COMENZAMOS: 25 de octubre.
FINALIZAMOS: 2 de octubre (DÍA DE LA
CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS) Si es
posible frente a la Cruz Mayor.
DÍA QUINTO
—Por la señal de la santa cruz, etc.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío, Jesucristo, Creador,
Padre y Redentor mío, en quien creo y espero, a quien amo y quisiera haber
siempre amado sobre todas las cosas; me pesa, sí, una y mil veces me pesa de
haberos ofendido, por ser Vos quien sois, bondad infinita; pésame también
porque merecí las terribles penas del Purgatorio y ¡ay! tal vez las eternas llamas
del infierno. Propongo firmemente nunca más pecar, y apartarme de todas las
ocasiones de ofenderos, ayudado de vuestra divina gracia. ¡Oh! tenga yo, Jesús
mío, la dicha de confesarme bien, enmendar la vida y perseverar hasta la
muerte. Os lo pido por esas benditas Ánimas, por vuestra Sangre preciosísima y
por los dolores de vuestra afligidísima Madre. Amén.
ORACIÓN AL PADRE ETERNO. (Para todos los días de la Novena).
Padre celestial, Padre
amorosísimo, que para salvar a las Almas quisisteis que Vuestro Hijo unigénito,
tomando carne humana en las entrañas de una Virgen purísima, se sujetase a la
vida más pobre y mortificada, y derramase su Sangre en la Cruz por nuestro
amor; ¿cómo? ¿dejaríais sufrir largo tiempo a esas Almas en el Purgatorio,
habiendo costado tanto a Jesucristo y siendo vuestras amadísimas hijas?
¿Permitiríais fuese malograda Sangre de tan grande valor? Compadeceos, pues, de
esas pobrecitas Almas, y libradlas de aquellas horrorosas llamas. Compadeceos
también de la mía, y libradla de la esclavitud del vicio. Y si vuestra Justicia
divina pide satisfacción por las culpas cometidas, yo os ofrezco todas las
obras buenas que haga en este Novenario. ¡Ay! de poquísimo, de ningún valor
son, en verdad; pero yo las uno con los méritos infinitos de vuestro Hijo
divino, con los dolores de su Madre santísima, y con las virtudes heroicas de
cuantos justos han existido en la tierra. Miradnos a todos, vivos y difuntos,
con ojos de compasión, y haced que celebremos un día vuestras misericordias en
el eterno descanso de la gloria. Amén.
MEDITACIÓN:
REMORDIMIENTO DE UNA ÁNIMA EN EL
PURGATORIO.
Figúrate, cristiano que esto
meditas, a un alma que haya llevado en este mundo una vida enteramente
semejante a la tuya; que haya vivido tibia, inmortificada, distraída en los
ejercicios de piedad como tú, sin tener horror más que al pecado mortal y al
infierno. Supongamos, no obstante, que haya tenido la dicha (no sabes si tú la tendrás) de hacer una buena
confesión, morir en gracia e ir al Purgatorio. ¿Qué
pensará en aquel horrible fuego entre penas y tormentos tan espantosos? ¡Ay! dos pensamientos la afligirán sobremanera.
Primer Pensamiento. — Pude librarme de estas penas y no quise. Sí; ¡yo misma he encendido estas llamas! ¡Yo soy la causa de
estas penas atrocísimas! Dios no hace más que ejecutar la sentencia que
yo en el mundo pronuncié contra mí misma.
¡Qué medios no me
había proporcionado para ahorrarme estos tormentos! Caricias,
amenazas, beneficios, todo lo había agotado gracias singularísimas de
inspiraciones, buenos ejemplos, libros piadosos, padres, vigilantes, celosos
confesores, maestros y predicadores fervorosos, remordimientos continuos, todo
lo había empleado. Mas ¡qué locura tan grande la mía! Por no privarme de un
frívolo pasatiempo, por ir a bailes, por divertirme o jugar con tal compañía,
por no abstenerme de una mirada, de un vil gusto, de una vana complacencia, por
hablar de los defectos del prójimo, me sujeté voluntariamente a tantas penas y
tormentos. ¡Me lo decían todos los años, me lo
predicaban y repetían! ¡más yo no hacía caso!... ¡Dichoso San Pablo, primer
ermitaño!, ¡dichosas Gertrudis, Escolástica, y tantos otros Santos! que,
habiendo satisfecho a la Justicia divina en el mundo, subisteis al cielo sin
pasar por el Purgatorio ¡Yo podía hacer lo que
vosotros, pero no quise! ¡Oh locuras mundanas, oh conversaciones frívolas, oh
pasatiempos, oh vanidad, y qué caro me costáis ahora! ¡Oh amarga memoria!
¡Estoy sufriendo penas y tormentos acerbísimos; y yo los he querido! ¡Podía
evitarlos fácilmente, y no quise!
—Medita un poco
sobre lo dicho.
Segundo Pensamiento, que aflige, oh cristiano, al alma tibia, que vivió
enteramente como tú vives. Yo querría librarme ahora del Purgatorio, y no
puedo. ¡Oh si pudiera yo ahora volver al mundo! Dirá
cada una de aquellas Ánimas, ¡con qué gusto me sepultaría
en los desiertos con los Hilariones y Arsenios! Haría penitencias más espantosas
que las de un Ignacio en la cueva de Manresa, que las de un Simeón Estilita y
de un San Pedro de Alcántara; pasaría noches enteras en oración, como los
Antonios, Basilios y Jerónimos; me arrojaría en estanques helados y me
revolcaría entre espinas, como los Benitos y los Franciscos; haría. . .
¡Ah pobres
infelices Almas! No era necesario nada de esto; con mucho menos podíais
apagar esas abrasadoras llamas, sin hacer más que lo que hacíais cada día, pero
haciéndolo con perfección, evitabais estos tormentos. Sí;
los mismos Sacramentos, pero recibidos con mejores disposiciones, las mismas
Misas, pero oídas con más recogimiento y atención; las mismas devociones, pero
practicadas con más fervor; las mismas mortificaciones, ayunos y obras de
misericordia, pero hechas con menos ostentación, únicamente por agradar a Dios,
no sólo os hubieran librado de todas esas penas, sino también asegurado a
vosotras y a muchas otras Almas la posesión del reino de los cielos. Ahora
no os canséis, vuestros deseos son inútiles; ya no es tiempo de merecer; ya ha
llegado para vosotras aquella noche intimada por San Juan, en la que nadie puede
hacer obra alguna meritoria; ahora es necesario sufrir, y sufrir penas
inexplicables, y sufrirlas sin mérito alguno. ¡Y yo
lo he querido! ¡Pude facilísimamente evitar estos tormentos, y no quise!
¡Quisiera poder evitarlos ahora, y no puedo!
¡Dichoso cristiano
que oyes esto! Tú tienes tiempo todavía; no es aún llegada para ti
aquella noche tenebrosa. ¿Y perderás días tan
preciosos? ¿No tomarás la seria resolución de confesarte bien, de enmendar tu
vida?
—Medita lo dicho
un poco; encomienda a Dios las Ánimas de tu mayor obligación, y pide, por la
intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta Novena.
Ejemplo:
Estaba Santa Brígida en altísima
contemplación, cuando fué llevada en espíritu al Purgatorio. Allí vió, entre
otras, a una noble doncella, y oyó que se quejaba amargamente de su madre, por
el demasiado amor que le había tenido:
“¡Ah!,
decía, en vez de reprenderme y sujetarme, ella me proporcionaba modas, novios;
me excitaba a ir a los bailes, saraos, teatros, y hasta me engalanaba ella
misma. Es verdad que me enseñaba algunas devociones, pero ¿qué gusto podían dar
éstas a Dios, yendo mezcladas con tanto galanteo y profanidad? No obstante,
como la misericordia del Señor es tan grande, por aquellas pocas devociones que
hacía, Dios, me concedió tiempo para confesarme bien y librarme del infierno.
Pero ¡ay! ¡qué penas estoy padeciendo! Si lo supieran mis amigas ¡qué vida tan
distinta llevarían! La cabeza, que antes ataviaba con dijes y vanidades, está
ahora ardiendo entre llamas vivísimas; las espaldas y brazos, que llevaba descubiertos,
los tengo ahora cubiertos y apretados con hierros de fuego ardentísimo; las
piernas y pies, que adornaba para el baile, ahora son atormentados horriblemente;
todo mi cuerpo, en otro tiempo tan pulido y ajustado, ahora se halla sumergido en
toda clase de tormentos”. (Aunque el cuerpo no va al Purgatorio, es, no obstante,
cierto que las almas sufren lo mismo que si estuvieran unidas con él. Y así el
rico Epulón podía muy bien experimentar aquella sed de que nos habla el
Evangelio: tanto más, que aun en esta vida mortal, no es propiamente el cuerpo,
sino el alma en cuanto da vida al cuerpo, la que siente el dolor).
Contó la Santa esta visión a una
prima de la difunta muy entregada también a la vanidad, y ésta cambió de vida
en términos que, entrando en un convento de muy rigurosa observancia, procuró
con rigidísimas penitencias reparar los desórdenes pasados, y auxiliar a su
parienta, que estaba padeciendo tanto en el Purgatorio.
ORACIÓN
A JESÚS AZOTADO EN LA COLUMNA.
¡Oh Jesús amabilísimo!
¡Vos desnudo y azotado por mí! ¡Ves la inocencia y santidad infinitas,
despedazado por mi amor con innumerables azotes! ¡Ay! ¡qué extraño es que se
paguen caros en el Purgatorio los gustos del pecado, si así pagáis Vos en
vuestro purísimo cuerpo las sensualidades del mío! ¡Ay infeliz de mí! Yo soy
quien he pecado; yo merecía ese castigo tan humillante y riguroso; y, no
obstante, lejos de mortificar mis apetitos y de castigar con penitencias una
carne impura, no busco sino delicias y regalos. Mas no será así en adelante,
dulcísimo Jesús. Caiga sobre mi corazón una gota de esa Sangre preciosa, y
arrepentido abrazaré la mortificación, y quedaré todo encendido en vuestro
santo amor. Y Vos, Padre celestial, ya que vuestro Hijo santísimo satisfizo
sobreabundantemente a vuestra divina Justicia, perdonad mis culpas, usad de
clemencia con las benditas Ánimas del Purgatorio, aceptad en sufragio de ellas
todo cuanto yo sufriere en este día, aceptad la cruel flagelación de Jesús y
los dolores de su Madre Santísima. Amén.
Obsequio:
Mañana, no comer fuera de las horas acostumbradas, o
hacer alguna mortificación corporal en sufragio de las benditas Ánimas del
Purgatorio.
ORACIÓN: A LAS ÁNIMAS EN EL
PURGATORIO.
Esposas muy queridas del Señor,
que encerradas en la cárcel del Purgatorio sufrís indecibles penas, careciendo
de la presencia de Dios, hasta que os purifiquéis, como el oro en el crisol, de
las reliquias que os dejaron las culpas; ¡con cuánta razón desde aquellas
voraces llamas clamáis a vuestros amigos pidiendo misericordia! Yo me
compadezco de vuestro dolor, y quisiera tener caudal suficiente para satisfacer
deuda tan crecida; y aunque más pobre que vosotras mismas, os ofrezco y aplico
cuantas indulgencias pudiere ganar en este día, y cuantas obras de supererogación
hiciere durante (diga el tiempo que
quiera), a excepción de aquellas que por alguna necesidad
particular aplicare. Pero siendo tan pobres mis méritos para satisfacer por
vosotras a la Justicia Divina, apelo a la piedad de los Justos, a los ruegos de
los Bienaventurados, al tesoro inagotable de la Iglesia, a la intercesión de
María Santísima y al precio infinito de la sangre de Jesucristo. Conceded,
Señor, a esas pobres Ánimas, sobre todo al alma de N. N., el deseado consuelo y
descanso. Pero confío también, Almas agradecidas, que tendré en vosotras
poderosas medianeras que me alcancen del Señor gracia con que deteste mis culpas,
adelante en la virtud, sojuzgue mis pasiones y llegue a la eterna
bienaventuranza. Amén.
NOVENA A LAS
ÁNIMAS DEL
PURGATORIO.
SACADA DEL
ANCORA DE SALVACIÓN.
Por el R. P. JOSE MACH (de la Compañía de Jesús).
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