—En Judea, en tiempo del rey Herodes, fué glorioso el nombre de Zacarías, sacerdote, profeta y padre de san Juan Bautista. San
Lucas, evangelista, en el principio de su Evangelio, dice divinidades, hablando de
él y de sus virtudes.
Este elogio solo bastaba para tenerle por tan gran santo como es; y sobre todo haber tenido un
hijo, como el Bautista. Fué, pues, Zacarías de la tribu de Levi: y porque de su prosapia, profecía,
aparición del ángel en el templo, y demás cosas que tocan al nacimiento del Bautista, se trata suficientemente en la Natividad
de san Juan, el 24 de junio;
solo trataremos aquí de su gloriosa muerte, que fue en esta forma. Viéndose
Herodes burlado de los santos reyes Magos; pues, cuando los esperaba de vuelta
de Belén, para que le diesen noticia del recién nacido infante Jesús,
nuestro Salvador, ellos
tomaron por otra parte su camino, como refiere el sagrado evangelista
san Mateo;
entonces, oyendo decir la gloriosa santa Isabel, que también buscaban a su hijo Juan
(niño
tan tierno, que solo tenía seis meses más que Cristo), para quitarle la vida con los demás
santos niños inocentes, mártires, tomando su hijo en los brazos, se fué a un
alto monte de Judea huyendo; pero viendo que la seguían los crueles verdugos,
impíos ejecutores del rigor de Herodes, temió, e hizo oración profundamente humilde, pidiendo a Dios librase a su
hijo Juan de la muerte. Al instante (¡oh fuerza de la oración del justo! ¡oh
maravillas de Dios!) se abrió el monte, y en la abertura se escondió Isabel y
su hijo, dejando burlados a los fieros verdugos que, los seguían. En las entrañas, pues, del monte, los
recreaba el Señor que los guardaba, con una luz divina, y un ángel santo que
les ministraba todo lo necesario para la conservación de la humana vida. Otros
dicen, se escondió santa Isabel con su hijo en un monasterio
de los muchos que entonces los Esenos, hijos de los profetas, descendientes del
gran profeta y patriarca san Elias, tenían edificados por aquellas montañas, y
allí se crio el niño Juan en el instituto carmelitico, siguiendo en todo desde
entonces (como quien tenía ya para hacerlo el uso de la
razón, desde que fué santificado en el vientre de su madre) el
espíritu y virtud de Elias, para ser príncipe del estado religioso y monástico en
la ley de gracia, como lo era y es Elias en la escrita y esta opinión es la más
corriente y común; aunque no la niega, quien sigue la primera de la milagrosa
abertura del monte: pues unos y otros dicen, que acabada la persecución de Heredes, el niño Juan se crio entre los Esenos,
hijos de los profetas, hasta que de siete años, instruido ya en la vida
monástica, se retiró a hacer vida solitaria al desierto, como lo hacían muchos
de aquellos antiguos monjes, sucesores de Elias.
Se quedó entonces solo en su casa y
asistencia del templo el santo sacerdote Zacarías, y como Herodes enviase sus ministros,
a que le preguntasen por el niño Juan, hijo suyo, y el respondiese, no sabía
dónde estaba, como era cierto que no lo sabía (sin que esta ignorancia se oponga al
ser profeta santo; porque no todas las cosas sabe el que es profeta, sino solas
aquellas que Dios quiere revelarle),
y asimismo les reprendiese el rigor y crueldad suya y de su rey y señor Herodes,
que los obligaba a quitar tantas inocentes vidas, y predicase a Cristo recién
nacido, Rey de Israel, Hijo de Madre Virgen, y Señor de cielos y tierra, y
ellos le refiriesen todo lo dicho a Herodes; él enfurecido contra el santo
viejo Zacarías, envió de noche secretamente sus verdugos, los cuales le
quitaron la vida entre el templo y el altar, donde fué criada la Virgen
santísima María, sin pecado concebida, desde su gloriosa presentación. A la
mañana, los demás sacerdotes vinieron al templo, y esperando a que Zacarías
saliese del santuario, se pasó la hora acostumbrada, y se hizo muy tarde: por
lo cual uno de ellos entró en el santuario, y halló la sangre del santo
sacerdote, que toda se había juntado y endurecido como una piedra. Luego oyó
una voz del cielo que dijo: “Aquí han muerto a Zacarías, y su sangre no se
borrará de Israel, hasta que se levante el que le ha de vengar”. Con esto salió fuera del santuario, y
contó a los demás sacerdotes todo lo que pasaba; y ellos temblaron de oírle, y sintieron
un ruido grande de piedras, como que se rompían y daban unas con otras. Buscaron el cuerpo del sacerdote y mártir Zacarías, y no
lo hallaron. Fué su martirio glorioso, a 5 de noviembre (dia en que
lo celebra la Iglesia)
año 1º del Señor. Pasados muchos años, apareció
milagrosamente su santo cuerpo en el mismo templo de Jerusalén, y allí estuvo
mucho tiempo en honroso sepulcro. Ahora se dice que está en Venecia en
un monasterio de señoras, fundado a honor suyo, y con su nombre…
La gloriosa santa Isabel, su esposa, y madre del Bautista, fué de la tribu de Aarón;
de cuya santidad trata, como de la del santo Zacarías, su esposo, el
sagrado evangelista san Lucas en
el principio de su Evangelio: y así, aquí solo trataremos de su gloriosa
muerte; pues las demás cosas, que tocan a sus virtudes, santidad, salutación y
parto, las refiere el Evangelio. Después que como
dijimos poco hay, tuvo seguro y educado a su hijo, y que ya el santo niño se
retiró al desierto, cumplidos los siete años de su edad, a hacer vida
solitaria, eremítica o monástica; Isabel se retiró a la montaña de Judea a su
casa, y allí vivió santísimamente algunos meses, hasta que quiso el Señor llevársela
en paz y gracia suya, llena de días, santidad y virtudes; y allí fué sepultada
esta gloriosa santa, prima y hermana de la Reina de los ángeles, y Madre de
Dios María santísima, sin pecado concebida; porque santa
Ana y santa Esmeria fueron hermanas, hijas de Agarin: de Ana, nació la Virgen
María; de Esmeria, Isabel y Eliud; y de Eliud nació Eminin; y de Eminin nació san Servacio,
obispo, cuya vida se celebra el 13 de mayo. Otros afirman que en la misma cueva
(que
así llaman la abertura o quiebra del monte en que se ocultaron madre e hijo) se la llevó Dios, quedando por
custodio fiel y nutriz del niño Juan, el ángel que ya dijimos les ministraba el
sustento necesario a la vida. Como quiera que ello sea, Isabel murió en paz y gracia del Señor, cuya eterna gloria posee. No
se sabe el dia cierto de su glorioso tránsito; y así nuestra madre la Iglesia
la ha señalado el mismo de su esposo el santo sacerdote, profeta y mártir
Zacarías, celebrando a los dos en un mismo dia.
Escribieron las vidas de estos dos
benditos casados, padres del Bautista, san Lucas en su sagrado Evangelio, cap. 1; Beda; Usuardo, y Adon, y los demás
padres de la Iglesia latina; los griegos en su Menologio; san Epifanio, lib. de Vit. et Inter. prophet.,
cap. 23, in Pannar. hæres. 26, el cual afirma ser este Zacarías
el que dice Cristo, Bien nuestro, por san Mateo, cap. 23, fué muerto entre el templo
y el altar, como ya queda dicho. Del mismo sentir son Orígenes, in Malth., cap. 23; sanctus
Petrus Alexandrinus,
episc. et mart. In Can. 13; Sanct. Gregorius Nissenus, in Orat. de Christi Nativ.; sanct.
Basilius, Homil.
de Humana Christi general.; sanct Cyrillus Alexand., lib. Adversus Anthropomorphitas; sanct.
Theodoretus,
Histor., lib. IV, cap. 7; Petrus de Natalib., in Cathalog. SS., lib. X, cap. 24 et
25; si bien san Gerónimo tuvo otro sentir, explicando el cap.
23 de san Mateo; él Martirologio romano; y
Baronio
en sus anotaciones, y en el tomo 1 de sus Anales, in apparatú, num. 16, et ann.
1, num. 53 el seg., donde cita autores, que afirman
haber visto en las ruinas, que hoy se ven del templo de Jerusalén, algunas
piedras con las señales de la sangre de Zacarías, y en particular una, que
tiene la sangre fresca; cuya cabeza dice, se guarda en Roma en San Juan de
Letrán, la cual dicen ha manado sangre muchas veces.
En las cosas
históricas, y que solo son de la fe humana por las tradiciones de que constan
(si no es que tuviesen especial revelación de Dios), pudieron tener los santos Padres
diversos pareceres, según lo que cada uno hallaba escrito y dicho,
inclinándose unos a un sentir y otros a otro. El máximo doctor y padre san Gerónimo se inclinó, según lo que había
leído, como él refiere a que fué otro Zacarías el
que murió entre el templo y el altar: otros santos Padres, y tan graves
doctores de la Iglesia, como hemos visto, quieren que sea este: Dios solo sabe la verdad: lo cierto es, que es santo y que goza
de Dios en la gloria, y que obrando como él, imitándole en las virtudes, y
valiéndonos de su intercesión, y de la de su esposa santa Isabel, tendremos
cierta la misma gloria, y allá sabremos si murió entre el templo y el altar, o
en qué lugar alcanzó la corona.
Leyenda de oro
Vida de todos los Santos que venera la
iglesia.
(1855).
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