El fortísimo soldado
de Cristo San Rómulo, era mayordomo del emperador Trajano y le servía con tanta
fidelidad y diligencia que mereció gozar de toda su confianza. Enviado
en cierta ocasión por el emperador a las Galias, para que se enterase por sí
mismo del estado de las legiones que allí tenía, y obligase a todos los
soldados a sacrificar a los dioses, cumplió su encargo
Rómulo con toda lealtad y celo; mas ni con promesas, ni con amenazas logró
vencer la resistencia de muchos soldados que eran cristianos; a todo estaban
dispuestos antes que a hacer aquel sacrificio abominable. Era capitán de aquellas tropas Eudoxio, ciudadano romano no
menos fiel a la ley de Cristo que al emperador, el cual le había ennoblecido
con las más altas condecoraciones del imperio; mas no fue todo esto bastante
para que obedeciese a sus impías órdenes y desobedeciese a las del verdadero
Dios. Así que llegó a los oídos del tirano la obstinación de aquellas
tropas, mandó que fuesen trasladadas desde las Galias
a Melitina de Armenia, y que en el viaje les hiciesen padecer grandes fatigas y
malos tratamientos: los cuales sufrieron
aquellos soldados de Cristo, con tan maravillosa fortaleza, que espantado de
ella el mismo Rómulo que les afligía, abrió los ojos a la fe arrepintiéndose de
lo que había hecho. Presentándose
ante el emperador, le confesó que también él era
cristiano, y que todo lo menospreciaba y tenía en poco a trueque de vivir y
morir como siervo de Cristo. Se enojó sobremanera el emperador al oír la
confesión de su mayordomo; y en castigo de su
desacato, que por tal lo tenía, mandó que le cortasen la cabeza y así se
ejecutó. Tampoco quiso el Señor que perdiesen la corona aquellos
invictos soldados, que habían comenzado ya a ganarla negándose a sacrificar a
los ídolos, como Rómulo, siendo gentil, les había mandado; y así algunos años
después, en tiempo del emperador Maximiano, se enviaron
nuevas órdenes al prefecto de Melitina para que obligara a todos los soldados
de su guarnición a que adorasen los dioses del imperio, condenando a muerte a
cuantos se resistiesen a obedecer al mandato imperial. Entonces Eudoxio, que
era como se ha dicho capitán de aquélla legión, respondió que sus soldados
cristianos de ninguna manera se contaminarían con aquélla sacrílega idolatría,
y luego les hizo una fervorosa exhortación diciéndoles que pues tenían valor,
como buenos soldados, para morir en un combate por la esperanza de una victoria
incierta y de una recompensa temporal, ¡cuánto más animosos habían de estar para dar
la vida por Jesucristo, sabiendo que alcanzaban seguramente mucho más
esclarecida victoria, y una recompensa perdurable! Esforzados con estas palabras y precedidos por Eudoxio,
Zenón y Macario, ofrecieron todos alegremente su cerviz al cuchillo, y en
número de mil cientos cuatro, recibieron en un mismo día la corona de su
confesión, y la palma gloriosa del martirio.
REFLEXIÓN
Mírense en este ilustre ejemplo de fidelidad
a Cristo señaladamente los militares cristianos; y ya que como buenos soldados
muestran su valor arrostrando cualquier peligro de muerte, no quieran faltar
por cosa del mundo a la lealtad que deben a su divino Capitán, Rey y Señor
Jesucristo; a quien todos deben servir fielmente, y en cuta honra hemos de
vivir y morir para alcanzar la corona de los cielos.
ORACIÓN
Oh Dios, que concedes la gracia de celebrar la
fiesta de tus bienaventurados mártires Rómulo, Eudoxio, Zenón, Macario y demás
compañeros de su martirio; otórganos también la dicha
de poder gozar con ellos de la alegría y eterna felicidad. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
Flos
Sanctorum de la Familia Cristiana.
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