sábado, 20 de septiembre de 2025

SAN TEODORO de CANTERBURY, OBISPO Y CONFESOR. —19 de septiembre.

 



   Fué natural de Tarso, en Cilicia; estudió en Atenas la filosofía y las bellas letras, y habiendo abrazado la vida monástica se fué a Roma. En esta ciudad se perfeccionó en las ciencias humanas y divinas, en la inteligencia de las lenguas sabias, y sobre todo en la sublime práctica de la perfección cristiana.

 

   Llegó a ser tan pública la fama de su sabiduría y virtudes que, estando vacante el arzobispado de Canterbury buscando el papa un hombre de elevadas prendas que pudiese dirigir dignamente al numeroso clero de Inglaterra, puso los ojos en Teodoro, que poco después fué consagrado por el mismo papa Vitaliano el día 26 de marzo del año 668. Marchó en seguida para su destino; pero se detuvo algún tiempo en París para aprender la lengua inglesa, y allí recibió una embajada del rey de Kent, que le suplicaba apresurase su marcha. Habiendo tomado posesión de su silla empezó su episcopado visitando todas las iglesias de la nación inglesa, derramando por todas partes las luces de su sabiduría y las instrucciones necesarias para restablecer la pureza de la moral y confirmar la disciplina de la Iglesia católica. Estableció varios obispados donde creyó conveniente; introdujo el canto gregoriano, creó algunas cátedras para la enseñanza de la santa Escritura y de algunas otras ciencias, como la astronomía y las matemáticas. El mismo enseñaba las lenguas griega y latina, con las cuales se formaron una porción de hombres célebres y profesores de gran nombradía, que luego establecieron y abrieron escuelas en todas las poblaciones considerables de Inglaterra. Esta nación llegó en pocos años a ser morigerada, laboriosa y sabia, merced a los continuos desvelos de su esclarecido primado. En los concilios que este santo convocó publicó una infinidad de reglamentos útiles a la Iglesia, y que al mismo tiempo afirmaban la seguridad y la paz en el estado. Una vez que esta paz se turbó por las pretensiones opuestas del rey de los nortumbros y del rey de los mercios, Teodoro los reconcilió y volvió a los ánimos la tranquilidad. Fué el árbitro y el oráculo de aquellos países, y en su largo pontificado no desmereció nunca la veneración y aprecio de sus habitantes.

 


   Una de las cosas que más memorable le han hecho en la Iglesia católica es su Penitencial, colección de cánones que arreglaba todo lo concerniente a las penitencias públicas, monumento eterno de su sabiduría y del conocimiento que tenía del corazón del hombre. Su muerte, ocurrida el día 19 de septiembre del año 690, fué una calamidad irreparable para los ingleses, que la lloraron con un sentimiento y unas muestras imponderables de dolor. Murió a la edad de 88 años, el veintidós de su pontificado.

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