Los
gloriosos hermanos y mártires de Jesucristo san Crispín y san Crispiniano eran
nobles patricios de Roma, los cuales al ver los estragos que los perseguidores
de la Iglesia hacían en el rebaño del Señor, robándoles los bienes, y
quitándoles después la vida con los más atroces suplicios, determinaron vender
toda su hacienda y trasladarla al cielo por las manos de los pobres.
Hechos así
pobres por amor de Cristo, pasaron a las Galias en compañía de san Quintín y
otros celosos cristianos, para dar noticia de la fe a aquellas gentes
idólatras.
Después de muy largos y penosos viajes, en
los cuales sembraron en varias poblaciones las semillas de la verdad
evangélica, pusieron su residencia en la ciudad de Soissons, y a ejemplo de san
Pablo, que juntaba su ministerio apostólico con el trabajo manual, nuestros santos hermanos enseñaban en todas las ocasiones
oportunas que se les ofrecían, la doctrina del Salvador del mundo, y se ganaban
el sustento haciendo calzado.
Escuchaban los infieles con asombro sus
pláticas admirables y consejos de perfección nunca oídos, maravillándose más
todavía de su vida santísima, y señaladamente de su caridad, desinterés, piedad
y menosprecio de la gloria y vanidad del mundo, pues jamás les veían en los
públicos regocijos y fiestas de los dioses; porque
mientras los idólatras se entregaban a aquellos pasatiempos, los dos santos
hermanos se postraban delante de una cruz, y oraban con gran fervor a
Jesucristo para que con su gracia alumbrase a aquellos hombres tan ciegos.
De esta manera con su vida ejemplar y santa
conversación redujeron a la fe gran muchedumbre de gentiles.
En esta sazón vino a la Galia Bélgica el
emperador Maximiano Hercúleo, y algunos idólatras se quejaron amargamente de
los dos hermanos, diciendo que eran enemigos de los dioses, y que desasosegaban
al pueblo inficionándole con una nueva superstición.
El emperador, por
deseo de complacer a los delatores, y por el odio que tenía al nombre
cristiano, dio orden que los dos hermanos fuesen presos y presentados al tribunal
de Riccio Varo, tirano sangriento, a quien había hecho antes gobernador
de la Galia, y promovido ya en aquellos días a la dignidad de prefecto del
Pretorio.
Mandó este bárbaro
juez que atormentasen a los dos santos con desapiadados azotes y después con
los más rigurosos suplicios, con que solían probar la constancia de los
mártires, hasta que viéndolos salir triunfantes de todos los tormentos, mandó
degollarlos.
Levantaron los fieles de Soissons un templo
suntuoso a la memoria de los santos Crispín y Crispiniano, y san Eligió adornó
magníficamente las urnas de sus sagrados cuerpos.
Reflexión: En el
glorioso catálogo de los santos figuran no pocos que conciliaron el trabajo
manual y la fatiga del cuerpo con eminentísima santidad.
San Pablo hacía
tiendas de campañas, entre los demás apóstoles había pescadores, labradores y
de otros oficios, san José, la Virgen santísima y nuestro mismo divino Redentor
se ganaron el pan con el sudor de su rostro.
Pues, ¿qué perdón merecen aquellos cristianos tan reprensibles
que con achaque de la pobreza que pasan, o del trabajo de que han de vivir,
pretenden excusar su pureza en las cosas de Dios y de su eterna salvación?
¿Por
ventura no puede el pobre labrador o artesano tener a raya sus pasiones y vivir
conforme a la ley del santo Evangelio?
Oración: ¡Oh Dios! que nos alegras con la anual festividad de tus
bienaventurados mártires Crispín y Crispiniano, concédenos propicio, que
gocemos de sus méritos, y seamos instruidos con sus ejemplos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA
CRISTIANA
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