EL tercer sucesor de
San Pedro, probablemente San Clemente, fue contemporáneo de los santos Pedro y Pablo, según se cree. En efecto, San
Ireneo escribía en la
segunda mitad del siglo II: “Vio a los bienaventurados apóstoles y habló con ellos. La
predicación de éstos vibraba aún en sus oídos y conservaba sus enseñanzas ante
los ojos.”
Orígenes y otros
autores le identifican con el Clemente a quien San Pablo llama su compañero de
trabajos (Fil. 4, 3)
y así lo repiten la misa y el oficio del santo; pero se trata de una
identificación muy dudosa. Ciertamente, no fue nuestro santo el Clemente Flavio
condenado a muerte el año 95. Pero no es imposible que haya sido un liberto de
la servidumbre del emperador, cuyos ascendientes fueron judíos. No poseemos ningún
detalle sobre su vida. Las “actas” del siglo IV, que son apócrifas, afirman que
convirtió a una pareja de patricios, llamados Sisinio y Teodora, y a otros 423. Aquello le atrajo el odio del pueblo
y el emperador Trajano le desterró a Crimea, donde tuvo que trabajar en las
canteras.
La fuente más próxima distaba diez
kilómetros, pero Clemente descubrió por inspiración del cielo
otro manantial más próximo, donde pudieron beber los numerosos cristianos
cautivos. El santo predicó en las canteras con tanto
éxito que, al poco tiempo, había ya setenta y cinco iglesias. Entonces, fue
arrojado al mar con un ancla colgada al cuello. Los ángeles le construyeron un
sepulcro bajo las olas. Cada año, las aguas se abrían milagrosamente para dejar
ver el sepulcro.
San Ireneo dice: “En la época de Clemente,
estalló una importante sedición entre los hermanos de Corinto. La iglesia de
Roma les envió una larga carta para restablecer la paz, renovar la fe y para
anunciarles la tradición que había recibido recientemente de los apóstoles.”
Esa carta hizo famoso
el nombre del Papa Clemente I. En los
primeros tiempos de la Iglesia, la carta de Clemente tenía casi tanta autoridad
como los libros de la Sagrada Escritura y Solía leerse junto con ellos en las
iglesias. En el manuscrito de la Biblia (Codex Alexandrinus, siglo V) que Cirilo Lukaris, patriarca de
Constantinopla, envió al rey Jacobo I de Inglaterra, había
una copia de la carta de Clemente. Patricio Young, encargado
de la biblioteca real de Inglaterra, la publicó en Oxford, en 1633.
San Clemente comienza por dar una explicación de que las dificultades por
las que atraviesa la Iglesia en Roma (la persecución de Diocleciano) le habían impedido escribir
antes. En
seguida, recuerda a los corintios cuán edificante
había sido su conducta cuando todos eran humildes, cuando deseaban más obedecer
que mandar y estaban más prontos a dar que a recibir, cuando estaban
satisfechos con los bienes que Dios les había concedido y escuchaban
diligentemente su Palabra. En aquella época eran sinceros, inocentes, sabían
perdonar las injurias, detestaban la sedición y el cisma. San
Clemente se lamenta de que hubiesen olvidado el temor de Dios y
cayesen en el orgullo, en la envidia y en las disensiones y los exhorta a
deponer la soberbia y la ira, porque Cristo está con los que se humillan y no
con los que se exaltan. El cetro de la majestad de Dios, Nuestro Señor
Jesucristo, no se manifestó en el poder sino en la humillación. Clemente invita a los corintios
a contemplar el orden del mundo, en el que todo obedece a la voluntad de Dios:
los cielos, la tierra, el océano y los astros. Dado que estamos tan cerca de
Dios y que El conoce nuestros pensamientos más ocultos, no deberíamos hacer
nada contrario a su voluntad y deberíamos honrar a nuestros superiores; las
necesidades disciplinares han obligado a crear obispos y diáconos, a quienes se
debe toda obediencia. Las disputas son inevitables y los justos serán siempre
perseguidos. Pero señala que unos cuantos corintios están arruinando su
iglesia. “Obedezca cada uno a sus superiores, según la jerarquía
establecida por Dios. Que el fuerte no olvide al débil y que el débil respete
al fuerte. Que el rico socorra al pobre y que el pobre bendiga a Dios, a quien
debe el socorro del rico. Que el sabio manifieste su sabiduría, no en sus
palabras, sino en sus obras. Los grandes no podrían subsistir sin los pequeños,
ni los pequeños sin los grandes. En un cuerpo, la cabeza no puede nada sin los
pies, ni los pies sin la cabeza. Los miembros menos importantes son útiles y
necesarios al conjunto.”
En seguida, Clemente afirma que en la
Iglesia los más pequeños serán los más grandes ante Dios, con tal de que
cumplan con su deber. Termina
con la petición de que le “envíen pronto de vuelta a sus dos mensajeros, en paz y alegría,
para que nos anuncien cuanto antes que reinan ya entre nosotros la paz y
concordia por la que tanto hemos orado y que tanto deseamos. Así podremos
regocijarnos de vuestra paz”.
En la carta hay un pasaje muy conocido, que
el historiador anglicano Lightfoot califica de “noble
reprensión” y de “primer paso hacia la
dominación pontificia”. Helo aquí: “Si algunos desobedecen las palabras que Él
nos ha comunicado, sepan que cometen un pecado grave e incurren en un peligro
muy serio. Pero nosotros seremos inocentes de ese pecado.” La carta de Clemente es muy importante por sus hermosos
pasajes, porque constituye una prueba del prestigio y autoridad de que gozaba
la sede romana a fines del siglo I
y porque está llena de alusiones históricas incidentales. Además, “constituye un modelo de carta pastoral..., una homilía sobre la
vida cristiana.” Existen
otros escritos, llamados “Pseudo-clementinos”, que
se atribuían antiguamente al Papa. Entre ellos se cuenta otra carta a los corintios, que estaba también incluida en el “Codex”
alejandrino de la Biblia.
Se venera a San Clemente como
mártir, pero los autores más antiguos no mencionan su martirio. No
sabemos dónde murió. Tal vez durante su destierro en Crimea. Sin embargo, es
muy poco probable que las reliquias que San Cirilo trasladó de Crimea a Roma, a fines
del siglo IX, hayan sido realmente las de San Clemente. Dichas reliquias fueron depositadas
bajo el altar de San Clemente, en la Vía Celia. Debajo de la iglesia y de la
basílica que se construyó encima en el siglo IV, se conservan unas habitaciones de la
época imperial. De Rossi pensaba que ahí había vivido San
Clemente I. En
todo caso, no sabemos quién fue el Clemente que dio su nombre a esa iglesia que
se llamaba originalmente “titulus Clementis”. El
nombre de San Clemente I figura en el canon de la misa. Nuestro santo es uno de los llamados “Padres Apostólicos”, que
son los que conocieron personalmente a los apóstoles o recibieron su influencia
casi directa.
VIDAS DE LOS SANTOS
DE BUTLER— 1965
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