San Julián, obispo y patrón de la Iglesia de Cuenca,
nació en Burgos, de honrados y virtuosos padres, y el cielo ilustró su
nacimiento con prodigiosas señales de su futura santidad y dignidad; porque
mientras le bautizaban, apareció un ángel con la mitra y el báculo pastoral, y
dijo: Julián ha de ser su nombre.
Y en efecto, habiendo pasado Julián con la pureza de un ángel del
cielo los años de su niñez y de su mocedad, fue elevado al sacerdocio, y a la
dignidad de Arcediano de Toledo, y finalmente a la silla episcopal de Cuenca.
Celebraba
la Misa con tanto fervor y tan dulces lágrimas, que hacía llorar de devoción a
cuantos la oían.
Predicaba con tan grande unción y
gracia la divina palabra, que los oyentes decían: Nunca
habló así otro hombre.
SAN JULIÁN Y SAN LESMES |
No tenía en su palacio más que un
solo capellán, que fue el santo Lesmes, el cual hacía los oficios de paje,
limosnero, mayordomo y secretario del santo obispo.
En sus
correrías apostólicas convirtió a innumerables moros, y corrigió en muchas
poblaciones los siniestros resabios que en ellas había dejado la morisma.
Todas sus rentas
eran para los pobres, y para sustentarse hacía él unas cestillas, que luego le
compraban los fieles, y las guardaban como joyas de su santo obispo.
Le recompensó el Señor la caridad
que usaba con los menesterosos, apareciéndole una
vez Jesucristo entre los pobres y honrándole con el nombre de amigo suyo.
Un día
halló colmado de trigo el ayolí que estaba vacío, y en otra ocasión vio entrar
por la ciudad una recua numerosa cargada de trigo, que sin guía se dirigió al
palacio del caritativo prelado.
Finalmente, a los
ochenta años de su edad, entendiendo que llegaba el fin de sus días, se
revistió de sus vestiduras pontificales para recibir los últimos Sacramentos,
pero luego se rodeó de un áspero cilicio, se cubrió de ceniza, y se tendió en
el duro suelo, reclinada la cabeza sobre una piedra.
Entonces
vio a la Virgen Santísima, que coronada de rosas y acompañada de un coro
resplandeciente de santas vírgenes, venía a recibir su alma purísima para
llevarla a los cielos.
A los 310 años después de su
muerte se halló el sagrado cuerpo tan entero como el día que falleció, y las
vestiduras pontificales tan nuevas como si acabasen de labrarse.
Estaba vestido
de pontifical con mitra de raso blanco labrada de oro, con báculo, cáliz y
vinajeras, todo de plata.
Tenía al lado un
ramo de palma tan verde y fresco como si el mismo día se hubiera cortado,
exhalando una suavidad peregrina y admirable.
Se hizo la translación del santo
cadáver con una procesión solemnísima, y Nuestro Señor obró muchos prodigios;
pues día hubo de catorce milagros, como consta por jurídica información.
Reflexión: Aprendamos
de este varón de misericordia el espíritu de caridad con nuestros hermanos
menesterosos.
¿Hay por ventura cosa más recomendada del
Señor que la caridad?
Si
tienes mucha hacienda, da mucho; si tienes poca, da poco.
Lo que das a los pobres, lo das a Cristo: lo
que gastas en limosnas, lo trasladas al cielo por las manos de los pobres.
Da, pues, lo que es de la tierra, para
recibir tesoros del cielo: da una moneda, para ganar un reino: lo que das al
pobre, te lo das a ti mismo.
¡Terrible
juicio aguarda al que malgasta lo que necesitan los pobres para su sustento, y
grande gloría puede esperar el hombre misericordioso y caritativo!
Oración: Te
suplicamos, Señor, que excites en
tu pueblo cristiano aquel espíritu de caridad, de que llenaste a tu confesor y
pontífice el bienaventurado Julián, para que caminemos hacia ti, imitando los
ejemplos de aquel cuya fiesta celebramos. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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