sábado, 8 de diciembre de 2018

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA.



   EL 8 DE DICIEMBRE de 1854, en el ejercicio de su poder pontificio de enseñar infaliblemente la verdad, Pío IX promulgó la bula “Ineffabilis Deus”, en la que expuso y definió como “doctrina revelada por Dios y que todos los fieles deben creer firme y constantemente, que la santísima Virgen María fue preservada de toda mancha del pecado original desde el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio únicos que le concedió Dios todopoderoso en previsión de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano” . Esto significa que el alma de María, en el momento en que fue creada e infundida, estaba adornada de la gracia santificante.

   La gracia no toma posesión de los hijos de Adán sino hasta después del nacimiento. Se cree piadosamente que Jeremías y San Juan Bautista fueron santificados antes de nacer, pero después de haber sido concebidos. En el alma de María no existió jamás la mancha del pecado original. Doscientos cincuenta años antes de la definición de esta verdad, la universal Iglesia creía ya firmemente en la Inmaculada Concepción de María (naturalmente dicha verdad está implícita en el depósito de la fe).

   Estaba prohibido hablar en público contra la doctrina de la Inmaculada Concepción. Sin embargo, antes de la definición, no era todavía una doctrina “de fe”, como no lo era la de la Asunción de María antes de que fuese definida en 1950.

   Por ello, nada tiene de extraño que Alban Butler, al hablar de la “Concepción de la Bienaventurada Virgen María”, haya escrito que “es una creencia muy general, aunque no un artículo de fe, que (María) fue concebida sin mancha. Numerosos prelados y gran número de universidades católicas se han declarado vigorosamente en favor de esta doctrina, y varios Papas han prohibido severamente que se la impugne, se la discuta y se escriba contra ella. Sin embargo, está igualmente prohibido considerarla como doctrina de fe definida y censurar a quienes ‘creen lo contrario en privado’ ”.

   Alban Butler añade que basta con que la Iglesia haya favorecido abiertamente la doctrina de la Inmaculada Concepción para que, aquéllos que desean distinguirse por su fidelidad a la Iglesia se atengan a esa orientación. . . . “El respeto que debemos a la madre de Dios y el honor que debemos a su divino Hijo, nos mueven a pensar que ese privilegio conviene altamente a su santidad sin mácula.”

 Después de que Pío IX habló en 1854, las reservas mencionadas por Butler dejaron de existir. Actualmente, todo católico está obligado a creer como artículo de fe la doctrina de la Inmaculada Concepción.



   Según parece, desde muy antiguo se celebraba en Palestina una fiesta para conmemorar la concepción de María; pero no se afirmaba que hubiese sido concebida sin pecado original. No faltan razones para suponer que dicha fiesta tuvo su origen en la de la concepción de San Juan Bautista, que se celebraba ya a principios del siglo VII. Durante mucho tiempo, la expresión “Concepción de María” se empleaba para significar el momento en que María, por obra del Espíritu Santo, concibió al Verbo encarnado (fiesta de la Anunciación).

   Por ello, la nueva fiesta se llamó al principio la Concepción de Santa Ana. Con ese nombre y sin referencia alguna a la inmaculada Concepción, la fiesta pasó de Constantinopla a Sicilia y el sur de Italia en el siglo IX. (La fiesta ha conservado ese nombre en el oriente, aun entre los católicos bizantinos que siguen llamándola oficialmente “la concepción de Santa Ana, madre de la Madre de Dios”, y la celebran el 9 de noviembre (fecha original en el oriente). Naturalmente, se trata de la fiesta que nosotros llamamos de la Inmaculada Concepción. Las iglesias orientales disidentes no tienen una doctrina oficial sobre este punto; algunos teólogos defienden la Inmaculada Concepción, en tanto que otros la atacan. Probablemente el pueblo cree implícitamente en la Inmaculada Concepción. Se dice que la secta rusa de “Los viejos creyentes” profesaba formalmente esa doctrina. En el calendario litúrgico anglicano se lee el 8 de diciembre: “La Concepción de la Virgen María.”, el primer vestigio claro de la fiesta de “ la Concepción de Nuestra Señora” , en el occidente, se encuentra en Irlanda en el siglo IX, dos siglos después en Inglaterra de donde se propagó a Germania, Francia y España. Dicha fiesta se celebraba el 8 de diciembre, lo cual pone de manifiesto la influencia oriental, ya que en Jerusalén y Constantinopla, así como en Nápoles, la fecha de la celebración era el 9 de diciembre.

   En occidente, lo mismo que en el oriente, la fiesta comenzó a celebrarse en los monasterios. Las dos primeras menciones de la festividad se encuentran en sendos calendarios de la abadía de New Minster de Winchester. La innovación encontró al principio cierta oposición; pero un discípulo de San Anselmo, el monje Eadmero, escribió un importante tratado sobre la concepción de Nuestra Señora, y un sobrino del santo arzobispo, llamado Anselmo como él, introdujo la fiesta de la Concepción en su abadía de Bury St. Edmund’s. Pronto adoptaron la fiesta las abadías de Saint Alban’s, Reading, Gloucester y otras. El prior de Westminster, Osberto de Clare, estaba en favor de la fiesta; pero algunos de los monjes estaban en contra. Finalmente, la fiesta fue aprobada por el sínodo de Londres de 1129. Por el mismo tiempo, la fiesta empezó a popularizarse en Normandia, aunque no sabemos si la costumbre provenía de Inglaterra, que estaba entonces ocupada por los normandos* o del sur de Italia.



   Hacia el año de 1140, la catedral de Lyon adoptó la fiesta. Con esa ocasión, San Bernardo desató una controversia teológica, que había de durar tres siglos, acerca del momento en que la Virgen María había recibido la gracia santificante. Sin embargo, en tanto que la opinión de los teólogos fluctuaba de un extremo al otro, la fiesta de la Concepción de María iba ganando terreno.

   En 1263, fue adoptada por todos los franciscanos, quienes se convirtieron en sus más ardientes defensores, en tanto que los teólogos dominicos se oponían generalmente a ella. En 1476, Sixto IV, que era franciscano, impuso la fiesta en la diócesis de Roma. La fiesta se llamaba entonces de la Concepción de la Inmaculada y no de la Inmaculada Concepción; pero, como lo hace notar acertadamente Butler, el objeto de la devoción de la Iglesia es la santificación de María y no simplemente el hecho de que haya sido concebida.

   En 1661, el Papa Alejandro VII declaró que la fiesta celebraba la inmunidad de María de toda mancha de pecado desde el momento en que su alma fue creada e infundida en su cuerpo, es decir desde el momento en que la Madre de Dios fue concebida. En 1708, Clemente XI impuso a toda la Iglesia de occidente la obligación de celebrar la Inmaculada Concepción como fiesta de precepto.



   Después de la solemne definición del dogma en 1854, la fiesta tomó el nombre de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Nueve años más tarde, fueron promulgados el oficio nuevo y la nueva misa. Desde entonces, aunque sería mejor decir desde antes, la devoción a la Inmaculada Concepción fue uno de los aspectos más difundidos de la devoción mariana. Francia se puso bajo su patrocinio y diez de las dieciocho diócesis de Inglaterra y Gales tuvieron a la Inmaculada Concepción como patrona principal. Ocho años antes de la definición del dogma, seis naciones de la América Latina habían adoptado a la Inmaculada Concepción como patrona, y el Concilio de Baltimore la declaró patrona de los Estados Unidos. En todo el mundo hay centenares de iglesias dedicadas a este privilegio de Nuestra Señora. 



VIDAS DE LOS SANTOS

DE BUTLER—  1965

   


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