El fervorosísimo
y religioso sacerdote san Nicolás de Tolentino, ornamento de la sagrada Orden
de san Agustín, nació en una aldea llamada San Angelo, de la ciudad de Ferino,
que está en la provincia de la Marca de Ancona.
Prometió la madre de nuestro santo ir a
visitar el sagrado cuerpo de san Nicolás, obispo, que está en la ciudad de Bari
en el reino de Nápoles, si Dios le daba un hijo: y apareciéndole el santo la
hizo cierta de que tendría un hijo, a quien pondrían por nombre Nicolás, y que
sería santo.
Todo se cumplió así: porque como iba el niño
creciendo en edad, así fué adelantándose en virtud y ciencia; y orando un día
en el templo vio a Cristo nuestro Señor con los ojos corporales.
Le hicieron canónigo de la iglesia de San
Salvador: más habiendo oído un sermón del menosprecio del mundo, se determinó a
tomar el hábito de san Agustín, y fué espejo de religiosos en todas las
virtudes.
Treinta años estuvo en el convento de
Tolentino sin comer carne, ni huevos, ni peces, ni cosa de leche, ni aun
manzanas, ahora estuviese sano, ahora enfermo.
Visitaba con grande caridad a los enfermos,
consolaba a los afligidos, reconciliaba a los discordes, socorría a los pobres
y libraba a los cautivos y encarcelados.
Fué devotísimo de las ánimas del purgatorio
por una visión que tuvo, en la cual vio gran número de ánimas que, con grande
instancia, le pedían el sufragio de sus oraciones y misas, y habiéndolas dicho,
le dieron las gracias por ello.
Le Ilustró el Señor con muchos y grandes
milagros; porque dio maravillosamente la salud a muchos enfermos que estaban
afligidos de varias dolencias, alumbró ciegos y libró muchos endemoniados.
Toda la vida de san Nicolás fue de hombre
perfectísimo y venido del cielo, y como tal, le favoreció y regaló mucho
nuestro Señor.
Seis meses antes que muriese, cada noche a
hora de maitines, le dieron música los ángeles; y el entendió que se llegaba la
hora de su dichosa muerte, y así la profetizó y avisó de ella a sus hermanos
religiosos.
Les rogó que le perdonasen sus faltas, y al prior,
que le diese la absolución de todos sus pecados, y le admistrase los santos
Sacramentos de la Iglesia; los cuales recibió con grandísima devoción y
abundancia de lágrimas.
Después se hizo traer una cruz en que estaba
un pedazo de la de nuestra redención, la cual adoró con profundísima humildad.
Se regocijaba su espíritu en aquella hora
sobremanera; y como los frailes le preguntasen por qué estaba tan contento y
alegre, respondió:
«Porque
mi Señor Jesucristo, acompañado de su dulce Madre y de nuestro padre san Agustín,
me convida a la partida, y me dice que me alegre y entre en el gozo de mi
Dios»: y diciendo aquellas
palabras: En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu, levantadas las manos y los ojos hacia la
cruz que tenía presente, con maravillosa tranquilidad dio su alma al Señor a la
edad de setenta años.
Reflexión: Léese también en
la vida de este santo, que hallándose una vez gravemente enfermo, la Virgen
santísima le bendijo unos bocados de pan; y le mandó que los comiese, y en
comiéndolos san Nicolás, quedó de repente sano: y en memoria de esta maravilla
todos los años se bendicen el día de su fiesta en las iglesias de su orden los
panecillos que llaman de san Nicolás, con ciertas oraciones aprobadas por el
papa Eugenio IV, comunicando Dios a estos panecillos maravillosa virtud contra
todo género de enfermedades.
Oración: Oye, Señor, benignamente las humildes súplicas que
te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor Nicolás, para que los
que no confiamos en nuestras virtudes, seamos ayudados por los méritos de este
santo que fué tan agradable a tus divinos ojos. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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