Este
ilustre Santo, en cuyo elogio, según palabras de Pío XI, es poco cuanto se
diga, es un coloso de la naturaleza y de la gracia.
Fue criatura aureolada de
múltiples reflejos y hecha de múltiples valores: de
bondad generosa, de ingenio grande, de inteligencia clara, viva y perspicaz; de
una voluntad gigante, indómita e indomable, que ni la inmensa cantidad de
obras, ni el trabajo suyo extraordinario pudieron rendir jamás.
Nació en
Castelnuovo de Asti, (provincia de Turín, Italia) el 16 de agosto de 1815, en
una modesta familia campesina.
Cuando contaba tan sólo dos años
perdió a su padre.
Le
educó su madre Margarita Occhiena en el santo temor de Dios, consiguiendo muy
pronto grande ascendiente entre sus compañeros de infancia.
A la edad de nueve años, en un «sueño» profético, la
Virgen le manifestó claramente su futura misión: la educación cristiana de la
juventud.
Y en «sueños»
posteriores le fue la misma Señora
precisando más y más el modo cómo había de llevar a feliz término su obra
providencial.
Ingresó en el seminario y,
ordenado sacerdote, dio comienzo en Turín a su misión con la obra de los «Oratorios festivos», procurando atraer a los
muchachos con diversos e instructivos entretenimientos.
Pronto fundó un asilo-escuela donde, recogiendo
a los más pobres, les proporcionaba alimento, vestido, habitación, y un oficio
o estudio.
Para perpetuar su labor fundó la Sociedad Salesiana.
Ampliando el campo de acción, estableció talleres-escuelas de artes y oficios para la
formación profesional de obreros y abrió escuelas e internados para alumnos de
primera y segunda enseñanza... Y para que el beneficio de la educación
cristiana se extendiese también a las niñas, fundó otra congregación: el
Instituto de las «Hijas de María Auxiliadora»,
...resultando al fin, dos providenciales congregaciones
religiosas, que con la rapidez de la luz y del fuego, habían de lanzarse por el
mundo entero, acreditándose por doquier como educadores ideales de la niñez,
merced al «método preventivo» y a la infusión en el alma juvenil de las más
puras esencias evangélicas.
Reflexión: La vida de San Juan Bosco, con ser activa en sumo grado, se
mueve constantemente en una atmósfera de milagro y de intimidad con Dios,
propia de los grandes contemplativos, familiarizados con los divinos carismas.
Fueron
sus devociones cumbres: el amor a Jesús Sacramentado, pudiéndose llamar el «precursor» de la Comunión frecuente y diaria;
la devoción a la Virgen Inmaculada, bajo la advocación «Auxilio de los
cristianos», a quien edificó una grandiosa basílica
en Turín, que fue y sigue siendo en la actualidad centro de irradiación y
atracción poderosas; y, finalmente, su incondicional adhesión al Papa,
interviniendo con Pío IX y León XIII en asuntos delicadísimos y de grandísima
trascendencia.
Su lema fue
«Da mihi ánimas»: buscar
almas, siempre almas, sólo almas para llevarlas a Dios; y por el encendidísimo celo de almas que le consumía, en
pos de ellas, recorrió pueblos y naciones sembrando su camino de prodigios sin
cuento.
Aprendamos del Santo la lección. Pensemos en la salvación de nuestra alma.
Para ello estemos siempre con el Papa,
seamos devotos de la Virgen y recibamos con frecuencia a Jesús en la
Eucaristía.
Oración: Oh Dios, que suscitaste a tu Santo Confesor Juan,
para padre y maestro de los jóvenes, y que, por él, con la ayuda de la Virgen
María, quisiste floreciesen nuevas familias religiosas en tu Iglesia; haz que,
encendidos en el mismo fuego de caridad, podamos buscar las almas y servirte a
ti solo. Por N. S. J. C. Así sea.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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