Entre todos los soberanos misterios
que nuestro Señor nos ha revelado acerca de las cosas divinas, el más inefable
es el de la santísima Trinidad. Muchos
filósofos con sola la luz de la razón natural han conocido y probado la
existencia de Dios, su infinidad, su omnipotencia, su sabiduría, su bondad, su
hermosura y casi todos los demás atributos de su divinidad; más que Dios sea uno en la esencia y trino en las personas,
es secreto a todos los sabios escondido, que sin la revelación de Dios jamás se
hubiera podido comprender ni alcanzar. Lo que la fe nos enseña de este
altísimo misterio es, que de tal manera Dios es uno en su naturaleza y esencia,
que también es trino en las personas, que son Padre, Hijo y Espíritu Santo: las cuales, aunque cada una es Dios, no son
tres dioses, sino un solo Dios vivo y verdadero.
Enseña más: que la primera persona que es el Padre, contemplándose
y entendiéndose a sí perfectísimamente, ab aeterno produjo y engendró una noticia suya y
concepto, no accidental, sino substancial, que llamamos Unigénito Hijo de Dios,
y Verbo eterno, resplandor de su gloria y figura de su substancia, tan perfecta
y acabada como el que la engendró: la cual es Dios, así como el Padre que la
engendró es Dios: y que estas dos divinas personas, Padre e Hijo, mirándose y
complaciéndose el uno en el otro con inenarrable contento y gozo, se aman infinitamente;
de donde resulta un amor recíproco que también es substancia y no accidente; y
procede del Padre y del Hijo, como de un principio; al cual llamamos Espíritu
Santo, y es la tercera persona de la santísima Trinidad.
Todas
estas tres personas son iguales en todo; porque la perfección que dice en el
Padre del ser Padre, dice en el Hijo el ser Hijo, y en el Espíritu Santo el ser
Espíritu Santo, y procedido de los dos. El Padre es principio del Hijo, y no
nace de otra persona; el Hijo es engendrado de solo el Padre; y con el mismo
Padre, es principio del Espíritu Santo. En
esta generación eterna no hay lo que acaece en las generaciones temporales que
tienen fin y se acaban, porque aquella dura eternamente: ni pienses que, porque
acá el padre es primero que el hijo, así lo sea en este inefable misterio:
porque siempre que fué el Padre fué el Hijo; ni hay en él primero ni postrero,
de manera que el Padre sea más antiguo que el Hijo, y el Hijo más joven que el
Padre, sino que todas tres personas son en todo iguales, consubstanciales y
coeternas: Trinidad en Unidad, y Unidad en Trinidad, como dice san Agustín.
Esta es la suma de lo que de este misterio
se colige de las Sagradas Escrituras y señaladamente de lo que nos enseña
Jesucristo, Hijo de Dios, en su sagrado Evangelio.
Reflexión: Siendo cosa muy conforme a toda razón que sintamos
altísimamente del que es Altísimo, confesemos en obsequio de la Divinidad este
misterio incomprensible que se ha dignado revelarnos, así para que nuestra fe
fuese meritoria, como para que entendiésemos que nuestra sacrosanta religión
católica es divina; pues él no entender nosotros la profundidad de los
misterios que nos enseña, es evidente señal que son cosas de Dios.
Creamos pues sencillamente este adorable misterio
para que lo veamos con claridad en la gloria beatífica; pues, como dice san
Bernardo, «escudriñarlo es
temerario, creerlo piadoso, conocerlo vida, y vida eterna y bienaventurada.»
Oración: Omnipotente y sempiterno Dios, que diste a conocer a tus siervos, en
la confesión de la verdadera fe, la gloria de la eterna Trinidad, en la cual adorasen
la unidad de tu naturaleza, te regamos, que, con la firmeza de la misma fe, seamos
fortalecidos en todas las adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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