Fué natural de Tarso,
en Cilicia; estudió en Atenas la filosofía y las bellas letras, y habiendo
abrazado la vida monástica se fué a Roma. En esta ciudad se perfeccionó
en las ciencias humanas y divinas, en la inteligencia de las lenguas sabias, y
sobre todo en la sublime práctica de la perfección cristiana.
Llegó a ser tan pública la fama de su
sabiduría y virtudes que, estando vacante el arzobispado de Canterbury buscando
el papa un hombre de elevadas prendas que pudiese dirigir dignamente al numeroso
clero de Inglaterra, puso los ojos en Teodoro, que poco
después fué consagrado por el mismo papa Vitaliano el día 26 de marzo del año
668. Marchó en seguida para su destino; pero se detuvo algún tiempo en
París para aprender la lengua inglesa, y allí recibió una embajada del rey de
Kent, que le suplicaba apresurase su marcha. Habiendo
tomado posesión de su silla empezó su episcopado visitando todas las iglesias
de la nación inglesa, derramando por todas partes las luces de su sabiduría y
las instrucciones necesarias para restablecer la pureza de la moral y confirmar
la disciplina de la Iglesia católica. Estableció varios obispados donde
creyó conveniente; introdujo el canto gregoriano, creó algunas cátedras para la
enseñanza de la santa Escritura y de algunas otras ciencias, como la astronomía
y las matemáticas. El mismo enseñaba las lenguas griega y latina, con las
cuales se formaron una porción de hombres célebres y profesores de gran
nombradía, que luego establecieron y abrieron escuelas en todas las poblaciones
considerables de Inglaterra. Esta nación llegó en pocos años a ser morigerada,
laboriosa y sabia, merced a los continuos desvelos de su esclarecido primado. En los concilios que este santo convocó publicó una infinidad
de reglamentos útiles a la Iglesia, y que al mismo tiempo afirmaban la seguridad
y la paz en el estado. Una vez que esta paz se turbó por las
pretensiones opuestas del rey de los nortumbros y del rey de los mercios, Teodoro los reconcilió y volvió a los ánimos la tranquilidad.
Fué el árbitro y el oráculo de aquellos países, y en su largo
pontificado no desmereció nunca la veneración y aprecio de sus habitantes.
Una de las cosas que más memorable le han hecho en la Iglesia católica es su Penitencial, colección de cánones que arreglaba todo lo concerniente a las penitencias públicas, monumento eterno de su sabiduría y del conocimiento que tenía del corazón del hombre. Su muerte, ocurrida el día 19 de septiembre del año 690, fué una calamidad irreparable para los ingleses, que la lloraron con un sentimiento y unas muestras imponderables de dolor. Murió a la edad de 88 años, el veintidós de su pontificado.
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