Nueve días después del glorioso nacimiento de
la inmaculada Virgen nuestra Señora, según la costumbre de los hebreos, fué
puesto a la soberana niña el nombre dulcísimo de María, que quiere decir excelsa
y estrella del mar, porque ella
es excelsa señora de todas las cosas criadas, y así como todas las criaturas
reconocen a Dios por su Creador, así han de reconocer a María por Madre del
mismo Dios, y sujetarse con profundo acatamiento a su imperio.
También significa el nombre de María
estrella del mar, porque, como dice san Bernardo, ella
es aquella estrella de Jacob cuyo fulgor destella en los cielos, penetra en los
abismos y recorre todo el orbe, e irradiando su calor más sobre los espíritus
que sobre los cuerpos, fomenta las virtudes y abrasa y seca los vicios. Oh tú,
que entre las ondas de este siglo andas fluctuando, si no quieres perecer en la
tormenta, no desvíes los ojos de este norte y de esta estrella. Si se
levantaren los vientos de las tentaciones, si fueres a dar en la roca de las
tribulaciones, mira a la estrella y llama a María. Si te arrebata la ola de la
soberbia, de la ambición, de la detracción o envidia, mira la estrella y llama
a María. Si la navecilla de tu alma zozobrare, y estuviere en peligro por la
codicia o algún apetito sensual, vuelve los ojos a María. Si te comienzas a
ahogar por la gravedad de tus delitos y la fealdad de tu conciencia, y
espantado del juicio divino te afliges y temes caer en el profundo abismo de la
desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las
caídas congojosas, piensa en María, llama a María. No se aparte de tu boca, no
se aparte de tu corazón, y para que alcances el favor que le pides, no dejes de
imitar sus ejemplos; porque siguiéndola no vas fuera de camino; rogándola no
desesperas; pensando en ella no yerras; teniéndote ella no caes; defendiéndote
no temes; siendo tu guía no te cansas, y siéndote ella propicia llegas al deseado
puerto de tu eterna felicidad. Todo esto es de san
Bernardo.
Y es cierto, que ésta Virgen castísima y
Madre benignísima toma debajo de sus alas y con especial amparo defiende a los
que con entrañable afecto se encomiendan a ella e invocan su santo Nombre; el
cual aunque en diversas partes de la cristiandad era ya venerado con señalado
culto, con todo el romano pontífice Inocencio XI, después de la insigne victoria que los
cristianos alcanzaron de los turcos, en Viena de Austria, por la invocación del
nombre de María, mandó que este santísimo y dulcísimo Nombre fuese celebrado en
todo el universo cristiano, en la dominica infraoctava del nacimiento de nuestra
Señora.
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Reflexión: Los
santos doctores y teólogos enseñan que es singular gracia y favor de Dios y una
como prenda de salvación el invocar a la Virgen santísima, y acudir a ella con
confianza e imitar sus virtudes: de manera que el melifluo san Bernardo,
devotísimo de nuestra Señora, osa decir: Calle
vuestra misericordia, oh Virgen beatísima, si hay alguno que no haya hallado
vuestro favor, cuando os lo pidió en sus necesidades.
Tengamos, pues, con ella particular y filial devoción,
invoquémosla en nuestros peligros y tentaciones, y sea este dulce Nombre de
María, el último que pronuncien nuestros labios antes de cerrarlos la muerte.
*
Oración: Te
rogamos, oh Dios omnipotente, que tus siervos fieles que se alegran con la invocación y
protección de la santísima Virgen María, por su intercesión sean libres en la
tierra de todos sus males y merezcan llegar a la eterna felicidad de los
cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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