con cuerdas que pasaban por unas poleas,
le estiraron con tan grande inhumanidad los brazos y las piernas, que le
sacaron de sus junturas los huesos y mientras el bárbaro juez que presenciaba
el suplicio se mofaba del mártir, y le decía palabras injuriosas, el santo
rogaba por él, y sin hacer demostración alguna de dolor, ni dar un solo gemido,
le exhortaba a que mirase por sí, y pidiese perdón a Jesucristo de su iniquidad
y apostasía.
«Bien
veo, le dijo el tirano, que eres harto insensible a los tormentos. ¿De dónde
sacas esta fortaleza?»
«No los siento nada, respondió el mártir; porque Dios está conmigo.»
Entonces Juliano mandó que le aplicasen a los costados hachas encendidas; y mientras le
abrasaban con ellas los verdugos, repentinamente cayeron de espaldas en tierra,
y se negaron a seguir atormentándole, diciendo que habían visto unos ángeles
que protegían al mártir.
Finalmente, el encarnizado apóstata
vencido y avergonzado por la entereza e incontrastable constancia del santo
mártir, mandó que le cortasen la cabeza y en este
suplicio entregó su alma santísima en manos del Creador.
*
Reflexión: La torpe codicia y deseo de apoderarse de los bienes de
la Iglesia fue lo que estimuló al procónsul Juliano a cebarse en la sangre del
fiel presbítero san Teodoro.
Y ¿cuál ha sido
aún en otras harto recientes persecuciones que ha padecido la Iglesia una de
las causas principales del odio mortal con que la han maltratado sus enemigos
manifiestos o solapados?
La sed de los
bienes que justamente había alcanzado, que legítimamente poseía y
caritativamente empleaba.
Nos enseña, pues, la historia de la Iglesia,
que muchos de sus sangrientos tiranos y acérrimos perseguidores no solamente
han sido enemigos de la verdad de Dios y de la santidad del Evangelio, sino
también hombres codiciosos, avaros, ladrones y obradores de toda injusticia e iniquidad.
Oración: ¡Oh Dios! que nos proteges con la gloriosa confesión de tu bienaventurado mártir
Teodoro, concédenos que de su imitación y oración saquemos fuerzas para adelantar
en tu divino servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario